6 de enero de 2015

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

«Aunque tú no las veas
siguen luciendo las estrellas
¿Ya has entrado en la noche,
para verlas?»
 (P. Casaldáliga)

Los Magos han visto la estrella del Nacimiento, y vienen a presentar homenaje al recién nacido. Desean adorarlo. Todavía no han encontrado al Señor de la noche y del día. Al Señor de la luz. Pero preguntan, se deciden a viajar, y buscar al Señor de la luz.

El misterio de Dios que se revela y se manifiesta a la humanidad acontece preferentemente en la noche. Como si Dios tuviera una predilección por este momento del día, o como si tuviera en cuenta que la noche, la oscuridad, es más propicia para que nosotros escuchemos y acojamos, desde el silencio de la noche y el deseo de la luz. La noche es también un tiempo de confidencia y de intimidad. La noche tiene mucho de misterio, de secreto. Cada uno tiene su secreto personal; cada persona tiene una dimensión de misterio. Es su misterio personal.

Escribe Guillermo de Saint-Thierry: «el hombre debe humillarse en todas las ocasiones y glorificar en sí mismo al Señor su Dios; abajarse a sus propios ojos; en el amor del Creador mantenerse sumiso a toda criatura humana; ofrecer su cuerpo como una hostia santa, viva, agradable a Dios, sin levantarse más de los debido, sino dentro de los límites de la moderación, no exponiendo sus bienes a la alabanza de los hombres sino guardándolos en su interior, a fin de tener siempre ante su conciencia esta sentencia: “Mi secreto es para mí, mi secreto para mí”».

Pero, finalmente, el secreto se revela, se manifiesta. Esto es lo que contemplamos en el misterio de Dios, escondido desde siempre en el secreto de la eternidad, y que en este tiempo de Navidad y de Epifanía se nos revela.

¿Y cómo se nos revela?

En Jesucristo. En él descubrimos a Dios, en él nos dice su inmenso amor. «En Cristo todos los hombres tenemos parte en la misma herencia; todos formamos un mismo cuerpo; todos compartimos una misma promesa».

Esto nos enseña que el secreto nunca es para guardarlo de una manera definitiva. El misterio de la persona humana está siempre a la espera de la presencia y de la acción de Dios en su vida. Y entonces es cuando nos ponemos en camino y nos vamos incorporando a la caravana de pueblos de la que nos habla el profeta Isaías que «buscan la luz, la claridad del amanecer divino». Entonces ya no abaja la mirada, ya deja la sumisión sino que la levanta y vive la alegría de la comunión con todos los pueblos, caminando a la casa del Señor.

Los Magos han visto la estrella, han visto una luz que les abre al misterio de Dios… Entonces comienzan a indagar, a preguntar, se ponen en camino.

Pregúntate cuál es tu estrella.
Dios se ha manifestado, se ha revelado, bajo múltiples maneras, o matices. Como Palabra, Voz, Silencio y Mensaje, como Prosa y Poesía, Canto, Música y Entrega… pero siempre con un calor muy humano. Es preciso que si en tu interior hay algo que vibra bajo alguna de estas palabras no la guardes en el secreto interior sino sigue tu estrella, pregunta, indaga, ponte en camino… El mismo Dios se hace camino con nosotros.

Entonces podrás también cantar con gozo los versos de san Juan de la Cruz:

«Que bien sé yo la fonte que mana y corre
aunque es de noche.

»Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.

»Su claridad nunca es oscurecida
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche».

Hoy luce una estrella. ¿Has entrado en tu noche?… puede ser una experiencia de gran belleza. Porque es bella la noche cuando la vivimos con esperanza de la luz que viene.