19 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 19 de diciembre

OH RENUEVO del tronco de Jesé,
que te alzas como un signo para los pueblos,
ante quien los reyes enmudecen
y cuyo auxilio imploran las naciones.
VEN a librarnos, no tardes más.

Jesé o Isay, forma abreviada que viene a significar «hombre de Yahvé», «hombre de Dios», es el padre de David, de quien desciende el Mesías, llamado «retoño de la raíz de Jesé» (Is 11,1) o «vástago de Jesé» (Is 11,10; Rom 15,12). Es el tronco precioso de donde brota este vástago, este renuevo de un amor divino que constantemente se está renovando y ofreciendo a la debilidad humana. Es el signo de Dios que nunca se agota, como el árbol plantado junto a la corriente de agua. Dice el libro de Job:

Un árbol tiene esperanza:
aún talado, vuelve a retoñar
sus renuevos brotan sin parar;
aunque viejas sus raíces enterradas,
con un tronco que agoniza en el polvo,
al contacto con el agua reverdece
y echa ramas como una planta joven.
Pero el hombre muere, y queda inerte,
cuando expira el mortal ¿a dónde va?
(Job 14,7-9)

Dios pone en el paraíso de la humanidad el árbol de la vida, como signo permanente de esperanza para la vida de esta humanidad; es el árbol que nosotros, los hombres, talamos una y otra vez; pero el Dios de la vida lo ha configurado de profundas raíces, a donde no llega la mano devastadora del hombre. Es como esas cepas de la viña, que, en el invierno, no aparecen a la mirada humana sino como leña seca muy apta para alimentar el fuego, pero viene la primavera, y todo repunta de nuevo con la esperanza de nuevos racimos, de un árbol de vida que nos ofrece nuevos brotes verdes que renacen bajo el rumor de las aguas.

Y nos preguntamos por el hombre. ¿A dónde va? Va a la vida, si cuida la vida. El viejo árbol de la vida tiene fuerza y energías nuevas para acoger al hombre. Un árbol tiene esperanza: aún talado vuelve a retoñar, sus renuevos brotan sin parar. También el hombre, a la sombra del árbol recupera su vigor. El hombre, adherido al árbol, rebrota como hombre nuevo. Para esto Dios se ha hecho hombre, para esto Dios se ha adherido a la creación, se ha incorporado a nuestra humanidad… de modo que podemos contemplar a Dios pendiente del árbol de la cruz como fuente permanente de vida para el hombre, y como horizonte de vida.

Imagen vegetal, pujanza vertical del árbol, parte del árbol que pertenece a la tierra: vida vertical y enterrada. Pero mientras el árbol recibe de la tierra la pujanza, el hombre, una vez enterrado, se deshace en la tierra. Teniendo más libertad, tiene menos vida.
Job se fija en este milagro vegetal: vejez, muerte y vida renovada. El milagro vegetal subraya la caducidad humana. La palabra empleada por Job: “esperanza” es fundamental. Es una clave dinástica que más tarde dará lugar a una lectura mesiánica: Saldrá un renuevo, brotará un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y de sabiduría; espíritu de consejo y de valentía, espíritu de conocimiento y respeto del Señor… (Is 11,1s) Muestra, en el profeta Isaías, una esperanza de continuidad, de nuevas generaciones; pero Job piensa más bien en la vida del individuo [L. Alonso Schökel, Job, Coment. Teológico y literario, Edic. Cristiandad, Madrid 1982, p. 233].

El Mesías será el renuevo definitivo de este árbol; él es quien injertará la persona humana en la corriente de vida comunitaria, y abrirá las puertas a la esperanza colmada, definitiva, realizada, gracias a los frutos producidos por el Espíritu, pues hay regiones de nuestro espíritu que sólo florecen y fructifican bajo la mirada del Espíritu que viene de la región eterna a la que ellas pertenecen; y cuando esta mirada nos está velada por la ausencia, esas tierras la anhelan como anhela toda tierra el sol para arrojar plantas de flor y de fruto [M. de Unamuno, Ensayos, El secreto de la vida, Edic. Aguilar, Madrid 1951, p. 891].

La cepa, o el árbol, aparecen secos en el invierno, pero guardan en su interior el «deseo», la novedad, de la primavera, y esperan en el silencio la eclosión de una vida nueva. En el silencio interior debemos cuidar ese deseo, ese misterio de la vida, con fuerza siempre para nuevos brotes, nuevos frutos.
Oh Renuevo, ven a librarnos… Es el DESEO. Debemos dejar que cobre fuerza el deseo de esa nueva primavera, que vuelve a despertarse bajo el rumor de las fuentes vivas de la Palabra.
Santa María ha sido la criatura que ha guardado ese deseo, que ha guardado, en su silencio, esa Palabra. Santa María ha estado siempre junto al secreto del misterio y así la han cantado los Padres de la Iglesia:

Tú eres el honor de las mujeres, porque si la primera de ellas, Eva, cayó en pecado y entró la muerte en el mundo, tú, oh María, cumpliendo perfectamente la voluntad divina introdujiste en el mundo la inmortalidad.
¡Oh mujer amabilísima y tres veces bienaventurada! Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
Tú anhelas alimentarte con las palabras divinas, y crecer como olivo fecundo en la casa de Dios, como árbol plantado junto a las corrientes de agua, del Espíritu, como árbol de vida que en el tiempo preestablecido por Dios ha dado fruto: Dios encarnado, vida eterna de todos los seres [S. Juan Damasceno, Hom. Sobre la Natividad, 7.9. Edit. CN.33, Madrid 1996, p. 129s].

María encierra en sí misma todo el misterio de la vida, el fruto más precioso y también más esperado por la humanidad. El misterio como fuente de vida; también el misterio que es fuente de muerte. Todo el misterio en el alma, dice Unamuno, como un terrible y precioso tumor. Por él vivimos y sin él nos moriríamos espiritualmente; pero también moriremos por él, y sin él nunca habríamos vivido.
Pero en María se nos ha desvelado este misterio de vida y de muerte. Gracias a María se ha introducido en el mundo la inmortalidad, gracias al Renuevo nacido de ella. Gracias a este Renuevo la muerte es vencida, y la vida está abierta al horizonte de una nueva esperanza.
Este misterio es para nosotros un secreto, diríase nuestro secreto más íntimo. Un secreto que permanece dentro de nosotros como dormido o entumecido. Un secreto que el Creador ha plantado dentro de nosotros, para que se vaya abriendo como las flores del árbol se abren en la primavera y despiden el aroma de la vida nueva, preludio del fruto. El secreto se va despertando a través de nuestros pensamientos y sentimientos. Estos no necesitan luz, sino agua, agua subterránea, agua oscura y silenciosa, agua que cala y empapa, y no corre, agua de quietud. El agua preciosa de la Palabra. Entonces el aire y luz que bañarán las frondas de nuestros pensamientos y sentimientos no permanecerán sometidos a la sabiduría del mundo sino como manifestación de un secreto de vida nueva.
María, una vez más es la referencia más preciosa para desvelar este misterio que constituye nuestro secreto más íntimo. Ella, bienaventurada por acoger y vivir la Palabra, nos enseña que en esta Palabra tenemos esa agua subterránea, silenciosa, que va desvelando nuestro misterio de vida y de muerte; nuestro misterio que al final se resuelve en vida, como contemplamos en santa María.
María es el jardín cerrado, su brote, un fruto exquisito, aroma que transforma la vida; jardín cerrado, huerto regado, (Ct 4 12s) que nos invita a entrar y comer de su fruto exquisito.