16 de mayo de 2010

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53

Podemos resaltar dos escenas en las lecturas de hoy:

Primera escena. Una voz se deja oír: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse».

Segunda escena. Dice Jesús mismo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará… Ellos fueron y proclamaron el Evangelio».

¿En cual de estas escenas te sitúas?

Hoy, solemnidad de la Ascensión, Cristo es glorificado. Cristo nos precede a la gloria. Su ascensión es nuestra victoria, la esperanza de nuestra glorificación. Esta fiesta nos ofrece un mensaje que san Bernardo nos describe con gran belleza: «El Señor de los cielos invade con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor (Salm 18,7). La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afecto rapidísimo para acoger su palabra». (Sermón 3º sobre la Ascensión)

Pero de momento se quedan mirando al cielo. Todavía no son conscientes de que Jesús con su resurrección ha roto todos los moldes. Y ellos sus discípulos, siguen encerrados en los suyos: «¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?».

Nosotros quizás podemos estar en la primera escena. Mirando el bello azul del cielo. Hay muchos cristianos mirando al cielo. Contemplando, no el cielo donde está Dios, sino la nubes por donde se nos va ese Dios. Necesitamos ser conscientes de que el Señor ha roto los moldes, y el Sol, que llega a su cenit, cae como fuego sobre la tierra, sobre esta tierra pobre de sabiduría. Pero viene ahora con el fuego de su Espíritu.

Necesitamos del fuego de Jesús. Para situarnos en la segunda escena. Para ser anunciadores de la Buena Noticia de Jesús Resucitado. Anunciadores de un evangelio que rompe todos los moldes, anunciando una sabiduría nueva. La sabiduría de un hombre nuevo, de una humanidad nueva, que no acaban de hacerse realidad en un mundo donde domina la mirada superficial.

Y esto nos trae la exigencia, como dice Bernardo, de «purificar el entendimiento y el afecto. Tenemos el entendimiento turbio y el afecto muy sucio y manchado».

Tenemos necesidad de los dones espirituales de una comprensión profunda, que ya está anunciada, cuando Jesús les dice: «Conviene que yo me vaya para que venga quien os lo enseñará todo» (Jn 14,15; 16,7). Este es el vivo deseo de Pablo para los efesios, y para nosotros. Tenemos necesidad de conocer, pero un conocimiento del corazón, de la esperanza a la que nos llama.

Cristo es quien nos da la luz al entendimiento, y el Espíritu Santo purifica el afecto. Necesitamos purificar el entendimiento para conocer y el afecto para amar. Esta luz, esta purificación nos viene de Cristo y de su Espíritu.

Ya tenemos una cierta luz. San Bernardo dice que nuestro entendimiento ya está iluminado. Pero no le acompaña el afecto, necesitado de una fuerte purificación.

Escribirá Bernardo: «Conocéis el bien, el camino a seguir, y cómo debéis caminar. Pero la voluntad no es idéntica en todos. Algunos andan, corren y vuelan en todos los ejercicios de este camino y de esta vida: las vigilias se les hacen breves, las comidas sabrosas y el pan excelente, los trabajos llevaderos y agradables. Otros todo lo contrario: tienen un corazón tan árido y un afecto tan pertinaz que nada de esto les atrae. Son tan pobres y miserables que únicamente les mueve el temor del infierno. Comparten todas las miserias, pero no las alegrías».

Sucede que no ven a Cristo. Están mirando al cielo, el paso de las nubes… No ven a este Cristo que se retira para romper los moldes e invitarnos a abrirnos a la luz del Señor que nos quiere como instrumentos de una publicación, la de su buena noticia que quiere hacer un hombre nuevo y una humanidad nueva. Pero para ser instrumentos de esa buena noticia necesitamos tener experiencia de la grandeza del poder de Dios dentro de nosotros; del poder que obra en ti, en mí, en cada uno. Pero esto no lo puede llegar a vivir un alma volcada o derramada en las distracciones, en el exterior, sino recogida en su interior para no escapar de su calor, del Sol que deja caer su fuego a borbotones sobre la tierra.

En resumen: ¿en qué escenas estás situado? o ¿estás fuera de toda escena?