19 de marzo de 2013

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

«”José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 20-21). En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia».

Así centraba Juan Pablo II su Exhortación Apostólica sobre la figura de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.

Un texto del evangelio de hoy que comentan de forma especial los Padres de la Iglesia. Este comentario de los Padres, viene a girar en torno al mensaje que recoge la celebración litúrgica de la Eucaristía, y que yo recogería en varias y breves palabras:

Servidor fiel y prudente
Custodio del Misterio de nuestra salvación
Confianza
Varón justo

Y todas estas actitudes vividas en un elocuente silencio; un silencio que le permite abrirse en profundidad al Misterio divino que se manifiesta como salvación entre nosotros.

Es interesante el paralelismo que hace san Bernardo con el patriarca José del AT, vendido como esclavo en Egipto: «al patriarca José se le concedió el don de leer los misterios de los sueños; a san José se le infunde la gracia de conocer y participar activamente en los misterios divinos. Aquel, almacenó trigo para todo el pueblo; éste, recibió el pan del cielo y lo guardó para sí y para todo el mundo. Realmente este José, con el que se desposó la Madre del Salvador, fue un siervo fiel y cumplidor. Digo fiel y cumplidor porque Dios le confió a su Madre para consolarla, proporcionarle el sustento y finalmente para designarlo sobre la tierra a él sólo como único colaborador de su gran consejo». (En alabanza a la Virgen Madre, 15s)

Por añadidura se nos dice que era de la estirpe de David. Es noble de linaje, pero más noble es su espíritu. Hijo de David por su fe, su santidad, su entrega. Es decir que el Señor, como a otro David lo vio según su corazón, y le confió el secreto y sacratísimo misterio de su corazón. Como al mismo David, le reveló los misterios ocultos de su Sabiduría y le hizo confidente del misterio ignorado por todos los grandes del mundo. Finalmente, le concedió no ya contemplar y escuchar, sino hasta tener en sus brazos, llevar de la mano, abrazar, alimentar y custodiar al mismo que tantos reyes y profetas desearon ver y no lo vieron, anhelaron oír y no lo oyeron.

Y toda esta vivencia y experiencia del Misterio de Dios que tiene lugar en la vida de san José, que le lleva a ser custodio del Misterio de un Dios hecho hombre, custodia vivida con fidelidad y prudencia, la vive en el silencio. De san José el evangelio no ha recogido palabra alguna, solamente el gesto. El evangelio habla solo de lo que san José hizo, no de lo que habló; pero esto nos permite descubrir en sus acciones ocultas por su silencio, un clima de profunda contemplación.

Gracias a este silencio podemos descubrir el perfil interior de su persona. Gracias a este silencio, de una especial elocuencia, podemos leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él hace el evangelio: el justo. Era un hombre bueno, justo.

Es importante el gesto, hoy, en nuestro tiempo en que la palabra es tan fácil, en que estamos envueltos en palabras, con frecuencia palabras hermosas pero que no van subrayadas por el gesto, y el perfil de una vida buena y justa. Tenemos necesidad del ejemplo de san José, pues nosotros somos hoy, responsables del Misterio de Dios que se prolonga en la vida de la Iglesia, de sus miembros que somos nosotros, para que continúe dando luz al mundo. El papa Benedicto XVI enseñaba que «el ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado». (Benedicto XVI, Angelus 19.3.2006)

Las tareas son diversas: una vida monástica, una vida de familia, un trabajo concreto… pero siempre, como creyentes en un Dios que nos ha amado primero, y que ha revestido su amor de un amor humano, para ponerse en nuestras manos, y siempre somos llamados a ser custodios y testigos fieles de este misterio.

Que el gesto elocuente del silencio de san José ante el Misterio divino sea para nosotros una luz que nos lleve a abrir el corazón a este misterio y a vivirlo, como él con fidelidad y prudencia.