6 de enero de 2010

LA EPIFANIA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

«La Verge mig reia, i la bona gent
trobaren-la bella;
mig reia la Verge, i els Reis d'Orient
per la nit seguien l'estrella
que els duia a ponent…
al Misteri».
(Joan Maragall, Nadal)

La estrella nos lleva al Misterio. Tu estrella, la estrella lleva a cada uno al Misterio. La fiesta de Epifanía es la fiesta de Navidad. La fiesta de Navidad es el fin del trayecto de Dios hasta nuestro tiempo, nuestra humanidad. Epifanía, comienzo de un nuevo viaje por los caminos del mundo. Navidad es trasbordo de la eternidad al tiempo. Epifanía, trasbordo al tren que para en todas las estaciones. Dios quiere manifestarse a todos los hombres, que la luz de su estrella guíe y oriente hasta la última de sus criaturas. La solemnidad que hoy celebramos nos manifiesta un Dios que se revela en la historia como luz del mundo, para guiar e introducir por fin a la humanidad en la tierra prometida, donde reinan la libertad, la justicia y la paz. «Llega tu luz, amanece la gloria del Señor, mientras las tinieblas envuelven a la tierra. Los pueblos buscan la luz, el amanecer de Dios». Cantan la grandeza del Señor. Canta que Él amanecerá en ti. Pero canta desde el corazón.

Nos dice Benedicto XVI que el Concilio Vaticano II se sintió «impulsado a anunciar a la humanidad a Cristo, luz del mundo. Que en el corazón de la Iglesia brotó con fuerza, suscitado por el Espíritu Santo el deseo de una nueva epifanía de Cristo en el mundo, un mundo que rueda vertiginosamente hacia una civilización global». Y el Papa se hace y nos hace unas preguntas: «¿En qué sentido, hoy, Cristo es aún lumen gentium, luz de los pueblos? ¿en qué punto está este itinerario universal de los pueblos hacia él? ¿está en fase de progreso o de retroceso?».

Navidad, es el camino de Dios a nosotros. Epifanía, el camino o la peregrinación de Dios hacia toda la humanidad, para que los hombres, la humanidad se ponga en camino hacia Dios. Como dice la carta de Pablo a los Efesios: «Desde ahora, por el evangelio, todos los pueblos, en Jesucristo, tienen parte en la misma herencia, forman un solo cuerpo, y comparten la misma promesa…».

Pero ya no aparece tan claro que vivamos conscientes de que vivimos en lo que se llama la "aldea universal". Más bien la conciencia que tenemos es de enfrentamiento en razas, pueblos y naciones. No aparece claro ese amor universal que brota de la fuente divina, de su enviado Jesucristo.

Somos católicos. La palabra católico quiere decir universal. ¿Dónde está esa universalidad? Cuando en ocasiones negamos la paz a quien está a nuestro lado. A nivel de Iglesia hay división por nuestras ideas, por nuestras discriminaciones. Nos falta un amor universal y sin fronteras, sin prejuicios, capaz de abrirse a todos y cada uno de los pueblos y personas. Y esta división baja incluso hasta el nivel de comunidades, de familias. Y aquí no pensemos solamente en el vecino, sino que deberíamos preocuparnos de como barrer bien nuestra propia casa.

Nos tendríamos que preguntar como caminar hacia una fraternidad más amplia y universal, como trabajar una unidad y reconciliación más profunda en nuestra casa.
¿Por qué la fe no nos hace más universales? ¿por qué la fe no nos hace más evangélicos, más alejados del juicio y más dados a la contemplación.

El evangelio nos habla del relato de los Magos, de la atracción del Niño de Belén. En la noche siguen la estrella que les lleva hasta el Misterio. El Misterio que nos sobrepasa, que tira de nosotros para ensanchar nuestro corazón, nuestro horizonte y encaminarnos por senderos de colaboración y solidaridad.

Hoy el hombre parece que trabaja bien por hacerse "incapaz de Dios". Y se le va secando el corazón. Bien seco. Como a los jamones de Teruel. Este endurecimiento y sequedad es un gran peligro para el hombre moderno. Se pierden niveles de contemplación. Bajamos peldaños solamente para recoger del suelo "cosas útiles", "artículos de consumo"… No debemos bajar peldaños, sino seguir la estrella en la noche… hacia el Misterio. Para despertar nuestra capacidad de adoración, contemplando la bondad de un Dios amor y siendo agradecidos a la generosidad de un Dios que ha venido a nuestra casa, colaborando con nuestro servicio a su obra de reconciliación universal. Este es el mejor regalo que podemos ofrecer a Dios, que siempre va por delante de nosotros en la generosidad de sus dones.