21 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 21 de diciembre

OH SOL NACIENTE,
resplandor de la luz eterna,
Sol de justicia,
VEN a iluminar a los que yacen en
tinieblas y en sombras de muerte.

Dulce es la luz y los ojos disfrutan viendo el sol. Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, recordando que los años oscuros serán muchos y que todo lo que viene es vanidad (Ecl 11,7)

Con un cierto deje de melancolía y tristeza el Eclesiastés hace una última invitación a la alegría, exaltando el valor de la vida con la doble imagen de la luz y el sol, y la exhortación a disfrutar los años buenos, y a tener en cuenta el futuro sombrío que define como vanidad.

La luz es dulce, y es muy bueno contemplar con nuestros ojos este sol visible que tenemos, fuente de calor y de vida. Pues sin la luz el mundo estaría privado de belleza, la vida no sería vida. Por esto dice la Escritura: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros hemos de pensar en aquella Luz grande, verdadera y eterna, que viniendo al mundo ilumina a todo hombre; hemos de pensar en Cristo Salvador y Redentor.
Cristo es la alegría del mundo, al desvanecer con la luz de su nacimiento la oscuridad de nuestra vida; con la luz de su vida las tinieblas de la nuestra; con la luz resucitada las sombras de la muerte. Dulce es la luz y los ojos disfrutan viendo el Sol.

El sol cuando sale derramando calor,
¡qué obra maravillosa del Señor!,
a mediodía abrasa la tierra,
¿quién puede resistir su ardor?
Un horno encendido calienta al fundidor,
un rayo de sol abrasa los montes,
una lengua de fuego calcina la tierra habitada
y su brillo ciega los ojos.
¡Qué grande el Señor que lo hizo!

También brilla la luna en fases y ciclos
y rige los tiempos como signo perpetuo,
determina las fiestas y las fechas
y se complace menguando en su órbita,
de mes en mes se renueva,
¡qué maravilloso cambiar!

Las estrellas adornan la belleza del cielo
y su luz resplandece en la altura divina;
a una orden de Dios ocupan su puesto
y no se cansan de hacer la guardia
(Eclo 43,2s)

Dios ha creado la belleza de la luz; luz para el día y luz para la noche. Luz que nos habla de la bondad del Creador. Es el primer resplandor de la luz divina, que nos habla de la belleza de la luz, y de la belleza y bondad del corazón de Dios, que la manifiesta con más plenitud con la venida del Sol naciente: el Verbo de Dios.

El Verbo de Dios, esplendor eterno, ilumina hasta los sentimientos más escondidos del alma, donde no llega a penetrar el sol del firmamento. Porque el Verbo de Dios es una espada espiritual que penetra hasta la división del alma y del espíritu. Penetra en el alma y la ilumina con el reflejo de la luz eterna… Quien vuelve la espalda al Sol de justicia no puede contemplar su esplendor y camina en las tinieblas, mientras los demás lo hacen en la luz.
Abre las ventanas de par en par al Verbo de Dios, para que te ilumine toda la casa con el esplendor del Sol verdadero. Abre los ojos para ver el Sol de justicia que nace para ti. La Palabra de Dios llama a tu puerta [San Ambrosio, Coment. Salmo 118, Sermón 19, 36-40, PL 15, 1480-1482].

Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad,
no nos iluminaba la luz de la justicia,
para nosotros no salía el sol
(Sab 5,6)

El pan de la limosna es vida del pobre,
el que se lo niega es homicida;
mata a su prójimo quien le quita el sustento,
quien no paga el justo salario derrama sangre.
Uno construye y otro derriba:
¿de qué sirve sino de más trabajo?
Uno reza y otro maldice:
¿a quién escuchará el Señor?
(Eclo 34,21s)

El Sol de justicia desea ser precedido. Procura de preceder aquel sol que ves: Despierta tú, que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará. Si te adelantas a la salida de este sol acogerás a Cristo Luz. Él te iluminará en el fondo del corazón y cuando le digas: mi alma te ansía de noche, hará que resplandezca la luz de la mañana en las horas nocturnas, si meditas la Palabra de Dios. Y cuando el amanecer te encuentre meditando la Palabra de Dios, y esta ocupación tan grata de orar y salmodiar haga las delicias de tu corazón, dirás nuevamente al Señor Jesús: las puertas de la aurora se llenan de gozo [San Ambrosio, Coment. Salmo 118,Sermón 19, 30-32, PL 15, 1470s].

Santa María es nuestro punto de referencia más precioso en el camino de preceder al Sol de justicia. Ella lee, medita y guarda la Palabra, y así puede cantar la grandeza del Señor. Puede cantar la justicia de Dios que llama de generación en generación. Puede cantar la justicia de Dios que interviene con fuerza para desbaratar los planes de los arrogantes y los poderosos, y exaltar a los humildes.
Santa María nos enseña los caminos para aprender el Magníficat y poder llegar a cantar la justicia de Dios. A cantarla y a vivirla.
Santa María se deja mirar por Dios, permite que a través de esta mirada resbale la Palabra hasta su corazón; y ella, mujer sencilla del pueblo sentirá nacer el Sol de justicia en su vida. Y su canto nos anunciará un tiempo nuevo, para un hombre nuevo, en que la mirada de Dios no vendrá desde fuera, desde arriba, sino desde abajo, desde dentro.
Santa María nos dirá que, efectivamente, Dios ha visitado a su pueblo como un sol que nace de lo alto, para iluminar lo bajo, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para poner luz a los pasos del hombre y guiarle por el camino de la paz.

¡Salve llena de gracia!
Salve, oh toda reluciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz. Salve, llena de gracia, por quien ha cesado la ley y ha aparecido la gracia. Salve, verdaderamente llena de gracia, el Señor está contigo; el que antes ya estaba en ti, ahora procede de ti; antes preparó tu seno como hospedaje, después puso en él su morada, al realizarse el gran misterio de la Encarnación.
Bendita tú, entre las mujeres, tierra deseable, donde el alfarero tomó el lodo de nuestra naturaleza, y reparó el vaso quebrado por el pecado [S. Andrés de Creta, Homilia IV en la Natividad de María, Edit. CN, Madrid 1995, p. 80].
Bendita tú, a quien Ezequiel llamo Oriente, y que nos ha permitido contemplar la gloria del Señor, que llena el templo… (cfr. Ez 44,1s)