29 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS Y DE PASIÓN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

«A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate. Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap 3,19).

Domingo de Ramos. Hoy iniciamos las celebraciones de la Semana Santa. Hoy la Iglesia abre las puertas a Aquel que viene, que está llamando. Hoy la Iglesia abre la puerta al Misterio de Dios que viene a revelarnos la plenitud de su amor por la humanidad, por ti, por mí, por cada hombre que camina por los senderos difíciles y con frecuencia duros o muy duros para muchos. El viene… ¿cómo viene?

Haciéndose semejante a ti, a mí, a los hombres, humillado, revestido de humanidad, rebajándose «hasta la muerte y una muerte de cruz». En una primera escucha de su Palabra, abiertos a la escucha de este Misterio de Dios revestido de profunda humanidad, percibimos la presencia de un Dios débil, o quizás el silencio de Dios en nuestra humanidad. Pero también percibimos otros gritos: los gritos de los hebreos dando «hosannas», dando «vivas», al que viene en nombre del Señor. Aromas de gloria y de victoria; también de cruz y de humillación y muerte.

Él está a la puerta y viene a decirnos su amor. Él nos habla a través de este relato de su Pasión, a través de esta expresión suprema de su amor.

¿Y qué nos dice este relato?

Es un relato largo con muchos matices: la fuerza a través de la debilidad, la sabiduría a través de la ignorancia, la luz a través de la sombra…

— contemplamos la conspiración de la astucia con el objetivo de aniquilarlo.
— contemplamos el perfume del amor.
— la traición del amigo, de aquel en quien había depositado la confianza de la administración del grupo, que lo sienta a su mesa a comer, junto a él, y a quien llama así: ¡amigo!, incluso en el momento en que le entrega.
— el momento más entrañable y deseado por Jesús de sentarse con los amigos a cenar.
— la confidencia dolorosa de Jesús del anuncio del abandono, y negación.
— el momento desgarrador del abandono del abatimiento en Getsemaní.
— los interrogatorios y ultrajes, las burlas…
— el rechazo de los hombres y el silencio de Dios.
— Y sobre todo el final dramático de un fuerte grito que conmueve todo el cosmos.

Así culmina la manifestación del Misterio de Dios entre los hombres, la manifestación de un misterio de amor, con el que se inicia una nueva Alianza, un nuevo matrimonio entre Dios y el hombre.

La palabra de Dios calla, se hace silencio para adentrarse en el corazón humano. Cristo ha estado hablando por fuera a los hombres, diciéndoles el amor de Dios; y ahora calla, entrega su Espíritu para iniciar unas nueva pedagogía, porque quien está a nuestra mesa es el Maestro que «ha recibido del Padre Dios una lengua de maestro, para sostener a los cansados, para despertarnos el oído... A los que amo les reprendo y los corrijo».

La Iglesia le abre la puerta para que se siente a la mesa a cenar con ella. Pero la Iglesia eres tú que crees en Él.

¿Eres capaz de encontrarte con él, de sostener su mirada, dejarte enseñar para que despierte tu oído?

No tengas miedo a su Palabra, a su silencio. Mira, que son pocos quienes se atreven sinceramente a enfrentarse, desnudos, ante la luz de esta Palabra. No es fácil ponerse frente a Aquel que te ha amado hasta el extremo, cuando quiere que su gesto sea acogido por ti.

«Oíd, que llega mi amado, saltando sobre los montes… Mirad: se ha parado detrás de la tapia, atisba por las ventanas, mira por las celosías… Habla y me dice: Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí, déjame escuchar tu voz» (Ct 2,8.13.16).

No temas. La Iglesia abre hoy las puertas al Amado que viene. La Iglesia eres tú. Deja que tu corazón te diga: «Mi amado es mío y yo soy suya».