14 de febrero de 2010

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Jer 17,5-8; Salm 1, 1-6; 1Cor 15,12.16-20; Lc 6, 17.20-26

Reflexión: «Como un árbol plantado junto al agua»

… Así es el hombre que confía en el Señor, que se apoya en Él, que vive de su Palabra.

El árbol aparece en el tiempo invernal seco por fuera, sin hojas. Pero llega el tiempo de bonanza y todo él se cubre de frondas, verdes, húmedas. Así nos muestra que estaba bien arraigado, que sus raíces se extendían hasta las aguas ocultas, que muestran su fuerza con el nuevo reverdecer de la primavera.

Nuestra vida viene a ser también un árbol. Un árbol con orgullo y nostalgia, que vive en tierra seca y árida, que crece en las calles de las ciudades, para dar una cosecha abundante, porque escucha el rumor de las aguas vivas, de las aguas que fecundan en su tiempo aquella tierra seca y árida.

El hombre tiene que escuchar lo que está oculto. Hay que escuchar el corazón, pues no hay nada oculto que no salga a la luz. Toda la creación está llamada y quiere participar en la gran fiesta de la luz. Un día sin noche, cuando el corazón irradia la luz de Dios, la sabiduría de las bienaventuranzas. Un corazón ensanchado cuando se hace receptivo a la luz.

El pensador Miguel de Unamuno escribía: «En vez de decir ¡adelante! o ¡arriba!, di: ¡adentro! Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que reboses luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso. "Doy cuanto tengo", dice el generoso. "Doy cuanto valgo", dice el abnegado. "Doy cuanto soy", dice el héroe. "Me doy a mí mismo, dice el santo; y di tú con él, y al darte: Doy conmigo el universo entero. Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!»

La sabiduría de las bienaventuranzas, es la sabiduría del hombre nuevo, del hombre que busca arraigar en las aguas vivas de la Palabra. Una Palabra cuyas corrientes se escuchan dentro, en el interior, para verterse finalmente hacia el exterior en una vida concreta que quiere seguir las huellas del Maestro.

El árbol, antes de la belleza renovada de la primavera guarda silencio arropado por el rigor del invierno, pero finalmente brota con la belleza de una vida nueva. Así es también en la vida espiritual. Solo que en este caso podemos escuchar los rumores de la vida interior y trabajar, cooperar, para hacer la belleza de la primavera más esplendente.

Nos conviene recoger el pensamiento y la palabra del salmista: «Oigo en mi corazón, busca mi rostro. Y yo busco tu rostro, Señor, no me escondas tu rostro». (Sal 26,8)

Palabra

«Predicamos a Cristo resucitado de entre los muertos». Esta es nuestra fe: Cristo. Pero éste no es una sola pincelada. El cuadro tiene varias pinceladas: su vida, durante la cual va preparando la expresión cumbre de su existencia: el amor extremo. Pasa dando vida. Dando la vida… hasta el extremo.

«Si nuestra esperanza acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados». La esperanza no defrauda. Es posible que nuestra fe en la resurrección no la tengamos muy firme, muy luminosa. Pero no por esto pierde fuerza la esperanza. La esperanza es la llama que no se apaga.

«Dichosos los pobres». ¿Crees esta palabra de Jesús?... pues acércate a los pobres.

«Dichosos lo que ahora tenéis hambre». ¿Crees esta palabra de Jesús?... pues comparte el pan con los que tienen hambre

«Dichosos los que ahora lloráis». ¿Crees esta palabra de Jesús?... pues saca tu pañuelo para secar las lágrimas

«Dichosos los perseguidos por causa del Hijo de hombre». ¿Crees esta palabra de Jesús?... pues esfuérzate por hacer verdad en tu vida la enseñanza de san Pablo: "No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí.

Sabiduría sobre la Palabra

«Cristo exige en cada venida una salida particular de nosotros mismos, conformándose nuestra vida a la manera de su venida. Él pronuncia espiritualmente esta palabra en nuestro corazón, luego de cada venida: "Salid, por los ejercicios y toda vuestra vida, según que mi gracia y mis dones os estimulen a ello". Según el modo con que nos impulsa y atrae hace fluir y refluir. Así debemos salir caminar en la práctica de los ejercicios interiores, si queremos alcanzar la perfección. Pero si resistimos al Espíritu de Dios por la disconformidad de nuestra vida perdemos el impulso interior y fatalmente quedaremos faltos de virtud». (Juan Ruysbroeck, Bodas del alma, Cap. 8)

«Jesús fue un maestro de moral. Todo lo que Él dice, sea como fundamento, fin o relación de amor, confianza y obediencia a Dios a quien invoca siempre como Padre, viviendo pendiente de su designio para con Él. Estar en la casa de su Padre, en las cosas de su Padre, en la voluntad de su Padre, era el alimento de Jesús, toda su consistencia. El mensaje moral de Jesús tiene su arraigo originario y permanente en el descubrimiento de la paternidad de Dios, en el reconocimiento de su providencia para con cada uno de sus hijos, en la aceptación de su misericordia y perfección cual espejo en el que debemos aprender a tratar a nuestros hermanos como Él trata a todos, haciendo salir el sol sobre buenos y malos. El Sermón de la Montaña es el texto central y fundamental de la enseñanza de Jesús, que es teología antes que moral…». (Olegario Gonzalez, La entraña del cristianismo. Salamanca, 98, p.405)