1 de enero de 2010

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Num 6,22-27; Salm 66,2-8; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: el Señor te bendiga y te proteja, ilumine tu rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz…

Henri Nouwen nos cuenta una experiencia personal del poder de una bendición en su comunidad: «Estaba preparándome para presidir un tiempo de oración en mi comunidad y se acerco una disminuida, Juana, y me dijo: —Henri, puedes darme una bendición? Respondí casi de manera automática, trazando sobre su frente una señal de la cruz. Pero en lugar de agradecerlo, protestó con vehemencia: —No, así no tiene valor; no es una verdadera bendición. —Lo siento —le dije— cuando estemos reunidos en la comunidad para la oración, te voy a dar una bendición auténtica. Cuando llegó ese momento dije: —Juanita me ha pedido una bendición. Siente que la necesita ahora. Entonces, espontáneamente Juanita se levantó, me rodeó con sus brazos y apoyo su cabeza en mi pecho. La cubrí con los pliegues de mis mangas y le dije: —Juanita quiero que sepas que eres una hija amada de Dios. Eres preciosa a sus ojos. Tu maravillosa sonrisa, tu bondad, con las personas de la casa, nos hacen ver la maravillosa persona que eres. Una persona especial profundamente amada por Dios. Cuando acabé de hablar me miró con una sonrisa que inundaba todo su rostro.»

Bendecir, es hablar bien, decir cosas buenas de alguien. Bendecir a alguien es la afirmación más significativa que podemos hacer a una persona; es más que una palabra de aprecio o alabanza. Dar una bendición crea aquello que dice.

En el libro de los Números vemos como Dios invita a Moisés a hacer sobre el pueblo una bendición. El pueblo se anima a invocar a Dios. Dios vuelve a bendecirlos como respuesta. Y el pueblo vive como una segunda recreación.

Dios nos ha bendecido de manera singular mediante santa María. Ella, la llena de gracia, la que acostumbraba a guardar la palabra en el corazón. Guarda la palabra de Dios, es la mujer bendecida por Él, llena por completo de su gracia. La bendición divina traerá la paz divina también a su corazón: la segunda persona de la Trinidad. El Verbo de Dios, por quien todas las cosas has sido creadas, bendecidas; el Verbo de Dios que finalmente se reviste de nuestra naturaleza y nos viene a través de María como nuestra paz. Cristo es nuestra paz (Ef 2,14).

Y María, es una nueva Judit que lleva la salvación a su pueblo, y este pueblo reconoce la obra que Dios a hecho a través de ella y la exalta, así también el pueblo cristiano a lo largo de los siglos ha pedido las bendiciones de Dios, y las ha recibido, a través de Santa María.

Y el pueblo creyente a lo largo de los siglos se ha acercado a ella con el deseo de recibir su bendición, en la seguridad de que esa bendición que va a encontrar en ella le traerá la paz.

Es lo que nos sugiere san Bernardo al invitarnos a dirigirnos a ella: María es la estrella radiante, cuya luz se difunde al mundo entero, se propaga por toda la tierra abriga no tanto los cuerpos como los espíritus, vigoriza las virtudes y extingue los vicios. Es la estrella más brillante y hermosa. No apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quiere sumergirte bajo las aguas; si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella , invoca a María…Si te asalta el peligro, la angustia o la duda recurre a María, invoca a María. Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón, que no olvides el ejemplo de su vida, así podrás contar con su intercesión, con su bendición. (En alabanza de la Virgen Madre, Hom. 2)

O también es lo que nos sugiere la oración atribuida a san Bernardo: Acordaos… que jamás se oyó decir que María no haya escuchado a quienes han acudido a ella…

De María nos viene la Paz; ella es Reina de la paz, como le decimos en las letanías. La paz que nos viene de ella es la paz de Cristo. Es Cristo mismo.

Pero esta paz, dice T. Merton, no es una formula de evasión individual, egoísta. No puede haber paz en el corazón del hombre que busca la paz para él solo. Para hallar la verdadera paz en Cristo tenemos que desear que otros tengan la paz y estar dispuestos a sacrificar parte de nuestra paz y de nuestra felicidad, con el fin de que otros tengan paz y sean felices

Y esto nos lleva a tener en cuenta a la persona. Hace falta hoy día esta valoración, esta atención concreta a la persona, a escucharla a preocuparnos por ella. Es también lo que sugería Benedicto XVI en su Mensaje del Día Mundial de la Paz del año 2007: La persona humana, corazón de la paz. Estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz y de que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.

¿Somos conscientes de que cada día celebramos la Eucaristía, el amor de Dios por nosotros, el amor que nos salva, que nos renueva, y que cada día la acabamos recibiendo la bendición de Dios? Estemos seguros de que Dios no da bendiciones rutinarias de dibujar una cruz en nuestra frente, sino que en cada nueva celebración nos cubre con su manto, para decirnos lo mucho que nos ama. En todo caso la rutina la podemos poner nosotros.