18 de abril de 2014

VIERNES SANTO. LA MUERE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

«Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Lo mismo hizo con el cáliz: este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva».

Hoy celebramos este Amor, Cuerpo roto, entregado por nosotros. Hoy recibimos en la comunión, este Cuerpo roto que volverá a recomponerse, a resucitar en nosotros cuando vivimos la comunión en el amor. Hoy celebramos el Amor que se entrega, que se nos da, para que seamos nosotros su instrumento vivo de amor y de unidad en este mundo roto.

Hoy se nos invita solemnemente a mirar al que traspasamos, el cuerpo roto y entregado por nosotros: «Mirad el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo». Mirad, porque quizás no miramos bien a este hombre desfigurado, sin aspecto humano. Quizás muchos nos espantamos y cerramos los ojos, o llevamos la mirada a otra parte.

«Mirad el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo». La muerte es la prueba suprema, la hora suprema, el lugar supremo de la revelación de Dios, de su amor. Jesús, en su amor extremo se entregó, y sigue entregándose por mí, por ti, por todos y cada uno de los hombres de este mundo. Su Pasión está abierta hasta que yo responda a ella, y me identifique con este amor extremo. En la cruz sigue clavada la salvación del mundo. Cristo continua crucificado en millones de personas.

«Mira el árbol de la cruz». Y quizás te venga a la mente una pregunta que se hace el poeta:

«¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?» Él ya no piensa, él ha dicho todo lo que tenía que decir, él ha hecho todo lo que tenía que hacer. Ahora calla, es el silencio de la cruz, que espera tu palabra de respuesta, la mía, la de cada hombre de este mundo que continúa gimiendo en su abismo de miseria humana:

«Tú que callas, oh Cristo para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana…»

Él ha dicho todo lo que tenía que decir; ha hecho todo lo que tenía que hacer. Ahora nos toca mirar el silencio de la cruz. Escuchar el silencio de la cruz. Pregúntate que estás dispuesto tú a hacer por él. Porque él dijo: «lo que hacéis a uno de estos hermanos míos, lo más humildes, a mi me lo hacéis».

Este Cristo que contemplas en la cruz pasó haciendo el bien, diciendo y haciendo presente su amor, el amor de Dios. Este Cristo es también el hombre que ha dado a Dios la respuesta que espera de los hombres para iniciar el camino de una nueva humanidad.

Este Cristo lo contemplamos en el silencio de la cruz, pero este silencio se repite en el grito desesperado de muchos humillados, de muchos triturados por nuestros crímenes; de muchos humillados que se los llevan sin defensa, sin justicia.

Jesucristo revela otro rostro de Dios, propone otra forma de humanidad. Muestra a Dios como Misericordia y no como poder, como Padre de cada hombre y más Padre de quien está más necesitado, más pobre, pecador o marginado. Y este rostro de Dios es el que contemplamos en Jesús de Nazaret.

Jesús se ha convertido en la acusación absoluta de todos los pecados y de todos los pecadores. Una acusación silenciosa que no ofende, ni hiere, ni humilla, porque no comienza con la denuncia violenta sino con la Pasión que com-padece y supera. Y nos ilumina en el sentido de que toda ofensa hecha a un hombre es una ofensa a él, y que si él sufrió siendo inocente, sufrió por los inocentes para defenderlos y por los culpables para acusarlos, pero con una acusación que no los destruye en su conciencia, sino que les permite recuperarse desde ese amor por el dolor. Acerquémonos confiadamente a este trono de gracia que es la cruz, a fin de alcanzar misericordia.

Jesús no niega la muerte y el dolor, sino que pasa por ellos, para mostrarnos que son formas de tránsito a otra realidad nueva: la Resurrección. Quien da la vida en un servicio de amor la vuelve a recobrar.

Nada se pierde, lo que tú siembras vuelve a renacer en una vida nueva. Mira el árbol de la cruz. Espera tu respuesta.