16 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / Prólogo



El Santo Padre Francisco, al concluir el Mes de Mayo con el rezo del Santo Rosario, en la plaza de san Pedro, nos habló de la actitud de María ante el misterio de Dios y dijo estas palabras:

Tres palabras sintetizan la actitud de María: escucha, decisión, acción. Palabras que indican un camino también para nosotros ante lo que nos pide el Señor en la vida. Escucha, decisión, acción.

Escucha. María sabe escuchar a Dios. Atención: no es un simple «oír», un oír superficial, sino que es la «escucha» hecha de atención, acogida, disponibilidad hacia Dios. Esto vale también en nuestra vida: escucha de Dios que nos habla, y escucha también de las realidades cotidianas: atención a las personas, a los hechos, porque el Señor está a la puerta de nuestra vida y llama de muchas formas, pone signos en nuestro camino; nos da la capacidad de verlos.

La segunda palabra: decisión. María no vive «deprisa», con angustia, pero, como pone de relieve san Lucas, «meditaba todas estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2, 19.51). E incluso en el momento decisivo de la Anunciación del Ángel, ella pregunta: «¿Cómo será eso?» (Lc 1, 34). No vive deprisa, sino sólo cuando es necesario «va deprisa». Decide. María va a contracorriente; se pone a la escucha de Dios, reflexiona y trata de comprender la realidad, y decide abandonarse totalmente a Dios.

La tercera palabra: acción. María se puso en camino y «fue de prisa...» (cf. Lc 1, 39). En la oración, ante Dios que habla, al reflexionar y meditar acerca de los hechos de su vida, María no tiene prisa, no se deja atrapar por el momento, no se deja arrastrar por los acontecimientos. Pero cuando tiene claro lo que Dios le pide, lo que debe hacer, no se detiene, no se demora, sino que va «deprisa». San Ambrosio comenta: «La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud» [San Ambrosio, Exposición Evangelio de Lucas, II,19, PL15,1560].

María, la mujer de la escucha, de la decisión, de la acción.
Estas tres palabras, esta actitud de santa María también la necesitamos en nuestra vida como creyentes. Sobre todo es una actitud necesaria en el tiempo de Adviento, un tiempo de preparación para recibir el Misterio de Dios, que en su inmenso amor revela su Misterio de amor, anonadándose y revistiéndose de nuestra naturaleza, para vibrar con todo lo humano, para vivir, amar y morir como hombre, y mostrarnos de esta manera el estilo, el camino. Tres palabras para recibir, celebrar y vivir el Misterio de Navidad, el Misterio de Dios que se hace hombre, para comunicarnos la inmensa riqueza de su amor.

Pero son tres palabras no solo para un tiempo de Adviento. Hoy tenemos una necesidad urgente de hacerlas nuestras en las variadas circunstancias de la vida. No en vano podemos decir que toda la vida viene a ser un verdadero Adviento, en la espera del encuentro definitivo en la casa del Señor.

Sucede, con frecuencia, que nos movemos en nuestra vida creyente con la tendencia a la acción como una primera actitud; a programar inmediatamente unas actividades, sumidos en el dinamismo de una sociedad irreflexiva; y llegamos a creer que podemos poder cambiar el rumbo de las personas, de la historia… Y sucede lo que tiene que suceder: venimos a caer en la indecisión y por último la desilusión y el abandono, para acabar cerrados a la sabiduría de la escucha. Hacemos verdad la palabra del profeta: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos (Is 55,8).
Esta no es la sabiduría que nos muestra la vida de santa María; esta no es la sabiduría que contemplamos en la enseñanza y en la vida de Jesús de Nazaret: Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo, no busco mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. (Jn 5,30) Y pasará 30 años de escucha en Nazaret, en la espera de que llegue su «hora». Si queremos poner nuestra vida al servicio del misterio de Dios, no podemos tener otro punto de partida que la luz de Belén y la sabiduría de Nazaret. Aquí contemplamos que el punto de partida de María y de Jesús es la actitud de escucha.

Solamente, movidos por la sabiduría de la escucha, y a partir de la sabiduría que nos puede proporcionar la escucha y la contemplación, podemos aspirar a tomar decisiones correctas, sabias, acertadas. Una serena reflexión, una meditación profunda es el mejor camino para iniciar a continuación una acción dinámica y acertada, y además viviéndola como una experiencia profunda que nos nace desde nuestro espacio interior, que siempre será una garantía mejor para alejar una experiencia de fracaso.

Este año, al escribir este comentario sobre las Antífonas de la O, he querido tener como punto de referencia la sabiduría bíblica, centrada en los Libros Sapienciales.
Esta literatura sapiencial floreció en todo el Antiguo Oriente. Es una sabiduría universal. Nos proporciona una luz sobre el destino del hombre no a través de una reflexión filosófica, sino recogiendo los frutos de la experiencia de la vida. Viene a ser el arte de vivir bien y la marca de una buena educación…
La verdadera sabiduría es el temor del Señor, y el temor del Señor lleva a la piedad. Una sabiduría que nos conduce a un humanismo profundo que tendrá su máxima expresión en la vida, en la obra, en la persona de Jesucristo. Ecce homo.
Toda sabiduría auténtica está íntimamente conectada con la sabiduría divina.

El conjunto de los Libros Sapienciales adquieren su luminosidad plena a la luz de un Dios encarnado. Evidentemente, no hago un comentario de esta parte de la Biblia, sino que tomo unos puntos de referencia para mostrar que en Dios encarnado tenemos el camino abierto para vivir la sabiduría que nos salva. Que en el Antiguo Testamento hay figuras preclaras, como Moisés, que viven esta sabiduría en una referencia profunda y pedagógica a Jesucristo. Que en el árbol de la humanidad hubo abundantes brotes que levantan la esperanza del brote definitivo, que será el Mesías, nacido de santa María. La sabiduría divina se preparara una casa, en la creación, y sobre todo una casa en la humanidad, y María será la primera puerta abierta a un Dios que ha querido hacer de la humanidad su morada más apreciada. En la sabiduría encontramos la luz para nuestro camino, una sabiduría que se hace luz a través de la Palabra, que se reviste de nuestra naturaleza para ser luz del mundo, e iluminar las tinieblas de la humanidad. La sabiduría nos lleva a encontrarnos a nosotros mismos y con los demás a apoyarnos en la verdadera Roca, la Piedra angular, que, para nosotros, es siempre el misterio de Dios, manifestado en el Mesías Jesús, nacido en Belén. Este misterio divino ha abierto sus riquezas y derramado toda su sabiduría en su obra creada, pero de manera especial en lo más querido de su obra: la persona humana, la misma humanidad, hasta el punto de hacerse EMMANUEL. DIOS-CON-NOSOTROS. ¿Quién puede imaginar tanto amor? ¿Cómo podemos pasarnos al campo de un Dios que suscita el miedo?

Por ello, este año, cuando llegamos al día 17 de Diciembre, con el que iniciamos lo que es la segunda parte de Adviento, la preparación más inmediata para Navidad, mediante el canto de las Antífonas de la O, como introducción al canto del Magníficat en la plegaria de las vísperas, invito a hacer este camino junto a María, como nos recomienda la liturgia de la Iglesia, y procurando a lo largo de este camino, o de este tiempo de Adviento, abrir nuestros corazones a la sabiduría de la Palabra. A contemplar la verdadera sabiduría que se nos manifiesta en el Misterio de Navidad, a contemplar la sabiduría acogida en el corazón de santa María, desde su actitud permanente de escucha, a hacer este camino con un deseo muy vivo, plegaria a Aquel que dispone todas las cosas con suavidad y fortaleza: ¡Que me bese con besos de su boca!