21 de marzo de 2010

DOMINGO V DE CUARESMA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Is 43,16-21; Salm 125,1-6; Filp 3,8-14; Jn 8,1-11

Reflexión: Realizo algo nuevo, ¿no lo notáis?

Es la Pascua. La Pascua es el "paso" del Señor. Dios pasó en el inicio de la creación y todo lo dejó lleno de su hermosura, de su belleza, como nos comenta san Juan de la Cruz:

«Mil gracias derramando
pasó por estos con presura,
y yéndolos mirando
con solo su figura
vestidos los dejó de hermosura».
(Cántico Espiritual, 5)

Belleza que también canta nuestro poeta Juan Maragall:

«Si el mundo es tan hermoso, Señor, si se mira
con vuestra paz en nuestra mirada
¿qué más nos podéis dar en la otra vida?».
(Cántico Espiritual)

Nos puede dar, nos da, la "belleza del hombre nuevo", la belleza que canta el salmo 8:

«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
lo hiciste poco menos que un dios
lo coronaste de gloria y dignidad».

Esta dignidad del hombre nuevo, principio de una humanidad nueva es lo que celebramos en la solemnidad de la Pascua, a la cual nos preparamos mediante el camino cuaresmal, mediante el ejercicio asiduo de la escucha de la Palabra y su guarda en el corazón como la semilla que empieza a hacer germinar la "novedad de la vida nueva", y que empieza a manifestarse con el ayuno en la abstención de alimentos y la solidaridad de la limosna. Hay que preparar bien la "tierra" durante este tiempo de Cuaresma. La "tierra" es nuestro corazón. Es necesario, como enseña san León Magno, "pulir las aristas del corazón". Y este trabajo hará nacer, y nos hará experimentar algo "nuevo".

Palabra

«Este pueblo que he escogido, proclamará mi alabanza». La alabanza es bella cuando nace de un corazón nuevo. Un corazón nuevo que germina con la semilla de la Palabra, acogida en el espacio interior. A esto lleva la iniciativa divina: a vivir el gozo de esa alabanza que viene propiciada por la misma elección divina.

«Todo lo estimo como pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo». Es ésta una Palabra de profunda sabiduría, capaz de llevar una belleza singular a la vida humana, con frecuencia tan dada a absolutizar los valores de aquí abajo, que merecen nuestra atención y aprecio, pero desde una actitud relativa que favorezca el aprecio y dignidad de lo trascendente.

«Conocer a Cristo y la fuerza de su resurrección». No un mero conocer histórico, sino un conocer a partir de la experiencia en nosotros del Resucitado, del "Hombre Nuevo", que nace a partir de su resurrección, y que nos ha de llevar a la construcción de una vida nueva como primicia de la humanidad nueva.

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio». La purificación del corazón, el camino del progreso espiritual pasa por tener una vigilancia del corazón, del corazón propio, pero con frecuencia en nuestra vida estamos más atentos a sorprender a los otros, a vigilar el corazón ajeno, olvidando aquella Palabra de la Escritura: el hombre ve las apariencias, pero sólo Dios ve el corazón".

«El que esté sin pecado, que tire la primera piedra». He aquí otra Palabra no aprendida, porque muchas veces yo creo que duelen los brazos de la cantidad de piedras que lanzamos a los otros.

Sabiduría sobre la Palabra

«Nadie concibe en su corazón si no tiene el corazón disponible, si no tiene la mente libre y se está completamente atento; a no ser que uno sea vigilante en el corazón, no puede concebir en el corazón y ofrecer dones a Dios». (Orígenes)

«El hombre-Cristo que es al mismo tiempo el Dios-Cristo, por cuya humanidad misericordiosa y en cuya condición de siervo debemos aprender lo que hemos de desdeñar en esta vida y lo que hemos de esperar en la otra, durante su pasión –en la que sus enemigos se consideraban grandes vencedores- hizo suya la voz de nuestra debilidad, en la que también era crucificado nuestro hombre viejo, y dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"» (San Agustín)

«No falta en el Antiguo Testamento el aspecto social de la penitencia: las liturgias penitenciales de la antigua alianza no son solamente una toma de conciencia colectiva del pecado, sino que también constituyen la condición de pertenencia al Pueblo de Dios». (Pablo VI)