22 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Deut 8,2-3.14.16; Salm 147,12-15.19-20; 1Cor 10,16-17; Jn 6,51-59

Celebramos la solemnidad del Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo. Él entrega gratuitamente su vida, gracias a un amor llevado al extremo, un amor más fuerte que la muerte, que desborda el tiempo, y nos pone en los confines de la eternidad. Y que al entregarnos este amor nos incorpora a todos, como amigos, a una comunión en su amor, hace de todos nosotros su cuerpo. De esta relación de amor con Cristo, el Amado, escribe Ramón Llull: «El Amigo se levantó de madrugada para buscar a su Amado. En su camino encontraba mucha gente a la que le preguntaba: ¿Habéis visto a mi Amado? Y le respondían: —¿Desde cuándo los ojos de tu alma le han perdido de vista? Y el Amigo respondía: los ojos del alma le pierden vista cuando solamente lo ven a través de ellos; pero los ojos del cuerpo lo ven sin cesar, porque todas las cosas visibles nos lo hacen presente».

Para buscar, encontrar y gozar del Amado no bastan los ojos del alma, o si queréis la dimensión espiritual. Son necesarios también los ojos del cuerpo. Es decir la relación con el Amado, con Cristo es una relación que estamos llamados a vivir con toda la armonía de nuestra vida personal. Que se complementa con una relación a través de la armonía y belleza de la creación. Lo sugiere hoy la misma palabra de Jesús: «Yo soy el pan vivo. El pan que os daré es mi carne para dar vida al mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». Se contempla pues aquí una relación de vida, una relación de la persona de Jesús con nuestra propia vida personal. No se puede tener una relación meramente espiritual con Cristo, ni tampoco una relación material. Ha de ser una relación completa de persona a persona. La persona completa es cuerpo y espíritu.

Por ello exhortaba el Papa en su visita a unas religiosas: «Este es vuestro camino: no demasiado espiritual. Cuando son demasiado espirituales, pienso, por ejemplo, en santa Teresa, la fundadora de los monasterios que son vuestra competencia. Cuando una religiosa iba a ella, oh, con estas cosas (demasiado espirituales) decía a la cocinera: “dadle carne”». Y añade el Papa: «Cuando un consagrado a Dios va por el camino de la contemplación de Cristo, de la plegaria y de la penitencia, con Cristo viene a ser profundamente humano. Llamado a tener gran humanidad, capaz de comprender todas las cosas de la vida, ser personas que captan los problemas humanos, que saben perdonar».

O sea que la relación personal con Cristo, el comer su pan y beber su sangre nos enseña que formamos todos un Cuerpo, que ha de ser vivificado por el mismo Espíritu de Cristo. Escribe Ramon Llull: «Sobre el Amor, muy por encima está el Amado, y bajó el Amor, muy por debajo, está el Amigo. Y el Amor, que está en medio, baja el Amado al Amigo, y sube el Amigo al Amado. Y en la bajada y en la ascensión tiene su principio el Amor, por el cual languidece el Amigo y es servido el Amado».

El Amado baja. Dios se hace presente en el Amor del Hijo e inicia un diálogo de amor. Nos habla de manera elocuente de la novedad del Amor de Dios. Un Dios que espera una respuesta de amor. Así en toda amistad verdadera: inicia quien tiene una riqueza y generosidad mayor y busca y espera una respuesta adecuada a aquella iniciativa.

El pueblo de Israel consciente de esta predilección de Dios recuerda el camino que el Señor ha hecho con ellos a través de desierto. El pueblo de Israel recuerda la presencia de Dios en su historia a lo largo de los siglos. Un recuerdo que le estimulaba a volver a la fidelidad a la Palabra del Señor.

Esta actitud es también importante y necesaria en nuestra vida: recordar los beneficios de Dios para con nosotros. Beneficios a nivel humano de nuestra propia vida. Y los beneficios que recibimos en nuestra vida de fe. El recuerdo es importante y necesario en nuestra vida.

Recordar sobre todo el don de la vida. Esta vida que vivimos con un ritmo muy inconsciente, pero en la cual vale la pena despertar y valorar lo mucho que hemos recibido: del Señor, de los padre, de amigos… Valorar tanta belleza que ha derramado Dios en nuestro mundo. Recordar la presencia de Dios en nuestra historia… Y agradecer sobre todo este don de Dios mediante el pan de la vida que nos da ya la vida eterna. Agradecerlo viviendo el servicio del amor en nuestra comunidad, en nuestra vida cristiana.