20 de marzo de 2010

MISA DEL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 12,1-4; Sal 15,1-2.5.7-8.11; Jn 17,20-26

Los discípulos están con Jesús en la Última Cena. Después de un largo coloquio con ellos, Jesús dirige ahora sus palabras al Padre y da comienzo a su oración. «Jesús alzó los ojos al cielo y oró diciendo: Padre…».

Dice san Agustín: «Jesús hubiera podido orar al Padre en la forma de siervo, en silencio, pero quiso aparecer como suplicante ante el Padre, acordándose de que era nuestro Maestro. Y así la oración que hizo por nosotros nos la dio a conocer a nosotros». (Sobre el Evangelio de Juan 104,9)

Jesús ensancha su corazón; se dilata profundamente. Nos abre su corazón en el horizonte más insospechado: el de su relación con el Padre, y en su amor por todos nosotros, en un amor que desbordando todo nuestro conocimiento e imaginación quiere incorporarnos al mismo dinamismo de amor que Él vive con el Padre.

«Que todos sean uno, que estén en nosotros, Padre, como tú estás en mi y yo en ti. Así el mundo creerá…».

En esta oración está la fuente de nuestra misión, de nuestra vida de fe. Jesús está viviendo el momento álgido de su misión, está en el dintel de su Pasión en donde se pone de manifiesto el misterio de amor divino, fuente de todo.

Nos acercamos aquí a los sentimientos más íntimos de Jesús: «Padre, yo les he dado la gloria que tú me has dado. Que sean uno, como nosotros. Padre, tú me los has dado, que estén donde yo estoy, Padre bueno, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y ellos han conocido que tú me has enviado. Les he hecho conocer tu nombre y todavía se lo daré a conocer más…».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús, cuando escribe su Regla con un profundo sabor cristológico. Cuando haciendo las veces de Cristo acoge en la vida monásticas con estas palabras profundamente cálidas: «Escucha oh hijo, los preceptos del Maestro, inclina el oído de tu corazón».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús cuando «invita a abrir los ojos a la luz que nos diviniza», a acoger la palabra que debe iluminar nuestros pasos, y «mostrarnos el camino de la vida».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús, cuando abre «una escuela del servicio divino», donde se enseñe y se vivan los caminos del amor, en la contemplación del amor. Una escuela donde aprendamos a «dilatar el corazón, para correr los caminos de los mandamientos de Dios con la inefable dulzura del amor».

Juan, el discípulo amado, el evangelista, recoge esta plegaria de Jesús, justo antes de su Pasión, el dintel de su resurrección, el dintel de la revelación de la gloria de Cristo.

San Benito nos ofrece la belleza del Prólogo, como una sencilla invitación a vivir el amor, participar de este modo en los sufrimientos del Cristo y llegar a merecer de compartir su reino.

Pero la Iglesia, nuestra Madre, además de esta lectura de Juan nos pone también otra lectura preciosa, donde escuchamos la llamada de Dios a Abraham, llamada a salir de su familia, de su tierra: «Marcha de tu país, de tu clan, de tu familia, al país que te indicaré. Haré de tu un pueblo grande, te bendeciré…».

Dios llama a Abraham a dejar una comunidad, la comunidad familiar de su misma sangre, de su clan… y a marchar hacia otro espacio y otro tiempo en que encontrará otra familia, otro pueblo, otra comunidad…

San Benito aprendió bien y fielmente la lección de Abraham. San Benito sabe descubrir la basura que era todo lo que le ofrecía la sociedad de su tiempo, y busca una nueva familia, una nueva comunidad… donde vivir el amor de Dios. Un amor que le desborda y que le mueve a escribir una Regla, como un camino concreto, pero vivido siempre como algo nuevo, como una novedad, con otros que se sienten llamados a vivir el amor con el corazón dilatado.

Y así ha sido: muchos han sido, hombres y mujeres, los que han seguido sus huellas. Muchos han sido y somos los que deseamos seguir esta sabiduría. La sabiduría de una Regla que tiene muy marcado el sello comunitario. Un sello comunitario que tiene un sabor en toda ella, pero sobre todo en unas pocas y profundas expresiones: «El fuerte linaje de los cenobitas. Haz todo con consejo. Tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Si se piensa que es mejor que se ordene los salmos de otra manera. Que nuestro pensamiento esté de acuerdo con la voz. Servirse mutuamente sin murmuración. No anteponer absolutamente nada al Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna…».

Hermanos: nosotros también podemos y debemos cantar siempre, con el salmista no solamente en esta celebración: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: "tú eres mi bien". El Señor, es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad».