26 de enero de 2015

SAN ROBERTO, SAN ALBERICO Y SAN ESTEBAN HARDING, ABADES DE CISTER

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 44, 1.10-15; Sal 149 1-6.9; Hebr 11, 1-2.8-16; Mc 10, 24-30

«Hijos míos, para los que son ricos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios». Aquí tenemos el negocio principal de nuestra vida: «entrar en el reino». Era la preocupación de Jesús al empezar su predicación cuando invitaba: «Convertíos porque el Reino de Dios está en medio de vosotros, o según otras traducciones: está dentro de vosotros».

Si el reino está dentro de nosotros, el camino es ir hacia el interior. Cuidar bien el camino hacia el espacio interior. Cuidar la interiorización. La interiorización, es recobrar el centro íntimo y profundo de nuestra alma, de donde provienen los movimientos del corazón. Hoy no es fácil esto de la interiorización porque el ritmo de la vida nos lleva en el sentido contrario: hacia la exteriorización. Todo invita a salir fuera nosotros. A alienarnos a estar donde no tenemos que estar. El corazón que es el fondo del alma, de nuestro ser, donde resuena y brilla la vida que luego va dando un sentido a nuestra existencia, a nuestra vida concreta de cada momento. Podemos considerar tres aspectos de estos movimientos y emociones del corazón:

—la reverencia ante la vida, una actitud contemplativa de la vida donde se manifiesta y podemos captar lo insondable del Misterio que tiene un papel determinante en la configuración de un corazón nuevo. Es algo que hicieron bien nuestros santos abades de Cister. Ellos buscaron un nuevo espacio, un nuevo ritmo más en sintonía con la naturaleza, donde podían contemplar el Invisible en la belleza de lo visible. Vivir con reverencia ante las cosas, ante las personas, es una prueba de una vida interiorizada.

—el amor es el otro aspecto de una vida interiorizada. En el amor proyectamos nuestra vida desde el fondo de nuestro ser; nos sentimos llamados a desbordar nuestra vida al exterior más allá de todo cálculo y explicación. Es el fuego que arde dentro y que no se puede contener. «Sin límites» como dice san Pablo. El amor es consubstancial al hombre, es la fuerza que le mueve. Todas las cosas naturales tienden a su lugar natural; así el agua tiende hacia abajo y el fuego hacia arriba; el amor tiende al Amor con mayúscula. Pero es necesario aprender a escribir con mayúscula ese Amor al que tendemos. Esto, nuestros santos abades y toda la tradición cisterciense lo vivieron fielmente y nos lo enseñan cuando nos exhortan a considerar la dimensión humana del Cristo, la humanidad de un Cristo que se manifiesta en la humanidad de los otros miembros de la comunidad.

—el tercer movimiento de la interiorización es la emoción religiosa, la religión concentración suprema de la interiorización, lo que da sentido y explicación de nuestra existencia. Es vivir la experiencia de sentirnos religados, atados de modo permanente a un ser superior, a un Dios que ha sentido el vértigo de lo humano hasta el punto de hacerse hombre, y esto nos arrastra también a nosotros a sentirnos seducidos por todo lo humano, y a ser creadores de humanidad como discípulos de Cristo verdadero Dios y verdadero hombre, el Hombre.

La interioridad exige un esfuerzo grande y continuado. Es una misión fundamental de la vida monástica. Por esto san Benito establece una «escuela del servicio divino», que es el monasterio. Por esto nuestros santos abades, buscando una mayor fidelidad a la Regla y a toda una tradición monástica, dan el paso arriesgado de la fundación de Cister.

Así, ellos inician un camino, como lo hicieron otros grandes personajes bíblicos, como hemos escuchado de la Epístola a los hebreos. Abraham, Jacob, Isaac… Inician un camino pero no llegan a poseer lo prometido. Nuestros santos abades inician un camino con la fuerza y la sabiduría de la fe, pero no llegan a contemplar todo el esplendor y el servicio a la sociedad llevado a cabo a través de los siglos.

Nosotros, hoy, les recordamos, hacemos su elogio, pero nos tenemos que preguntar hoy y mañana y pasado mañana si su servicio persiste y se propaga, si su posteridad es mantiene fiel, si su recuerdo permanece…

La Palabra de Dios, en la fiesta de nuestros santos abades de Cister, nos presenta una pregunta: ¿Verdaderamente hacemos un elogio de ellos? La respuesta viene ligada a la palabra interiorización. Si seguimos cuidando el corazón para que de él y de nuestra boca salga «un cantico nuevo» como en seña el salmo. Si alabamos a Dios delante de los que lo aman, si nos sentimos atados al amor para contemplar el Amor en el servicio a la humanidad, si somos buenos discípulos en esta escuela del servicio divino… hoy haremos un buen elogio a los hombres de bien, a nuestros santos abades, y nuestra vida, en una palabra será el mejor elogio que podemos hacer de ellos. Y enriqueceremos la tradición que empezó con ellos.