30 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Prov 8,22-31; Sal 8,4-9; Rom 5,1-5; Jn 16,12-15

«Gloria ... amén». (recitado con mucha rapidez)

«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén». (recitado muy lentamente)

Es un comienzo algo teatral. Estoy de acuerdo. Pero cuando nosotros participamos en este misterio de Amor que es la Eucaristía de manera inconsciente ¿no estamos haciendo muchas veces una pobre representación teatral?

¿Sabemos cuántas veces al día decimos Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio…? ¿y somos conscientes de cómo lo recitamos?...

La Eucaristía empieza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y acaba con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y entre estas dos invocaciones de la Trinidad celebramos lo que viene a ser una seria representación del Amor que se entrega hasta el extremo, una celebración del Amor que nos salva.

La Eucaristía engloba todo el Misterio de Dios que es el Misterio de la Trinidad, de donde ha brotado toda la belleza de la creación, y toda la belleza y bondad de la criatura humana.

Deberíamos cada día celebrar con temor y temblor este profundo misterio que nos envuelve a todos.

Tanto es así que conozco un monasterio de monjes, donde cuando dos miembros de la comunidad no están en una mínima relación de hermanos, les invitan a no acercarse a la comunión. Yo creo que esto nos enseña el gran respeto y la profunda valoración de este misterio de Amor y de comunión que es el Misterio de la Trinidad.

Necesitamos conocer esta «Verdad», que es el núcleo de nuestra fe. Pero no un conocimiento de razón, seco, frío… un Dios y Tres personas… Para que nos abramos a este conocimiento del Misterio de Dios, se nos ha dado el Espíritu Santo, ha sido derramado en nuestro corazones su Amor, para que lleguemos a estar en paz con Dios, y sea una realidad que Dios sea todo para todos. Porque como nos enseña san Bernardo: «Dios no es todavía todo para todos. De aquí se deriva que la razón se engañe en sus juicios con tanta frecuencia, que la voluntad se vea sacudida por sus desórdenes y que la memoria se desconcierte por sus muchos olvidos. La criatura está doblegada por este fracaso, no por gusto, aunque abriga una esperanza. Pues el que sacia de bienes todos los anhelos será plenitud luminosa para la razón, torrente de paz para la voluntad, presencia eterna para la memoria. ¡Oh amor, verdad, eternidad! ¡Santa y feliz Trinidad! Por ti suspira desde su desgracia esta mi trinidad por su destierro lejos de ti. ¡Como hemos trastocado esta trinidad nuestra contra la Tuya. Siento palpitar mi corazón, y me duele mi ser; me abandonan las fuerzas y me estremezco; me falta hasta la luz de los ojos y caigo en el horror. ¡Ay trinidad de mi alma, te alejaste al pecar y mira ahora tu gran desemejanza con la Trinidad!» (Sermón 11,5 sobre el Cantar)

Para colaborar con Dios en ese camino de que Dios llegue a ser todo para todos es necesario vivir nuestra fe movida en todo momento por el amor. Ese Amor que ha sido derramado en nuestros corazones. Es necesario dejar que coja fuerza el dinamismo del Amor en nuestra vida.

Contemplemos como mueve el amor a Dios, y así podemos tener un principio de referencia en nuestra vida. Dice Ramón Llull: «El Amado está muy por encima del Amor y el Amigo está muy por debajo del Amado; y el Amor que se encuentra entre los dos hace descender el Amado hasta el Amigo y hace subir el Amigo hasta el Amado. Y de esta subida y de esta bajada o descenso nace y vive el Amor que sirve al Amado y hace sufrir al Amigo» (Libro del Amigo y del Amado, n. 251)

Parece esto un juego de subidas y bajadas entre el Amado y el Amigo, entre Dios y el hombre. Un juego que parece recordarnos la relación entre Dios y la Sabiduría de que nos hablaba la primera lectura, donde además leemos de manera expresa: «yo estaba junto a Él, hacía sus delicias, jugaba continuamente en su presencia, jugaba por toda la tierra y compartía con los hombres mis delicias».

Por favor no nos inventemos otra vez un Dios serio. Nuestro Dios es un Dios que se complace en vernos jugar. Y dentro de este juego de vida y de amor hay todo un hermoso dinamismo de bajada y subida… Todo para hacerle el juego al Amor.

Pero podemos ser tan serios que no lleguemos a entrar en este juego del Amor. Y esto es un entrenamiento para la vida eterna. O mejor dicho es ya el comienzo de la vida eterna, pues ejercitándonos en ese amor, nos vamos incorporando poco a poco en esa locura de amor que es la Trinidad.

Por ello nos invita San Bernardo: «Meditemos qué obras ha hecho la Trinidad en el universo y con nosotros desde la creación del mundo del mundo hasta su consumación. Contemplemos cuán solícita está la divina majestad, de quien depende el gobierno y orden de los siglos, para que no nos perdamos eternamente. Ha desplegado su poder al crearnos y todo lo dirige con sabiduría, como una prueba evidente de su poder y sabiduría. También había bondad en Dios y en grado infinito, escondida en el corazón del Padre, para desbordarse sobre todos sus hijos en el momento oportuno». (Sermón 2 de Pentecostés)