28 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS. LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilia predicada pel P. Josep Alegre, abat de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

Domingo de Ramos, o la ventana de la Gran Semana de la Cristiandad, o la «Semana Auténtica» como la llamaba el rito ambrosiano.

El evangelio de Lucas plantea la vida de Jesús como un único y largo viaje desde Galilea a Jerusalén. Con la pasión, que acabamos de escuchar llegamos al final de este viaje. En esta semana consideramos el drama de la persona de Jesús que será decisivo en la historia de la humanidad. La densidad de este drama que envuelve a la persona de Jesús y juntamente con Él a todos nosotros, unidos a Él por la fe. Tenemos la preciosa oportunidad de vivir una nueva semana, para contemplar este Misterio, yo diría que el misterio de la vida y la muerte. De una vida que se da, se ofrece gratuitamente en un servicio de amor extremo, y una muerte que es vencida por la generosidad de la vida.

Y dentro de este misterio se halla nuestro propio misterio personal. Dentro del misterio de Cristo, el Hombre, «Ecce Homo», se contempla también el misterio de toda persona humana.

En la segunda lectura de hoy, de la carta de San Pablo a los Filipenses encontramos la clave de este misterio de Cristo, una preciosa síntesis:

«Cristo, de condición divina, no hace alarde de su categoría de Dios, se despoja de ella, pasa por uno de tantos, de los más bajos. Actúa como un hombre cualquiera, se rebaja incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó y le concede el "Nombre sobre todo nombre". Para que toda lengua proclame: "Jesucristo es Señor"»

Vida y muerte, gloria y sufrimiento, exaltación y humillación… Todos tenemos una cierta experiencia de estos contrarios en nuestra superficial existencia. Al menos de oídas. ¿Quién no sabe de vidas gloriosas, de personas exaltadas, coronadas como dioses, de la religión, de la política, de la cultura, de la sociedad…? Todos sabemos algo de estas personas. Los medios de comunicación se encargan de servirnos este menú como pasto nutritivo para nuestras famélicas existencias.

Y ¿quién no sabe de la muerte, a pesar de que se la rechaza en esta sociedad que se dice llena de vitalidad, y de una muerte de la que pedimos cuentas al mismo Dios? ¿quién no sabe de la muerte y del sufrimiento de tantas personas, que provocamos con nuestro egoísmo de poseer más, de gozar más, de vivir mejor? ¿quién no sabe de la humillación de la infancia, de la humillación de tantos inmigrantes, de la humillación de tantas personas que son de lo más bajo, parias…? Sí, yo estoy convencido de que todos lo sabemos. Y de que lo estamos viviendo de modo muy inconsciente. Y de este modo nos alejamos de la vida, de la gloria, de la exaltación. Nos alejamos del HOMBRE. Nos alejamos de la condición humana.

El misterio del Hombre, el misterio de Cristo, nos pide ser humanos. Y ser humanos es asumir la sabiduría de la persona de Cristo. Esta sabiduría que nuestra fe nos invita a contemplar a lo largo de esta semana, y que ya nos ofrece un resumen en esta ventana del Domingo de Ramos. La sabiduría de la vida y de la muerte. No se puede asumir con seriedad la vida sin asumir la muerte. No aspires a una verdadera exaltación sino estás dispuesto a una verdadera humillación.

Quizás esta semana puede ser una buena oportunidad para descubrir si soy un «desventurado y miserable, pobre ciego y desnudo, es decir ni frío ni caliente», como los cristianos de Laodicea nombrados en el Apocalipsis.

Quizás esta semana puede ser una nueva y preciosa oportunidad para descubrir al hombre que «se vuelve a morir de tristeza» (Mc 14,34), para descubrir «al hombre que muere de puro amor [...], para descubrir el hombre que muriendo de amor vida recobra, vida que nunca muere…» (Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, pag. 143 i 49)

Una preciosa oportunidad, un regalo especial de nuestro Dios: poder contemplar una vez más el amor crucificado, contemplar la gloria del amor. Porque no todos tienen este privilegio. ¿No crees que en este texto de Ramon Llull se halla encerrada una gran verdad?:

El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: ¿Por qué mueres sin amor? —El hombre respondió: Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: ¡Oh devoción! Cuando será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones?» (Libro del Amigo y del Amado, 209)

¿Y no temes que mañana te puedan preguntar: "qué has hecho del amor"?