19 de marzo de 2015

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

«La figura de este gran santo, aun permaneciendo más bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de la salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente “hijo de David”. El evangelio de san Mateo, en especial, pone de relieve las profecías mesiánicas que se cumplen mediante la misión de san José: el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2, 1-6); su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (Mt 2, 13-15); el sobrenombre de “Nazareno” (Mt 2, 22-23)». (Benedicto XVI)

Pero además de ser un punto de referencia fundamental mirando a la historia, a nuestras raíces, su celebración pone de relieve también un punto de referencia para nuestra vida creyente de hoy día. Consideremos la Palabra de Dios:

El evangelio de Mateo empieza con una genealogía que va desde Abraham pasando por David y los hombres de la cautividad hasta José, el esposo de María. Todo parece normal en un mundo masculino que silencia a las mujeres. Pero en esta lista de varones patriarcas Mateo ha introducido 4 mujeres —Tamar, Rahab, Ruth y Betsabé— para indicar que Dios actúa por cauces humanamente inesperados o irregulares. Como si nos quisiera mostrar que la genealogía patriarcal no es el lugar y medio adecuado para el despliegue o la manifestación del misterio de Dios en la vida de la humanidad, en contra de una tradición judía que vinculaba la presencia de Dios a la genealogía patriarcal, y omitiendo, por tanto, la presencia de la mujer.

La línea patriarcal acaba en José, como depositario de una tradición. Acaba en José, un varón concreto, esposo de María. Pero nos encontramos aquí con algo más que un individuo privado: José viene a ser la meta de todo el camino patriarcal, la encarnación del Israel masculino, genealógico y mesiánico. José aparece como el culmen de una línea que está centrada en David, fundador de la monarquía davídica. Quien dicta esta genealogía lo llama simplemente «esposo de María». Como sugiriendo que su poder genealógico, o el interés de la persona de José, depende de sus relaciones con la madre de Jesús.

Parece como si Mateo haya querido recorrer el camino más difícil. Ha recibido tradiciones anteriores a él: ha recibido el relato del nacimiento virginal, a través de la Iglesia primitiva. Y lo asume por dos motivos: para expresar lo inexpresable, como es el nacimiento de Dios como hombre, y para superar el patriarcalismo israelita. Le preocupa la obra de Dios que, desde dentro del mundo israelita, empezando por la genealogía, rompe la clausura o la cerrazón judía, en un gesto de apertura universal que será ratificado de nuevo en el Sermón de la Montaña y en el mensaje del Resucitado en la Pascua.

Vemos que así como en Lucas se recogen palabras de María en relación con el nacimiento del Mesías, aquí, en el evangelio de hoy, Mateo no dice nada sobre su manera de actuar, no se esfuerza por entrar en la intimidad de María. Basta que sea judía, mujer, y que pueda engendrar al Hijo de Dios por la fuerza del Espíritu Santo, que ya no es judío sino universal. Nosotros, aquí estamos más representados por José, y en José debemos convertirnos. En José abriéndonos a la obra universal de Dios por medio del Hijo de María. Este es el camino que nos sugiere san José en esta solemnidad camino de la Pascua.

El Papa Francisco se pregunta: «¿cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia?» Y nos responde el mismo Papa: «con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David a través del profeta Natán: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su Palabra, a su designio; y es Dios quien construye su casa, pero piedra vivas marcada por el Espíritu».

San José, pues es aquel a quien Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos», Jesús y María. Pero nuestro pensamiento no debe detenerse en el hecho de una custodia material, sino, como fue su servicio al proyecto divino, como vivió bajo la mirada de Dios, y estuvo atento en un servicio fiel, sencillo, así nosotros también estamos llamados a vivir. San José lo hizo cuidando materialmente de esos tesoros en la vida de Nazaret. Nosotros estamos llamados a cuidar de estos tesoros en la vida de la Iglesia, para que la sabiduría divina siga alumbrando los caminos de la humanidad.