19 de marzo de 2014

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

«Porque tú haces tablas en tu orgullo,
¿quieres pedir realmente cuentas a Aquel
que, con modestia, de esa misma madera,
hace brotar las hojas y abultar los capullos».

(R.M.Rilke)

El poeta recoge bien la vibración del evangelio que nos muestra a san José desconcertado ante el misterio de Dios que se empieza a manifestar a través del embarazo de María, desconcertado pero abierto a esta luz del misterio divino que lentamente se va levantando en el horizonte de la humanidad.

Dios es discreto, y hace brotar con modestia las hojas y las flores de primavera. El misterio de Dios arraiga con suma discreción y sencillez en la vida de los hombres para manifestarse, a su tiempo, con toda la fuerza y esplendor de vida, y capaz de transformar la vida de la humanidad. Y con está discreción y sencillez se manifiesta y arraiga en la vida de san José como nos narra el evangelio: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21).

«En estas palabras —explicaba Juan Pablo II— se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia». Y todavía abundará en este punto al afirmar que: «Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo».

«Depositario del misterio de la salvación, del misterio de Dios hecho hombre, para llevarlo a la perfección» (oración colecta).

Comienza a realizarse la promesa a David: «te construiré un templo, su trono real se mantendrá para siempre». Un templo que empieza a ser realidad en el seno de santa María, que se completa y consolida en la familia de Nazaret y que la Iglesia, servidora de este misterio divino, se esfuerza por llevar a la perfección.

El gesto, silencioso pero acogedor, desde lo profundo del corazón de san José, es elocuente; nos marca el camino, junto con santa María, para ser acogedores de este misterio de nuestra salvación. Nuestra responsabilidad es la de llevarlo a su perfección. Esta perfección, que es estar en sintonía con un misterio de amor, que es una llamada al corazón de toda la humanidad, una llamada a cada uno de nosotros para vivirlo con sencillez y fidelidad como san José, para vivirlo también como instrumentos que estamos llamados a ser de este don de Dios a todos los hombres.

Vivir así este misterio es vivir la experiencia de una profunda alegría interior que nos hace capaces de vivir la experiencia del salmo: «Señor cantaré toda la vida tu misericordia. Anunciaré tu fidelidad por todas las edades».

En este empeño la celebración de esta solemnidad de san José es un camino para descubrir y vivir la protección de este hombre singular, y de lo importante de nuestra devoción por él. Por esto nos dice santa Teresa:

«Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si algo va torcida la petición, él la endereza para más bien mío». (Libro de la Vida, 7).