8 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 2,1-11; Salm 103; 1Cor 12,3-7.12-13; Jn 20,19-23

Jesús Resucitado se presenta en medio de sus discípulos y les dice: «Paz a vosotros». Les enseña las señales de su Pasión y repite: «Paz a vosotros». Y a continuación alienta sobre ellos y les dice: «recibid el Espíritu Santo».

San Pablo enseña que «nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo». Es sólo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad de Jesús, sus palabras, su vida. Ya en la Última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14,26). Es el Espíritu Santo quien genera la paz que ofrece la Palabra de Jesús Resucitado. El aliento de Jesús es el Espíritu Santo, el Espíritu Santo es la paz que transmite la Palabra de Jesús

«¿Cuál es entonces la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia? se pregunta el papa Francisco. Y continua diciéndonos: En primer lugar, recuerda e imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través de estas palabras, la ley de Dios —como lo habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento— se inscribe en nuestros corazones y en nosotros se convierte en un principio de valoración de las decisiones y de orientación de las acciones cotidianas, se convierte en un principio de vida. Se realiza la gran profecía de Ezequiel: “Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo... infundiré mi espíritu en vosotros y haré que sigáis mis preceptos, y que observéis y practiquéis mis leyes”. (36,25-27) De hecho, de lo profundo de nosotros mismos nacen nuestras acciones: es el corazón el que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él».

Tenemos necesidad de dejarnos impregnar por la luz y la sabiduría de este Espíritu Santo, porque solo él nos introduce en la verdad de la vida que es la verdad de Dios, de Dios que es el Señor de la vida, una vida que estamos maltratando a todos los niveles: a nivel de la naturaleza, provocando que nuestro planeta sea cada día más inhóspito, más irrespirable, que estamos maltratando a nivel humano en el camino de una desigualdad creciente que nos establece en una edad media feudal más inhumana, con señores feudales más refinados y crueles, y una masa humana más esclavizada, o por lo menos más consciente de su esclavitud, y por tanto más triste y frustrada...

Necesitamos dejarnos impregnar por la luz y la sabiduría del Espíritu Santo. Que este Espíritu Santo nos recuerde hoy y mañana las palabras de Dios: «Os doy la paz. No os la doy como la da el mundo».

Y no la da como la da el mundo, porque Cristo es la paz; Cristo es la verdadera paz capaz de engendrar paz en nuestro corazón, si nosotros se lo permitimos. Y en Cristo encontramos la verdadera sabiduría para construir la paz de nuestro cuerpo que tiene una diversidad de miembros muy diferentes, para construir, de la misma manera, la paz del cuerpo de Cristo que formamos todos y que, aún siendo muchos y bien diferentes nos quiere en la unidad que edifica su paz.

Un primer momento privilegiado para recibir esa paz es la Eucaristía, donde se nos invita a darnos la paz, precisamente antes de recibir a Cristo en la comunión, en el pan consagrado. Ahí, en ese pan está el Espíritu de Jesús, como nos enseña el himno de san Efrén:

«Señor, en tu pan está escondido
el Espíritu que no puede ser consumido.
En tu vino permanece, Señor,
el fuego que es imposible de beber.
El espíritu está así en tu Pan
y el Fuego reside también en tu vino:
una maravilla manifiesta,
la que nuestros labios han acogido».

Pero después viene otro momento también privilegiado y decisivo: llevar esta paz a la vida cotidiana, trabajar con firmeza y generosidad esta paz día a día en las difíciles relaciones humanas, buscar reforzar esta paz en una comunión con el esplendor y belleza de la creación donde está latiendo el amor y la paz del Creador. Si queremos la paz, si deseamos la paz del corazón, no podemos dar la excedencia al Espíritu. No podemos dejar en el paro al Espíritu Santo, sino que debemos tenerlo en un ejercicio permanente. Por esto el papa Francisco nos invita a decir esta breve oración:

«Espíritu Santo, que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al bien, que mi corazón esté abierto a la belleza de Dios, todos los días».