12 de enero de 2010

SAN ELREDO DE RIEVAULX, ABAD

Conmemoración de los 900 años de su nacimiento

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
1S 1,9-20; Mc 1,21-28

Escribe san Elredo: «La amistad es la expresión más sagrada de la caridad. Del amor».

Recordad las palabras de Jesús en los momentos cumbre de su vida: «A vosotros no os llamo siervos, sino amigos; os llamo amigos porque os he comunicado todo lo que he oído al Padre».

La amistad, la expresión más sagrada del amor. Es la relación de amor, la amistad, que vive el Hijo con el Padre. La amistad espiritual que permite vivir una comunicación verdaderamente profunda. Y en consecuencia actuar y hablar con una autoridad como ninguno había hablado antes. Un actuar y hablar que se proyecta en la persona de Jesús, como un bien para todos los hombres.

Elredo, protagonista importante en la vida monástica, en la vida del Cister, aportará la vivencia, la experiencia, y la doctrina de la amistad espiritual, y que con la vivencia del amor será proverbial en la vida del Cister. Por ello Elredo escribirá: «En cuanto a la perfección no veo nada en los preceptos del evangelio o de los Apóstoles, nada en los escritos de los padres o de los antiguos monjes que no se adecue perfectamente con lo que se profesa en la Orden». (Speculum Caritatis, 1,II,7)

Pero además, Elredo aporta detalles de una psicología profunda y sobre todo la perfección de una caridad más humana y a la vez más sobrenatural.

Por esto un comentarista suyo escribe: «Creo que una comunidad monástica cumplirá su finalidad y alcanzará su propósito solo en la medida en que sea un lugar de auténtica humanización para las personas que la forman y para aquellas que se acercan a ella, porque la cualidad y la intensidad de la experiencia espiritual que esta comunidad puede ofrecer depende de forma directa de la cualidad y de la intensidad de su nivel de humanización. La amistad como una estructura personal e interna, y como ámbito de relación con los demás, es un factor humanizador de primer orden». (Lluís Solà)

Percibimos esa dimensión profunda ya al comienzo de su tratado sobre la amistad:

«1. ELREDO: Aquí estamos tú y yo, y confío que también Cristo se halle con nosotros. Ahora nadie nos molesta, nadie puede interrumpir nuestros amistosos coloquios; ninguna voz ni tumulto llega a esta agradable soledad. Ea, pues, carísimo: abre tu corazón y susurra lo que quieras a los oídos de tu amigo; no seamos ingratos a este lugar, tiempo y ocio.

»2. Pues hace unos momentos, cuando me hallaba rodeado de muchos hermanos, y todos hablaban a la vez preguntando, discutiendo, interesándose cada cual por temas de las Escrituras, de las costumbres, vicios o virtudes, tú eras el único en callar. A veces levantabas la cabeza, dispuesto a decir algo; pero parecía que la palabra se te apagaba en los labios y volvías a inclinar la cabeza en silencio. Otras veces te apartabas un poco de nosotros y volvías poco después con la tristeza en el rostro. Todo esto me hacía comprender que para expresar los pensamientos de tu mente te desagradaba el público y preferías la intimidadla intiidad.

»3. IVO: Así es en efecto, y me alegro mucho al comprobar que te preocupas de tu hijo, y que el espíritu de caridad te ha abierto mi espíritu y las aspiraciones de mi alma».

El diálogo, la confidencia íntima, es el clima que nos sugiere Elredo. Pero porque en ese clima se hace más factible la presencia del Amigo. O del Amado. Y es entonces cuando crece en nosotros la capacidad para una relación espiritual fecunda. Es el diálogo que vive Ana en Siló y obtiene de Dios el don de la maternidad. Es el diálogo permanente de Cristo con el Padre, la comunión estrecha que hace a Cristo hablar con una autoridad que engendra vida y entusiasmo en sus oyentes.

Y conscientes de la bondad de la Palabra que hemos escuchado en las lecturas, y de la bondad monástica que tenemos en Elredo para nuestra vida volvemos a recordar ante el Señor nuestra súplica del principio: «Señor, Tú que le concediste el don de hacerse todo a todos, concédenos saber darnos para bien de los hermanos, edificando la unidad del espíritu con los lazos de la paz».