1 de noviembre de 2015

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

«Amén. La bendición, y la gloria, y la sabiduría, y la acción de gracias, y el honor, y el poder, y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

El espectáculo que podemos imaginar ante este relato de la primera lectura es impresionante: «una muchedumbre inmensa que nadie podía contar de toda nación, razas, pueblos y lenguas delante el trono y del Cordero… y todos los ángeles alrededor del trono, los ancianos y los vivientes… todos a una: AMÉN».

Todos a una. Una sola voz, todos cantando la alabanza al que está sentado al trono y al Cordero Inmolado.

Esta es nuestra tarea, nuestro servicio en esta vida:

«Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que procede del Padre como esplendor de su gloria, el Sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales». (OGLH 3)

Esta es nuestra tarea principal, a este servicio nos ha llamado el Señor, a ensayar en nuestra vida el gran himno de las moradas celestiales. Y adoraron a Dios, todos a una. AMÉN. Esta es la tarea principal del monje: dedicar su vida a cantar la alabanza, la gloria de Dios, y con el ejemplo de su vida consagrada al Señor ser un testimonio vivo para los demás cristianos.

Y para que nuestro canto, nuestra alabanza sea válida nos ofrece su santidad. «Nos ha manifestado ya su amor haciéndonos hijos suyos. Nos ha dado el Espíritu de su Hijo Jesús». Nos ha dado su santidad. Por esto bien puede escribir san Bernardo:

«Hoy es la fiesta de Todos los Santos. De todos, los del cielo y los de la tierra. Porque hay santos del cielo y también de la tierra. Honramos a todos en común, pero no con la misma intensidad. Lo cual es comprensible ya que el grado de santidad no es idéntico en todos. Cada uno encarna la santidad según su personalidad». (Sermó 5,1)

Hay una santidad que ya se ha manifestado y que ha llegado a su plenitud, a cantar el AMÉN en las moradas celestiales, como nos describe la imagen espectacular y fascinante del Apocalipsis.

Pero hay otra especie de santidad. La escondida. A esta pertenecen aquellos que luchan actualmente en el campo de batalla. Los que corren y no han llegado a la meta. A estos los considera santos san Bernardo apoyándose en las palabras del apóstol san Pablo: «Sabemos que con los que aman a Dios, con los que él ha llamado a ser santos, él coopera en todo para su bien».

A esta santidad estamos llamados, a vivir y a progresar en ella. Para hacer posible esta camino nos ha proporcionado un buen libro de texto: las Bienaventuranzas.

Las Bienaventuranzas son un bello retrato de la persona de Jesucristo. Todo un programa de vida para quien ha sido llamado a seguir a Cristo. Están escritas a la luz de la Resurrección de Cristo y hablan antes que nada del mismo Cristo. El las ha cumplido primero, él es el primer bienaventurado. La aventura de Jesús es bella porque la resurrección ha mostrado que la muerte no es un fracaso sino la consumación y plenitud de su misión. Por esto el sufrimiento y el fracaso nunca serán un obstáculo para alcanzar nuestra plenitud. Jesús vive él primero las bienaventuranzas y luego nos las propone. Por esto nosotros debemos mirar a la persona de Jesús, acoger su palabra y trabajar por llevar a cabo este proyecto de santidad.

Llegamos a comprender las bienaventuranzas cuando las vivimos. Debemos pues, contemplar la persona de Jesús, nuestro modelo, no anteponer nada su persona. Dentro de esta contemplación está también la consideración de la vida de todos los santos que hicieron y hacen suyo este proyecto de vida plena. Considerar la vida de los santos del cielo y de los de la tierra. Celebrar a los cielos y buscar contemplar a nuestros hermanos que se esfuerzan por vivir el espíritu de este mensaje de Jesús. Entonces puede ser verdad en nuestra vida lo que escribe san Bernardo:

«Esta memoria festiva de los Santos es inmensamente fecunda, porque ahuyenta de nosotros el cansancio, la tibieza y el error; su intercesión robustece nuestra debilidad; su felicidad espolea nuestro tedio y su ejemplo es una escuela viva para nuestra ignorancia». (Sermón 5)