23 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 23 de diciembre

OH EMMANUEL,
rey y legislador nuestro,
esperanza de las naciones
y Salvador de los pueblos.
VEN a salvarnos, Señor Dios nuestro.

VEN. Ven a salvarnos. ¡EMMANUEL! ¡Dios con nosotros! Sin ti cada uno vamos por nuestro camino, errantes, sin oriente, sin luz. Por esto a ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío. Cielos destilad el rocío, nubes, derramad la victoria, la tierra espera la salvación. Con estos sentimientos, la paciencia de Job nos invita a levantar la mirada:

Está en el cielo mi testigo
y en la altura mi defensor,
el que interpreta mis pensamientos ante Dios:
a él alzo los ojos llorosos;
que él juzgue entre hombre y Dios
como se juzga un pleito entre hombres.
Porque pasarán años contados
y emprenderé el viaje sin retorno
(Job 16,19-22)

VEN, Señor, no tardes. Ilumina las tinieblas, manifiéstate a las naciones dispersas y sin pastor. Esperamos un defensor. El dolor y la angustia y la desesperanza crecen. Para Job, como para mí, o para ti, o para cada hombre, lo único real es su dolor, que no se arregla con palabras. En su profundo dolor, en una situación muy dura, el hombre se da por vencido. Incluso hasta recordar que este duro maltrato le viene de Dios:

Dios me ha rendido y amedrentado,
su furor me ataca y me desgarra.
Vivía yo tranquilo cuando me trituró
(Job 16,7.9.12)

Pero en su débil esperanza tiene fuerzas para confiar, para invocar i desear un defensor. ¿Quién se atreverá a mediar en este drama tan fuerte, en que un hombre se atreve a desafiar a Dios? Parece que no puede ser otro sino el mismo Dios, puesto que él ha creado el corazón humano, él es el único capaz de sondear este corazón. En Dios contemplamos la tensión entre la justicia y la misericordia, pero hemos conocido el amor que hace triunfar la misericordia.

Sé tú mi fiador ante ti mismo,
pues ¿quien si no será mi garante?
(Job 17,3)

Y Dios, que se deja encontrar de quien le busca, responde a la oración del justo:

Depositó los ojos de su amor en mí y me habló: He decidido firmemente usar de misericordia con todo el mundo, y proveer a las necesidades de los hombres… Por mi gran providencia quise crearlo, contemplándome a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura y me he complacido en criarlo a imagen y semblanza mía. Además le he dado memoria para que recordase mis dones y le he hecho partícipe de mi poder de Padre eterno. Lo he enriquecido con la inteligencia, para que con la sabiduría de mi Hijo comprenda y conozca mi voluntad. Le he dado también voluntad, para que pueda amar y pueda ser partícipe del mismo amor que es el Espíritu Santo, para que pueda amar con su inteligencia lo que conoce y contempla.
Para alejar al hombre de la muerte, yo, con gran amor, vengo en ayuda vuestra, entregándoos a mi Hijo, a quien le exigí una gran obediencia, para liberar al linaje humano del veneno que infectó al mundo con la desobediencia [Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la Divina Providencia, Cap. 134].

Dios responde a la plegaria, pero el hombre ha de preparar el encuentro. El Señor se adelanta y ocupa el primer plano con su soberanía, frente a la limitación humana, ha tomado la iniciática en la búsqueda de la criatura humana. El proverbio quiere relativizar la eficacia de la actividad humana bajo la soberanía de Dios. El hombre prepara su discurso y Dios le pone en la boca otras palabras. Dios domina y controla la interioridad.

El hombre se prepara por dentro,
el Señor le pone la respuesta en los labios.
El hombre planea su camino,
el Señor le dirige los pasos.
(Prov 16,1.9)

Mirad, yo enviaré mi ángel para que prepare el camino delante de mí. (Mal 3,1) Estas palabras proféticas han sido muy oportunamente adaptadas al misterio de Cristo. Dios Padre lo ha hecho por nosotros Emmanuel: justicia, santificación, redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de lo deshonesto, camino hacia una manera de vivir más santa y más digna, puerta de acceso a la vida eterna; por él todas las cosas han sido enderezadas, el poder del diablo derrotado, la justicia recobrada [San Cirilo de Alejandría, Comentario al profeta Malaquías, 3,32, PG 72,330-331].

Y esto no es más que la orla de sus obras,
hemos oído apenas un murmullo de él
¿quién percibirá su trueno poderoso?
(Job 26,14)

Hemos oído apenas un murmullo de él, y sin embargo Dios ya nos lo ha dicho todo de él. Dios ya nos ha dicho su Palabra definitiva, nos ha enviado su Verbo revestido de nuestra naturaleza, hablando nuestro lenguaje humano. Nos movemos en esta aparente contradicción: el Reino ya ha venido, pero todavía no. Es la tensión y la dinámica del amor. Es la tensión y la dinámica de vida entre el Creador y su criatura.
Dios ha dado su respuesta a la indigencia de su criatura. Pero nosotros, sus criaturas vivimos en el tiempo. Vivimos en el Adviento. Vivimos en el tiempo que es tiempo de crecimiento, de progreso espiritual, tiempo de conocer y de amar… ¡de esperar!

Navidad está cerca. La misma brevedad de los días lo adelanta o anuncia. El mundo con sus angustias indica o pide la inminencia de algo que lo renueve. Presentimos Navidad por las señales de la naturaleza. Obremos nosotros en sintonía: que nosotros aumentemos la medida de nuestra justicia, que nuestra liberalidad se extienda a los pobres y peregrinos; que rechacemos las tinieblas de la avaricia. Revistámonos en nuestro interior con vestidos limpios, sin mancha, adornémonos con obras santas; adornen la conciencia del hombre interior, lavemos las manchas del espíritu [San Máximo de Turín, Sermón 61A,1-3].

Son muchas las respuestas de Dios, a lo largo de la historia, al grito del hombre, la misericordia de Dios se manifiesta a través de muchos y diversos matices humanos. Ha enviado su «Ángel» para mostrarnos el camino, para ser nuestro camino. Y desde la primera respuesta de Dios a una humanidad inmersa en la oscuridad, el dolor y la desesperanza, ha hecho posible que la Navidad siempre esté cerca. Su amor sin medida nos ha dado una respuesta que está más allá del tiempo, pero como un punto de referencia en el tiempo para levantar nuestra mirada a un horizonte amplio. Un punto de referencia en la misma criatura: Santa María.
Santa María proclama la misericordia del Señor, que llega a sus fieles de generación en generación. María proclama la grandeza del Amor, que no deposita los ojos del amor, su mirada en ella, sino todavía más: deposita la plenitud del amor. El Amor mismo. Y contemplamos en ella una tensión amorosa muy viva, muy profunda: él se ha fijado en ella, el Señor está contigo le revela el arcángel; ella se desconcierta en su pequeñez, en su sentimiento profundo de humildad; el Señor se anonada, se rebaja, para entrar en la vida de María, puerta de la humanidad, ella se contempla a sí misma anonadada: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Una luminosa tensión de amor que abre el camino, como singular sugerencia para entrar Dios en el corazón del hombre, y el hombre en el corazón de Dios. Una tensión amorosa que nos sugiere el verdadera camino de la paz. Navidad, puede estar cerca.

EPÍLOGO
[Papa Francisco, Oración final a Santa María, del mes de Mayo, en la Plaza de san Pedro]

PLEGARIA

María, mujer de la escucha, haz que se abran nuestros oídos; que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las miles de palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, a cada persona que encontramos, especialmente a quien es pobre, necesitado, tiene dificultades.

María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones; danos la valentía de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan «deprisa» hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.