21 de marzo de 2013

EL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD


Homilía predicada por el P. José Alegre, abad
Gen 12,1-4; Sal 15,1-2.5.7-8.11; Jn 17,20-26

El salmo 15 es uno de los más bellos del Salterio. Viene a ser la historia de un hombre contento y feliz con su Dios. El salmista se ha mantenido al margen de toda idolatría y canta la dicha que supone permanecer siempre fiel al Señor. Él está con el Señor, bajo su dominio. Pero no es un dominio que humilla, que oprime, sino al contrario, eleva, libera y da vida. Yo diría: es el dominio del amor. No hay nada que pueda compararse a la alegría que proporciona el hecho de haber elegido a Dios como razón de su vida.

Este flash del salmo 15 es una imagen preciosa que podemos aplicar a san Benito en esta fiesta de su Tránsito. Por esto mismo la liturgia de hoy lo ha tenido en cuenta. La imagen de un gran hombre que vive su vida en el esfuerzo diario de centrarla en Dios. Un esfuerzo que podría empezar cada día con el primer verso del salmo que alguien ha dicho que «es uno de los más bellos gritos humanos del salterio». El grito de un hombre que se refugia en Dios. Que no se ha refugiado en instituciones, ni en amigos, sino sólo en Dios. Y viene a decirnos: ¡me ha ido muy bien!

Esto es algo que podemos afirmar de san Benito, contemplando las diversas vicisitudes de su vida, y su proyección mediante su Regla a lo largo de la historia humana y de la vida monástica en concreto.

«Yo digo al Señor: tú eres mi bien». Y esto es lo que contemplamos en la vida de Benito. Escucha la llamada de Dios, como Abraham, y marcha de su casa, de sus estudios, de los suyos… Y Dios le bendecirá, una bendición que llega no de acuerdo al tiempo del hombre, sino en razón del tiempo de Dios, que utiliza otra medida.

Cuando uno emprende un camino tal, ya no marcha sólo; Dios le acompaña, y hace un camino vivido en un diálogo permanente con el Señor. Abriendo el corazón a Dios con sus inquietudes, sus deseos, sus peticiones, pero no como «un objeto de sus deseos», sino movido siempre por el deseo absoluto y definitivo que es Dios. Que es como debe ser Dios para cada uno de nosotros: No un objeto de deseo, sino amigo entrañable que llena nuestro corazón.

Caminar, vivir en este diálogo de vida con el Señor, como nos enseña el Salmista, sería vivir una experiencia semejante, pero personal nuestra, como nos sugiere también la experiencia del poeta Paul Claudel cuando escribe: «¡Señor, qué bien se está contigo!, ¡acogido bajo tu sombra! ¡Escúchame, que yo te hablaré muy suave y bajito, para que lo oigas tú solo! ¡Oh maestro, me siento correspondido con muy poco! Yo te doy gracias, como en una mutua comprensión de amigos. Lléname de delicias con tu Rostro adonde convergen todos los caminos».

Es todo un diálogo con el Señor envuelto en una profunda ternura, que se despierta en el salmista. Profunda ternura y emoción el comentario del poeta que manifiesta una relación íntima, muy sensible con el Señor, que no le abandona. Hasta que llega la noche y continua con esa experiencia; una emoción que no le deja dormir. Es la emoción de la esposa del Cantar: «estaba durmiendo, pero mi corazón vela» (Ct 5,2).

Cristo nuestro Señor y nuestro amigo, pide al Padre en la última Cena que lleguemos a vivir esta experiencia de su amor. Benito llega a vivirla. Pero una experiencia individual del amor de Dios muestra su autenticidad cuando finaliza en una comunión de amor. Por esto, la experiencia de Benito desembocará en la experiencia de una rica tradición monástica que tenemos como responsabilidad de vivir y transmitir.