21 de marzo de 2015

EL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 12, 1-4; Sal 15, 1-2.5.7-8.11; Jn 17, 20-26

«Mientras dormían los hermanos, el hombre de Dios, Benito, solícito en velar, se anticipaba a la hora de la plegaria nocturna, junto a la ventana, y oraba al Dios Omnipotente. A aquellas altas horas de la noche vio proyectarse desde lo alto una luz, que ahuyentaba las tinieblas de la noche, con un fulgor superior a la luz del día. Y siguió un hecho maravilloso; como él mismo contó apareció ante sus ojos todo el mundo como recogido en un solo rayo de sol…mientras veía el alma de Germán obispo de Capua que era llevada al cielo Comentado el hecho entre dos hermanos dice uno: Es algo maravilloso, pero eso de que se presentó el mundo concentrado en un solo rayo de sol no sé imaginármelo. A lo que respondió el otro: Para el alma que ve al Creador es pequeña toda criatura. Por la misma luz de esta visión se ensancha el horizonte del alma y se dilata de tal manera en Dios que se hace superior al mundo… Dilatado el espíritu del vidente, arrobado en Dios pudo ver sin dificultad todo lo que estaba debajo de Dios». (San Gregorio Magno, Diálogos, II, 35).

Es la experiencia de san Benito con motivo del tránsito de este obispo. Nosotros estamos celebrando el tránsito de san Benito. No se trata de buscar una visión semejante, pero sí de buscar una experiencia semejante a la que vivió san Benito: la experiencia del amor de Dios. La experiencia de un Dios que nos llama, nos interpela mediante su Palabra. Esta «Palabra, siempre viva y eficaz que penetra en el interior como una espada cortante» nos invita como a Abraham a salir de nuestra tierra, a caminar hacia la tierra que Él nos mostrará. A movernos como peregrinos en el camino de la vida, a despojarnos de todo aquello que sea un impedimento para despertar en nuestro interior la experiencia de una presencia nueva, profunda, única. La experiencia de la bendición de Dios que hace las cosas nuevas. Y simultáneamente ser también una bendición para los demás.

¿Acaso no fue éste el camino de san Benito? Es verdad, hubo gestos, acontecimientos maravillosos que se cuentan de su vida. Pero ¿acaso no fue lo más maravilloso la experiencia interior vivida a lo largo de su vida monástica? Una experiencia de la que nació la Regla, que ha sido durante siglos, y lo sigue siendo, referencia principal, para la santificación de muchos.

Salió de su casa, como nos dice san Gregorio Magno: «ignorante a sabiendas y sabiamente docto», para ir adquiriendo la experiencia de la verdadera sabiduría, que ha sido y sigue siendo un punto de referencia para un innumerable número de monjes.

Es un camino que Benito lleva a cabo haciendo de su camino una plegaria o un canto permanente con el salmo 15: «Protégeme Dios mío, que me refugio en ti». Es uno de los gritos más bellos del salterio. Es un grito, que, a la vez, es una bella profesión de fe. Un grito, o una palabra para caminar el difícil camino de la vida con la confianza en Dios, refugiándose en Él. Porque, ¿quién no se refugia en Aquel a quien se le dice: «Tú eres mi bien?» ¿quién no se refugia en «Aquel que nos aconseja, y que nos instruye internamente?»

También contemplamos que la vida de Benito fue un dejarse instruir por esta presencia despierta de Dios en su vida. La enseñanza de Dios es suave, delicada, envuelta en ternura, como una madre pendiente de su hijo, y le va orientado en el sendero de la vida. Y deja una huella de gozo y de alegría como nos sugiere el salmista. Deja así una profunda huella en el alma de quien vive esta amistad con Dios, hasta hacer decir al Amigo: «Estaba durmiendo, pero mi corazón vela» (Ct 5,2) o al salmista: «Tú vas conmigo, me conduces hacia fuentes tranquilas y reparas mis fuerzas, me guías por el sendero justo» (Sal 22).

Nos enseña el sendero de la vida. Éste es el sendero de Aquel que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Pero el evangelio nos muestra con claridad cómo quiere que hagamos este camino. Y nos muestra a Jesús diciéndonoslo con su oración al Padre: «que seamos, que estemos unidos a la unidad del Padre y del Hijo, que seamos resplandor de su “gloria”» y viviendo con una plena confianza de que el final del camino sea una comunión plena con Él en la plenitud de la vida.

En línea con ese camino de unificación, esta fiesta del Transito de san Benito es una fiesta que nos exhorta a vivir desde el corazón, que es algo propio de la vida monástica, como dice San Juan Clímaco: «La vida monástica debe ser vivida desde el sentido más íntimo del corazón: en los actos, en las palabras, en los pensamientos y en los movimientos; de otro modo no es vida monástica y mucho menos angélica» (Escala XXVI,1,18).

Pero, en el fondo, esto es una exigencia también para el camino de un buen cristiano.