1 de julio de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 13º del Tiempo Ordinario (Año B)

Del comentario al Evangelio según San Juan, de San Cirilo de Alejandría, obispo

Vemos que incluso para resucitar muertos El Salvador no se contenta con actuar con su palabra divina. Toma como cooperadora —por decirlo así— para esta obra tan magnífica su propia carne, a fin de mostrar que ésta tiene el poder de dar la vida y para hacer ver que forma una sola cosa con él: es realmente su propia carne y no un cuerpo extraño. Así sucedió cuando resucitó la hija del jefe de la sinagoga, diciéndole: «Muchacha, levántate», la tomó de la mano, tal como está escrito. Le dio vida, como Dios, con un mandato todopoderoso, y la vivificó también por el contacto con su santa carne; testimonió de esta manera que, tanto en su carne como en su palabra, ponía en práctica una misma energía. Asimismo, cuando llegó a un pueblecito llamado Naín, donde llevaban a enterrar a un joven hijo único de una madre viuda, tocó el féretro diciendo: «Joven, levántate». No sólo da a su palabra la fuerza de resucitar a los muertos sino que también, para mostrar que su cuerpo es vivificante, como hemos dicho, toca los muertos, y por medio de su carne hace pasar la vida a los cadáveres.

Si el solo contacto con su carne sagrada da la vida a un cuerpo que se descompone, ¿qué provecho no encontraremos en su eucaristía vivificante, cuando la tomamos como nuestro alimento? Transformará totalmente en su bien propio, que es la inmortalidad, quienes habrán participado.

Homilía del Papa Pablo sexto, en Manila (29/09/1970)
«Pobre de mí, si no predicara el Evangelio!» Cristo mismo me ha enviado para ello. Yo soy apóstol, soy también testigo. Cuanto más lejano es el término y más difícil el mandato, con más vehemencia «el amor que Cristo me tiene me obliga». Yo he de predicar el nombre de Cristo: «Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo»; él, que nos manifestó el Dios invisible, «es el primogénito de toda la creación y todo se mantiene unido gracias a él». Es maestro y redentor de los hombres, por nosotros nació, murió y resucitó.

Cristo es el centro de la historia y de todas las cosas del universo, nos conoce y nos ama, es amigo y compañero de nuestra vida, es el hombre del dolor y de la esperanza. Y volverá, al fin de los tiempos, para ser nuestro juez y —tenemos esa confianza— la plenitud y la dicha de nuestra vida.

Yo no pararía nunca de hablar de Cristo: él es la luz, él es la verdad, sí, él nos es camino, verdad y vida. Cristo es pan y fuente de agua viva, que sacia nuestra hambre y nuestra sed, es pastor, caudillo, ejemplo, es para nosotros consuelo, es hermano. Fue como nosotros, o aún más que nosotros, pequeño, pobre y humillado; se dedicó al trabajo, fue oprimido y paciente. Habló para nosotros, hizo milagros, fundó un reino nuevo en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la vida de la comunidad, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados y los que tienen hambre de justicia son vindicados, en el que los pecadores pueden obtener el perdón, y en ello se ve que todos somos hermanos.