1 de julio de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Emilia:

Muchas gracias por tu carta donde me hablas de tu deseo de compartir nuestras inquietudes y esperanzas, lo cual no siempre es posible porque el tiempo tiene sus límites. Esto es verdad, pero si somos conscientes de esto —que no siempre lo somos— uno de nuestros esfuerzos, o una inquietud permanente en nuestra vida, debería ser la de dominar el tiempo para ponerlo al servicio de nuestra vida, de nuestra persona. Ya nos lo recuerda el poeta W. Blake: «Se nos pone en la tierra un rato, para que aprendamos a soportar los rayos del amor».

El tiempo que el Señor nos concede en este mundo es para esto, soportar los rayos del amor, acogerlos y dejar que esos rayos nos enciendan. El amor siempre guarda relación al «otro». En la vivencia de este amor que da al tiempo su sabor más pleno y auténtico, tenemos una referencia singular: Cristo. De él nos da la Escritura una enseñanza preciosa: «Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos. No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de nivelar…»

Verdaderamente, no sé si sabemos de esta generosidad del Señor. Contemplando nuestra vivencia del tiempo, la relación con el «otro», yo diría que la planteamos con egoísmo, es decir alrededor de «mi yo», con lo cual nuestro punto de partida aparece ya viciado. Nos cerramos, cuando el tiempo más bien es expansión, abertura, encuentro… Es necesario que al vivir nuestro tiempo tengamos un horizonte. Y el horizonte siempre es amplio, invitación a la abertura, a la trascendencia.

Vemos que el horizonte de Dios es la criatura. Un Dios que se anonada, se niega a sí mismo, para encerrarse en «nuestro tiempo». Pero en la relación con el otro, uno no deja de ser «uno mismo», sino que se enriquece con las cualidades o riqueza del otro. Podríamos decir, pues, que Dios se enriquece de humanidad, con nuestra humanidad. Sin dejar de ser él mismo. Es el misterio del amor. Dios que se humilla temporalmente viviendo bajo los rayos del amor, motivado por el amor que es él mismo, al final lo que provoca es la exaltación de la criatura, abrir su tiempo a la eternidad.

Cristo es un maestro, un modelo singular para vivir nuestro tiempo. Viviendo el misterio del amor. Hoy, esto, lo necesitamos. Necesitamos vivir el tiempo con sabiduría. Vivirlo con sabiduría yo pienso que es vivirlo con más humanidad.

Vivimos tiempos especiales, difíciles. En realidad yo creo que todos los tiempos han tenido un componente de dificultad, pues nunca es un camino fácil la realización de la persona en el amor, que es lo que le da un sentido profundo. Hoy las circunstancias nos exigen vivir nuestra relación con el «otro», con más humanidad. Si antes nos lo exigía la madurez de nuestra naturaleza, ahora nos lo exige también la necesidad de una madurez material a nivel social, en un mundo crecientemente desequilibrado.

Emilia, compartir inquietudes y esperanzas, tiene un precio, un riesgo, cierto, pero cuando lo hacemos y lo vivimos motivados por el misterio del amor, siempre es ponerse en un camino de más madurez, de más enriquecimiento personal. Una vida de comunidad nos ayuda a ponernos en este camino.

Te deseo un feliz camino. Un abrazo,

+ P.Abad