28 de marzo de 2013

JUEVES SANTO. LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

Esta Semana deberíamos hacer nuestro, un poco más el grito del Cristo doliente, del hombre doliente de nuestra sociedad. Es algo que escapa a nuestras fuerzas o posibilidades, en cuanto a dar una respuesta a tanto dolor, pero por lo menos desde nuestra confusión e impotencia hagamos vivo nuestro deseo, gritemos al Señor desde lo profundo del corazón. Por un hombre más humano. Por una sociedad más justa y más humana. Porque el problema está en el corazón del hombre, en el tuyo, en el mío, en el de cada uno de nosotros. Por esto leo el verso del poeta:

«Diré lo que he visto, gritaré: todavía el amor habita en el olvido …»

Este podría ser hoy nuestro grito a Dios, a la sociedad, a nuestros hermanos… «El amor habita en el olvido». A pesar de que hoy se alza, en la celebración litúrgica, un grito muy fuerte: «Nos amó hasta el extremo».

Es el amor que no se reserva para sí, sino que toda la persona de Jesús centrada, recogida en su corazón, se abre para dejar derramar una fuerza de vida nueva, con un gesto que, prácticamente, escandaliza a sus discípulos: «No me lavarás los pies jamás». Pero el amor hasta el extremo pasa necesariamente por la humillación, por un rebajarse hasta donde sea. Y este «hasta donde sea» puede ser el amor hasta el extremo, es el amor hasta el extremo, es el amor hasta dar la vida. Por esto Jesús tiene que completar su catequesis a Pedro y los demás discípulos: «Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo».

Aquí, en el Cenáculo, en el día de Jueves Santo, Jesús hace el signo, de lo que va a realizar a continuación: «el amor que se entrega hasta el extremo», y que va a quedar como una experiencia única en la vida de los Apóstoles: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

¿Nos hemos bañado en este amor? Porque quizás necesitamos bañarnos los pies y la cabeza, y todo nuestro cuerpo. Es decir, dicho de modo más directo y claro: bañar nuestro corazón en este amor del Cristo. Porque es posible que se nos puedan aplicar las palabras de Jesús: «No todos estáis limpios».

Pues esta es la estampa que necesitamos contemplar cada día al celebrar la Eucaristía, porque la Eucaristía que hoy celebramos es la misma que celebramos cada día. El amor hasta el extremo. Este es el amor en el que necesita bañarse nuestro corazón. Pues «cada vez que celebramos la Eucaristía, cada vez que comemos y bebemos de este cáliz proclamamos la muerte del Señor».

Proclamamos el amor hasta el extremo. Que es posible. Cada vez que el sacerdote levanta el Pan de Vida de la Eucaristía y dice: «Este es mi cuerpo». Cada vez que levanta el cáliz y dice: «Este es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía», deberíamos pensar que nos invita a vivir su mismo amor, el amor hasta el extremo.

Hoy deberíamos meditar un poco como está nuestro nivel de amor. Deberíamos repetir muchas veces en el corazón: «Nos amó hasta el extremo». Hasta se encienda el fuego en el corazón como lo enciende en el corazón del poeta:

«Amor de ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre».

Este amor entrañado, que es fiero amor de vida no es fácil, pero ¿caemos en la cuenta de que cuando tomamos el Pan de Vida en la Eucaristía, que recibimos el Pan de inmortalidad? Quien me come vivirá para siempre. Entonces porque tener miedo a abrir el corazón? Tenemos miedo a Dios, al amor hasta el extremo? Si, lo tenemos, en nuestros grupos, en nuestras comunidades, en la misma Iglesia. Mirad el Papa Francisco dijo en su homilía: No tengáis miedo a la ternura y a la bondad. Porque hay miedo a la ternura, a la bondad, al amor hasta el extremo. Y por este camino nuestra sociedad y nuestra vida no mejorará en humanidad. Y por último una pregunta en esta línea de lo que voy diciendo: Tú que participas con frecuencia en la Eucaristía, en la mesa de la comunión. ¿te pasa, siquiera, por la cabeza, reconciliarte con alguna persona, con la que no te relacionas o no te hablas?