16 de mayo de 2010

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Lc 24, 46-53

Reflexión: La Ascensión del Señor

Jesús exaltado por la resurrección a la diestra de Dios (Act 2,34 Rom 8.34 Ef 1.20s 1Pe 3.22), señorea como rey (Ap 1,5 3.21 5,6 7.17), «subió» al cielo. Su ascensión aparece en las primeras afirmaciones de la fe, no tanto como un fenómeno considerado por si mismo cuanto como la expresión indispensable de la exaltación celestial de Cristo (Act 2,34 Mc 16,19 1Pe 3,22). Con la explicitación de la fe, ha ido adquiriendo una individualidad teológica e histórica cada vez más marcada.

La preexistencia de Cristo, se fue explicitando, en cuanto que la Escritura ayudó a percibir la preexistencia ontológica. Jesús, antes de vivir en la tierra, estaba junto a Dios como Hijo, Verbo, Sabiduría. Consiguientemente, su exaltación celestial no fue sólo el triunfo de un hombre elevado al rango divino, como podía sugerirlo una cristología primitiva (Act 2,22-36), sino el retorno al mundo celestial, de donde había venido. Fue Juan quien expresó en la forma más clara esta bajada del cielo (Jn 6,33.38.41s.50s.58) y puso en relación con ella la nueva subida de la ascensión (Jn 3,13 6,62). Aquí no se puede invocar a Rom 10,6s, pues el movimiento que allí sigue a la bajada de la encarnación es el resurgimiento del mundo de los muertos más bien que la subida al cielo. En cambio, Ef 4,9s expone una trayectoria más amplia, en la que la bajada a las regiones inferiores de la tierra va seguida de una nueva subida que lleva a Cristo por encima de todos los cielos. Es también la misma trayectoria supuesta en el himno de Flp 2,6-11.

Otro aspecto de la ascensión como etapa glorificadora distinta de la resurrección: la solicitud por expresar mejor la supremacía cósmica de Cristo. En Colosas se había amenazado con rebajar a Cristo a un rango subalterno entre las jerarquías angélicas, Pablo reitera en forma más categórica lo que había dicho ya sobre su triunfo sobre los poderes celestiales (1Cor 15,24), afirmando que este triunfo ha sido ya adquirido por la cruz (Col 2,15), que desde ahora ya Cristo señorea en los cielos por encima de los poderes, cualesquiera que sean (Ef 1,20s); y entonces es cuando utiliza el Sal 68,19 para mostrar que la subida de Cristo por encima de todos los cielos fue su toma de posesión del universo, al que él «llena» (Ef 4.10), lo «recapitula» (Ef 1,10) en calidad de cabeza. El mismo horizonte cósmico aparece en el himno de 1Tim 3,16: la elevación a la gloria viene aquí después de la manifestación a los ángeles y al mundo. La epístola a los Hebreos vuelve a su vez a pensar la subida de Cristo en función de su perspectiva de un mundo celestial, en el que se hallan las realidades de la salvación y hacia el que peregrinan los humanos. El sumo sacerdote subió el primero, atravesando los cielos y penetrando en el santuario, donde intercede en presencia de Dios.

Palabra

«¿Es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?». Los discípulos no habían entendido todavía a Jesucristo. Tendrán que esperar la venida del espíritu Santo, para que cambie su horizonte. Otra sabiduría viene entonces a iluminarlos y darles fortaleza.

«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?». Efectivamente, no estamos en el tiempo de mirar al cielo, sino de caminar, de hacer caminos por esta tierra, y de caminar hacia el espacio interior.

«Que el Señor os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo». Hoy necesitamos como nunca esta luz para la mirada del corazón, para comprender los caminos de Dios, para saber de la esperanza a la que nos llama.

«Id al mundo entero y proclamad el evangelio». ¿Lo proclamamos? o bien, antes: ¿lo vivimos?, pues no se puede proclamar realmente lo que no vivimos.

Sabiduría en la Palabra

«Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con él. Él fue exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él allí. Él realiza aquello con su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como él con la divinidad, sí que podemos con el amor, si va dirigido a él». (San Agustín, Sermón)

«De aquí que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1). Entonces derramó sobre sus amigos toda la fuerza de su amor, antes de derramarse él mismo como agua, por amor de sus amigos (Sal 21,15). Entonces les entregó el sacramento de su cuerpo y sangre e instituyó su celebración. No sé que es más admirable, si su poder o su amor: para consolarlos de su partida inventó una nueva manera de estar presente, de suerte que separándose de ellos corporalmente, permaneciese no sólo con ellos, sino también en ellos, en virtud del sacramento. Entonces como olvidándose de su majestad y como haciéndose injuria a sí mismo —aunque para el que ama es un honor humillarse en favor de sus amigos—, por una condescendencia inefable el Señor, ¡y qué Señor!, lavó los pies de sus siervos y les dejó un modelo de humildad y un sacramento de perdón». (Guerrico, Abad, Sermón sobre la Ascensión)