24 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS. LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

Cuando no se sabe poner orden en los pensamientos, cuando no se pueden decir las cosas seguidas, cuando uno está inmerso en una profunda confusión, imposibilitado de hablar, la oración es un «grito». Pero un grito del alma que llega hasta Dios. La mejor oración es aquella que está inspirada por el sentimiento de la necesidad o la violencia del corazón.

Pienso que la Semana Santa que iniciamos es la semana para dar ese grito. De hecho ya lo da el hombre: Cristo. Cristo es el hombre, el punto de referencia para esta humanidad doliente, cada día más callada, más confusa y desorientada. Hoy, Domingo de Ramos, y a lo largo de los oficios litúrgicos de estos días santos podemos escuchar este grito.

Grita la multitud: «Bendito el que viene como rey, en nombre del señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!»

Gritan los fariseos: «Reprende a tus discípulos. Jesús replicó: si estos callan, gritarán las piedras.»

Grita Jesús: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»

Contemplamos a este Jesús entre luces y sombras, como también podemos contemplar al hombre de esta sociedad del siglo XXI:

«Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, de maestro, para decir una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los iniciados, como discípulo.»

«Cristo no hizo alarde de su categoría de Dios. Se despoja de su rango y toma la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse a la muerte de cruz. Dios lo levantó sobre todo, para que toda lengua proclame: Jesucristo es Señor.»

Todo esto son pinceladas muy expresivas que nos ofrecen las lecturas de la Palabra de Dios, y que se repetirán a lo largo de estos días santos. Por aquí podemos percibir el amor de Dios por nosotros sus criaturas. También podemos percibir, como contraste el perfil del hombre de hoy.

El hombre seguro de sí mismo, ensalzado, glorificado, y también dominador, opresor, injusto… que pretende tener todo atado y bien atado bajo su dominio. Y, simultáneamente, el hombre humillado, esclavo, oprimido, víctima de la injusticia, abandonado a su suerte, que es la muerte
En cualquier caso, o en ambos casos, el hombre confuso, desorientado, perdido, incapaz de hablar, uno porque habla un lenguaje de la injusticia, que es inaceptable; y el otro porque no puede hablar, condenado a un silencio que nadie escucha.

Este puede ser el perfil de nuestra sociedad. La sociedad del hombre injusto. La sociedad del hombre oprimido. La sociedad de hombre que solo tiene palabras vacías, y la del hombre que solo tiene silencio, porque no le dejar hablar.

Por este camino no hay hombre, no hay humanidad en nuestra sociedad. Se elimina a Dios y el hombre se elimina a si mismo, eliminando a los demás. Por este camino solo cabe «el grito», el grito de nuestra oración.

Esta semana, la Semana Santo podemos, y debemos, contemplar al Hombre, a Aquel que nos da la talla del verdadero hombre, a quien nos pone en el camino de una auténtica humanidad. A Cristo, el Señor.

Esta Semana deberíamos hacer nuestro un poco más el grito del Cristo doliente, del hombre doliente de nuestra sociedad. Es algo que escapa a nuestros recursos o posibilidades de solución, pero por lo menos desde nuestra confusión e impotencia hagamos nuestra oración gritando al Señor. Por un hombre más humano. Por una sociedad más justa y más humana.