9 de octubre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Verdaderamente sigue el calor del verano aunque haya comenzado el otoño. Hay que mirar por la ventana y no por el calendario. Tienes razón.

Quizás porque todavía continua ese calor me escribes con un temple ardiente, y con una fuerte lamentación de aspectos negativos de la Iglesia: «Si la Iglesia ha de seguir adelante no será por “estos”, estoy seguro, sino por los verdaderos discípulos que lo sacrifican todo por vivir y enseñar el evangelio».

Miguel, si la Iglesia sigue, y ha de seguir adelante, no será por “estos”, que, lamentablemente, desfiguran el rostro de la Iglesia, pero tampoco por los verdaderos discípulos, ya que no son los auténticos artífices de la Iglesia. Si la Iglesia sigue adelante, y seguirá, será porque en ella está presente el Espíritu de Cristo. «Es el Espíritu de Cristo quien vivifica la Iglesia, quien la unifica, quien la hace rejuvenecer…» y los demás, malos y buenos, somos siervos inútiles, que hemos hecho lo que teníamos que hacer; unos con un perfil negativo, otros con un perfil positivo.

Y me pregunto: ¿qué perfil tiene más incidencia en el Proyecto de Dios para con el hombre en este mundo? Pues no me atrevo a sacar una conclusión definitiva. Porque nada hay definitivo en este mundo. Todo es un camino abierto.

En esto me hace pensar el evangelio del domingo 28 del tiempo ordinario: Mt 22,1-14. Resulta que unos invitados al banquete de bodas rechazan la invitación. Entonces el amo envía a los criados a los caminos a invitar a todos los que encuentren, malos y buenos. La sala, efectivamente, se llenó de malos y buenos. Cuando entra el amo encuentra a uno que no tiene traje de fiesta. Evidentemente, no se refiere a los malos, pues solo a uno le falta el traje, pero el evangelio da a entender que no se refiere a los malos, ya que parece había más de uno.

Luego ¿qué es el traje de fiesta? Porque todos estamos invitados a esta fiesta. Quizás Isaías (25,6-10) nos ayuda a completar este punto cuando habla de un banquete que el Señor del universo prepara para todos los pueblos. Y habla de que «este Señor enjugará las lágrimas, quitará todo oprobio, destruirá la muerte». Y acaba sacando la consecuencia final: «aquí está nuestro Dios, alegrémonos y hagamos fiesta».

Considero que el traje de fiesta es preparar un espíritu alegre, un corazón abierto a la alegría, a la comunión, preparar un corazón, toda nuestra persona en una palabra, para vivir un encuentro en la casa del Padre.

Un Padre que no se resiste a la alegría, como nos muestra la parábola del Hijo pródigo, o como dice de manera más expresiva el profeta Sofonías: «El Señor está en medio de ti. Exultará por ti de alegría, te renovará mediante su amor; él danzará para ti con gritos de alegría, como en los días de fiesta» (Sof 3,17).

Nosotros estamos siempre dispuestos al juicio y a clasificar a los que nos rodean. ¿Quien soy yo, o tu, o quien sea, para hacer un juicio sobre mi vecino? No hemos aprendido algunas palabras fundamentales de la Escritura: «no juzguéis, porque seréis juzgados con la misma medida». O aquella otra palabra de Dios a Samuel: «El hombre ve las apariencias, solo Dios ve el corazón».

Yo creo que Dios nos da este tiempo para prepararnos el traje de fiesta. Y voy configurando este traje de fiesta, cuando me esfuerzo por bajar al corazón, y sacar lo mejor de él, para ofrecerlo en una vida de servicio en el camino a la fiesta de bodas.

Miguel, aprovecha los últimos calores del verano. No te enfríes. Un abrazo,

+ P. Abad