1 de junio de 2014

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53

La fiesta de la Ascensión no nos habla de un alejamiento de Cristo, sino de su glorificación en el Padre. Su cuerpo humano adquiere la gloria y las propiedades de Dios antes de encarnarse. Con la Ascensión, Cristo se acerca más a nosotros, con la misma cercanía de Dios. Es también una fiesta de esperanza, pues con Cristo una parte, la primicia de nuestra humanidad, está con Dios. Con él, todos nosotros hemos subido al Padre en la esperanza y en la promesa. En la Ascensión celebramos la subida de Cristo al Padre y nuestra futura ascensión con él. Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, recuerda que EL CIELO ES NUESTRA META y que la vida terrena es el camino para conseguirla.

Dios, por medio de su Hijo nos ha abierto el camino. Un Dios humanizado profundamente como nos sugiere el verso de san Efrén:
«Su cuerpo se ha mezclado
con nuestros propios cuerpos.
Su sangre se ha vertido
en nuestras propias arterias.
Su voz en nuestras orejas
en nuestros ojos su luz,
él y nosotros, todo enteros
mezclados por gracia».

Este Misterio es motivo de gozo y santa alegría y de agradecimiento a nuestro Dios, que nos da la esperanza de nuestra glorificación, como pedimos también en la Oración-colecta de la Misa de hoy. Y para hacer este camino encarga a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de incorporar a las gentes al Misterio de Amor Trinitario mediante la predicación, el bautismo y la enseñanza y vivencia de sus mandamientos en una comunión fraternal. Y hoy somos nosotros quienes recibimos su Palabra de vida, para que la vivamos y la anunciemos con nuestras obras.

Todo esto nos pide vivir con un corazón dilatado y una mirada profunda sobre la vida misma, como escribe un místico sufí del siglo IX:
«Antes de irte me dijiste:
desde ahora ya no verás
nada de lo que mires,
a no ser que me veas
en todo cuanto mires».

Necesitamos la mirada de Jesús, aquella mirada capaz de llegar al corazón de Pedro y hacerle consciente de su pecado. Necesitamos el corazón de Jesús, aquel corazón de donde siempre salía una palabra de acogida y de perdón.

Necesitamos conocer más profundamente a este Jesús, que hoy celebramos glorificado a la derecha del Padre, pero que nos deja su Espíritu para mirar, no al cielo, sino para estar atentos a caminar entre las gentes como Él lo hacía. Necesitamos pedir este don del conocimiento de Jesucristo, nuestra esperanza de salvación. Necesitamos hacer con las palabras de san Pablo a los efesios hacer nuestra oración:

«Concédenos los dones espirituales de una comprensión profunda del hombre y de la Revelación divina. Concédenos conocer tu verdad, para amar la pequeña verdad de nuestros hermanos.

»Danos tu luz, tu luz que brille en nuestros ojos, en nuestra mirada del corazón. Luz para iluminar y acoger a otros. Danos también aprender la verdadera grandeza del poder, que no es el poder de este mundo sino aquel poder que tú pones en el corazón del que cree en ti. Danos este poder de ser eficaces en la creación de una vida nueva. Tú que lo eres todo y que estás en todos, concédenos hacer este camino con una alegría santa».

No hay que mirar al cielo. El cielo está donde está Dios. Y este Dios sorprendente ha hecho del corazón humano su casa, su cielo. No hay que mirar al cielo. Hay que mirar al corazón y caminar con los pies en la tierra, pero con el vivo deseo de la plenitud divina en nuestro caminar.