21 de marzo de 2010

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Salm 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38

«Llega hoy para todos, el gozo que repara la anterior ruina. El que está en todas partes viene para llenar de gozo el universo. La infinita misericordia divina no permitió que quedara perjudicado el hombre, para quien había desplegado los cielos, afirmado la tierra, difundido el aire, extendido el mar y constituido toda la naturaleza visible. ¿Qué misterio celebramos? La elevación de nuestra naturaleza humana. Gozo para la criatura, restauración de todo el género humano. Hoy se hacen anuncios gozosos, se manifiesta la benignidad de Dios y la alegría de la salvación del mundo entero. Todo esto viene de parte de Dios. Se proyecta sobre una Virgen llamada María y su esposo José. El mensajero es el enviado de lo alto, el arcángel Gabriel. Todo esto se lleva a cabo en Nazaret. Es el misterio de la reconciliación divina con los hombres. La divinización de la humanidad, la restauración de nuestra imagen de hijos, el cambio hacia lo mejor».

El verdadero cambio en la vida del hombre y no el cambio que con frecuencia prometemos los humanos.

Esta vendría a ser la ficha técnica de esta solemnidad, como nos sugiere san Andrés de Creta, en su homilía sobre la Anunciación. Las fichas técnicas se suelen guardar para después utilizarlas en el momento en que se trata de llevar a cabo determinado trabajo o programación.

Ahora bien, contemplando la situación del hombre en nuestra sociedad, podemos concluir que esta es una ficha para esforzarnos por utilizarla asiduamente. Para hacer efectivo su contenido encontramos en la liturgia que celebramos, sugerencias muy concretas.

Empezamos por encontrar un pensamiento interesante en la antífona de entrada: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Nosotros, tenemos tendencia a poner más el "mi", que el "tu". "Mi voluntad"…

Es evidente, cuando conocemos un poco la historia de la salvación, que Dios es un Dios desconcertante. También lo somos nosotros. Quizás porque somos de su raza, tenemos una cierta sintonía espiritual. Pero evidentemente El nos supera en el desconcierto, porque lo que nosotros a veces consideramos que es alejamiento suyo es más bien cercanía.

La Palabra de Dios nos pone de relieve en la Carta a los Hebreos por donde van los intereses divinos: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has preparado un cuerpo». Este cuerpo humano que cuando es creado recibe un aliento de vida, un espíritu que le da una capacidad de relación con la divinidad. Y por lo tanto de vivir de acuerdo al deseo de Dios, a su voluntad. Y así se expresa quien viene a habitar en ese cuerpo preparado por el Creador: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

No será fácil ir descubriendo y cumpliendo esa voluntad de Dios. En el evangelio nos encontramos con otro ejemplo. Después del desconcierto inicial de la Virgen María ante el anuncio del arcángel Gabriel. El Dios desconcertante. María, acepta la voluntad de Dios: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Gran misterio, el que celebramos. Una llamada a descubrir la voluntad de Dios y a cumplirla en nuestra vida, para ir haciendo los caminos de Dios. Caminos que son los de nuestra divinización, elevación de nuestra naturaleza humana, camino de reconciliación, restaurar nuestra imagen, —¿quien no quiere tener una buena imagen?— el verdadero cambio en nuestra vida…

«En este misterio se halla el compendio de toda nuestra fe, el honor de la naturaleza, la raíz de la vida, la luz de la ciencia, el vínculo indisoluble del amor y el acceso abierto hacia la eternidad». (Amadeo de Lausana, Hom. sobre la encarnación)

Conocemos después perfiles más concreto de cómo cumplir esta voluntad de Dios, cuando escuchamos al mismo Cristo decir: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre; Padre, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad si la tuya; yo hago lo que veo hacer al Padre…». Y a este Cristo, como dice Él mismo, «el Padre siempre lo escucha».

No tiene nada de extraño, pues que san Benito contemplara con detalle la persona y la vida de Cristo, y que nos recomendará no anteponer nada al Cristo; y consecuente con esta sabiduría que nos muestra la persona de Cristo, dijera después que la auténtica sabiduría de la vida monástica pasa por hacer la voluntad de Dios.¿Y cual es la voluntad de Dios en cada momento de nuestra vida.

Yo diría que buscar al otro con una autentica actitud de servicio. Y os sugiero que no entendáis eso de buscar al otro en sentido restringido. En Cristo buscar al otro, en definitiva le va a suponer dar la vida. El amor hasta el extremo.

Este misterio es una invitación viva a contemplar el ejemplo de Cristo y pedirle la verdadera sabiduría para nuestra vida; una invitación a contemplar la disponibilidad de santa María ante el misterio de Dios. Un Dios desconcertante. Para llegar a dar sentido y sabor a nuestra vida monástica.