2 de febrero de 2010

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Mal 3,1-4; Sal 23, 7-10; Hebr 2,14-18; Lc 2,22-40

«Que Dios nos deje ver la claridad de su mirada y se apiade de nosotros». Es una palabra de bendición que decimos en Maitines con el deseo de ver la luz de Dios antes de escuchar su Palabra. Recitamos los salmos, y son muchos los versos que nos hablan de esa luz, que todos deseamos y cuya fuente la ponemos en Dios, en su Palabra, en su mirada. Así:

«¿Quién podrá darnos la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» (Salmo 4)
«Atiende y respóndeme, Señor, sigue dando luz a mis ojos» (Salmo 13)
«Señor, tú enciendes mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas» (Salmo 18)
«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré?» (Salmo 27)
«Porque en ti está fuente viva y tu luz nos hace ver la luz» (Salmo 36)
«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Salmo 119)

Hoy con esta fiesta de la Presentación del Señor, donde está significadamente presente la luz, cerramos el ciclo del Nacimiento, y venimos a hacer un primer anuncio de la Pascua. Hoy tenemos un anticipo y anuncio del misterio pascual de Cristo. De aquella noche dichosa en que cantamos:

«Que la tierra se llene de alegría
iluminada y radiante de la claridad
que viene de la luz del reino eterno
porque hoy la oscuridad se ha esfumado».

«Hoy nos deslumbra la fiesta de la ofrenda de su persona. Hoy se presenta al Creador el fruto sublime de la tierra. Hoy la víctima pacífica y agradable a Dios se ofrece en el templo por manos virginales; es llevada por sus padres y unos ancianos la aguardan. José y María ofrecen el sacrificio de la mañana; Simeón y Ana lo reciben. Estos cuatro forman esa procesión que hoy se recuerda con solemne alborozos en los cuatro extremos de la tierra». (San Bernardo, Sermón 2 de la Purificación)

Así pues, Dios se presenta como luz. Así lo canta el anciano Simeón: «porque mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones». Y más adelante quien hoy es presentado en el tempo como una ofrenda de luz dirá que es «la luz del mundo, y que quien le sigue no camina en tinieblas». Pero no todos aceptan su luz. Y por ello él mismo dirá que «viene a abrir un proceso: que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos». Así se cumplirá la profecía de Simeón de que en el futuro será una bandera discutida, y que pondrá al descubierto la actitud de los corazones. José y María presentan a Jesús en el templo. «Así entrará en el santuario el Señor a quien buscáis, el mensajero a quien deseáis». Entra en el santuario material, de piedra, entra en el santuario de la creación revestido de nuestra naturaleza, para hacer por último de todos y cada uno de nosotros un templo, su templo.

La luz fue la primera de las criaturas materiales de Dios. El más puro y hermoso de todos los seres visibles. Gracias a ella podemos contemplar las demás criaturas materiales y su belleza. La luz es una imagen material de la verdad y la belleza divinas. Pero esta no es todavía la pura luz del mismo Dios, el cual dispone toda la creación material como un candelero para la luz verdadera. Y entre estas criaturas esta el hombre, que hecho a imagen y semejanza de Dios brilla con la misma luz de Dios dentro de sí mismo. Pero esta lámpara en cuanto se puso sobre el candelero, por un acto de su propia voluntad, apagó su propia luz y se negó a ser encendida de nuevo.

Dios irá preparando pacientemente su verdadera luz, con la luces de la vieja Ley (pensemos en Noé, Abraham, Sinaí…) Cada vez que Dios quería encender la lámpara de nuevo el hombre se aterraba y se escondía en la tiniebla. Dios tomará otro camino para hablar de su luz. Una luz que no aterrorice a los hombres, una luz suave, que el hombre, su criatura más querida pueda soportar y llevar consigo.

El Levítico (24,1-4) nos habla de las lámparas del tabernáculo que habían de alimentarse con "aceite virgen". Lo cual significaba esa pureza virginal de corazón que aguarda al Esposo en el silencio de la noche.

Y, efectivamente, ese Esposo llega y planta su tienda entre nosotros en el silencio de la noche. Se reviste de nuestra carne y sangre para dejar su fuente de luz dentro del hombre, cumpliéndose así la profecía del libro de los Proverbios: «La luz del Señor es el espíritu del hombre, que penetra hasta las profundidades de su ser» (Prov 20,27)

El hombre se hará así luz para su prójimo. Pero es necesario cuidar, desarrollar esa fuerza espiritual, que reside en nosotros.

Es una luz que iluminar con fuerza en Santa María. En María la lámpara queda otra vez perfectamente limpia, ardiendo, con luz pura erguida en el candelabro, iluminando toda la casa de Dios, y mostrando el camino para volver a la luz.

Contemplemos a Santa María y miremos a «Cristo que habita en el corazón; en el corazón comunica la paz a su pueblo, y a sus santos, y a los que se convierten de corazón». (San Bernardo, Sermón 1 Purificación)