8 de julio de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Estoy de acuerdo contigo con una serie de afirmaciones que me haces en una de tus últimas cartas: «la debilidad del pensamiento humano es una evidencia. ¡Cuántas veces me desmayo de pasión por la vida, y luego lloro por la incertidumbre que me causa esta misma vida!»

Ciertamente, es una experiencia que nos acecha a todos. La vida misma es una permanente contradicción. Hasta en la escritura: así la palabra «separados» la escribimos toda junta, mientras que «todos juntos» las escribimos separados. Y así en muchas manifestaciones de esta misma vida. Alternativas, contrastes… que provocan en nosotros toda una gama de experiencias de todo tipo, positivas, negativas, de entusiasmo, incertidumbre.

Yo creo que hoy, ante el ritmo de la vida, uno se siente pequeño, desbordado, abrumado incluso. Pero esta experiencia de la existencia es algo que hemos recibido como un don, y un don precioso. Y debemos hacer este camino de la vida, de manera que vayamos haciendo de él una experiencia gratificante y de maduración de nosotros mismos. De maduración humana y espiritual.

Pienso que es importante asumir nuestras debilidades que todos tenemos, y también nuestras virtudes que no faltan tampoco. Y plantear la vida desde una óptica humilde, en la línea de la enseñanza de san Pablo: «cuando soy débil, entonces soy fuerte».

Saber conjugar la debilidad con la fortaleza, es vivir la sabiduría de este mundo, una sabiduría que arraiga en la fuerza y menosprecia lo débil, o vivir la sabiduría espiritual que valora la fortaleza y la sabiduría de este mundo, pero haciendo presente en ella la sabiduría de lo débil, de lo pequeño, de lo humilde.

No es fácil el camino para conjugar ambas palabras: la debilidad y la fuerza. Es cuando se pone de relieve esa «debilidad del pensamiento humano» de la que te lamentas.

Debemos vivir la vida, pero contando con esos polos, debilidad y fortaleza. Vivirla conscientemente y en la mayor profundidad posible. Descubrir que la vida tiene una profundidad que escapa a su dimensión visible, o a su elemento material. Hay en la vida, clavada en ella como un aguijón, una dimensión profunda, trascendente. Yo diría que la gracia, que sería esa dimensión trascendente de la vida, que va más allá de lo material está injertada en ella. Que todo el hombre tiene un elemento espiritual, por la presencia de esa gracia, que le proporciona una capacidad de combinar la debilidad con la fuerza.

Tenemos un punto de referencia en nuestro Dios, que es la fuente de esa gracia. Un Dios que se muestra en su «versión» visible débil, y vive esa debilidad en medio de la fuerza de este mundo; una fuerza que le rechaza. Vive esa debilidad con tanta fidelidad, con tanta verdad, que los hombres incluso se escandalizan y le rechazan violentamente. Pero nuestro Dios vive esa debilidad desde la fuerza del amor, desde el servicio del amor, buscando el corazón del otro. La debilidad busca la raíz del otro: su corazón, que es el principio de ir trabajando un equilibrio entre esa dos palabras fundamentales en la vida de los hombres: debilidad y fortaleza.

Miguel, es evidente la debilidad del pensamiento humano, pero debemos ir a la raíz, allí donde podemos trabajar ese equilibrio de la debilidad y la fuerza, muy importante para dar un sentido profundo de la vida. Un abrazo,

+ P. Abad