17 de abril de 2014

JUEVES SANTO. LA CENA DEL SEÑOR

Homilia predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

«Todo cuanto entonces hizo, habló o padeció Jesucristo, lo ordenó de tal manera, que cada momento y todos los detalles están colmados de gracia y de misterio. Pero los días más insignes son los cuatro que celebramos estos días, es decir: el día de la procesión, del de la cena, el de la Pasión, el de la sepultura y el de su Resurrección. Estos días nos piden una veneración particular. Son días cargados de misericordia y de gracia». (San Bernardo)

Son días para contemplar el Misterio de amor más profundo, aquel que nos abre las puertas de la vida.

«Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

El amor hasta el extremo, la locura del amor, que lleva hasta la locura de la cruz. El mundo sigue apostando por el conocimiento, el mundo pide signos que den seguridad, tranquilidad, pero nosotros debemos apostar por la locura del amor de Dios, un amor extremo que lleva a la cruz, como un camino irresistible a la vida nueva de la resurrección.

Esta locura de amor no es el amor humano que nace en el corazón de unas personas que creen y dicen es eterno, pero que se disuelve como el azúcar en el café ante las primeras dificultades o problemas de la vida. El amor hasta el extremo de Jesucristo, su locura de amor nace de un sentimiento de amor en lo más entrañable de Dios, y cuando un sentimiento nace desde el espacio más íntimo de un ser, este tiene capacidad y deseo de salir y manifestar ese sentimiento de amor, y es capaz de rebajarse, de humillarse hasta tomar una toalla, echar agua en una jofaina y ponerse, como el último de los esclavos, a lavar los pies de los discípulos.

Hoy, en este Jueves Santo, contemplando la escena de la Ultima Cena de Jesús con sus discípulos nos tendríamos que preguntar:

¿Desde qué profundidad me nace el amor?

El amor nace en la noche; en una noche de Belén. Y, quizás, aquella noche continuó durante los 30 años de la vida de Dios revestido de nuestra humanidad, noche solo rota por los muchos destellos de amor por nosotros, hasta llegar hasta el amor extremo, la locura de la cruz, el tiempo de la noche más densa y cerrada, más angustiosa. La noche de Getsemaní. La noche del abandono más extremo para dar pie a la Noche más dichosa, la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo de Dios. Esta es la obra de Dios en la humanidad.

¿Dejas que sea la obra de Dios en tu corazón?

Porque el Amor está dentro de ti, el Amor te llama hacia el interior, hacia el centro más íntimo de ti mismo, te llama para que vivas una identificación profunda con el Amado. Él te llama, en el deseo de él sabrás de tu respuesta al Amor.

Pero hoy todo lo queremos claro, pedimos señales, prodigios. Queremos que sea clara la voz de Dios. Y no lo es. No puede ser clara la voz de Dios, porque nuestros cinco sentidos no están formados para captar directamente esa voz divina. La voz de Dios es profunda y solo la captamos desde el sentido más profundo, el sentido del amor iluminado. La voz de Dios es honda inexplicable, es como una honda angustia en lo profundo del ser, allí donde el alma tiene su raíz. Es la voz en la noche.

La voz de Dios no resuena en los oídos, ni en la mente, sino más adentro, allí donde él habita, en lo más profundo y entrañable de uno. No es superficial, y por eso nos parece que no es clara, porque solemos vivir en lo superficial de nosotros, donde nos comunicamos unos a otros con las meras palabras. La voz de Dios es profunda, porque Dios habita en lo profundo del ser. Y su voz es silencio. Y en el silencio ha de ser escuchada. Hallar a Dios es buscarlo incesantemente.

«Estos días nos piden una veneración particular. Son días cargados de misericordia y de gracia».

«Una brisa sopla en la noche. ¿Cuándo se ha levantado? ¿de dónde viene? ¿a dónde va? Nadie lo sabe. Nadie puede hacer que el espíritu, la mirada y la luz de Dios se posen sobre él. Un día el hombre toma conciencia de que se ha vuelto sensible a una cierta percepción de lo divino extendido por todas partes. Pregúntale: ¿cuándo ha comenzado a sucederle? No podría decirlo. Todo lo que sabe es que un espíritu nuevo ha atravesado su vida».

La Eucaristía transforma la vida del cristiano incorporándolo aún más a su Maestro. Este Misterio de la Eucaristía es el que despliega en las celebraciones de esta Semana Santa. Dejemos que nos envuelva el abrazo amoroso de Cristo.