23 de abril de 2013

SAN JORGE, MÁRTIR, PATRON DE CATALUÑA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 12,10-12; Salm 33,2-9; 1Jn 5,1-5; Jn 15,1-8

«Del mismo modo que el esqueje de la vid, depositado en tierra, fructifica a su tiempo, y el grano de trigo, que cae en tierra y muere, se multiplica con fuerza por la eficacia del Espíritu de Dios, que sostiene todas las cosas, y así estas criaturas trabajadas con destreza se ponen al servicio del hombre, y después cuando sobre ellas se pronuncia la Palabra de Dios se convierten en Eucaristía». (San Ireneo, Adv Haer.)

Y también nosotros estamos llamados a convertirnos en Eucaristía, en la buena gracia de Dios, manifestación de amor a los hombres, y victoria que vence al mundo mediante la fe, como sucedió en san Jorge y tantos hijos de Dios que han dado una respuesta positiva a su llamada.

La Eucaristía es una llamada a incorporarnos a Dios, o, más preciso todavía, «a nacer de Dios». Es nuestro horizonte. «Nacer de Dios». Nacemos de Dios por el bautismo y por el Espíritu, pero el bautismo queda en el pasado, la vida sigue, y seguimos necesitando de la fuerza renovadora del Espíritu que haga posible la actualización diaria de nuestro bautismo, de nuestra incorporación al Misterio de amor, revelado por su Hijo.

Nacemos de Dios cuando creemos que Jesús es el Mesías, y cuando amamos a todo el que ha nacido de él. Por esto Juan pone en íntima relación este nacer con el amar a los hermanos que han nacido del mismo Padre, del mismo Dios.

«Esta es la victoria de la fe». Esta es la victoria de todo aquel que permanece unido a la vid para dejarse podar, limpiar por el Padre, el Labrador, que espera de nosotros un buen fruto, un fruto abundante.

El camino nos lo dice Jesús claramente en el evangelio que acabamos de escuchar: «seguid conmigo». Seguir con la vid, seguir con Cristo es la garantía de dar un fruto abundante. Seguir con él es seguir con sus palabras. Es guardar sus palabras. Y guardar también su ejemplo: «amar hasta el extremo», ser un imitador de su Pasión.

Las palabras se guardan en el corazón. Guardar la Palabra en el corazón es guardar un fuego que quema. El fuego que consume por hacer la voluntad de Dios; el fuego que movió a san Jorge y a tantos testigos de la fe a dar el testimonio, e incluso la misma vida. El fuego que impulsa a amar hasta el extremo.

Seguir a Cristo es seguir con sus palabras, guardarlas en el corazón y gustar de ellas, saborearlas, como una fuente de vida. Como una preciosa experiencia de su amor.

Hace unos quince días contemplábamos las viñas que aparecían como un conjunto de troncos secos y retorcidos. Hay las podemos contemplar con unos preciosos brotes verdes, evidentemente no unos brotes verdes como lo que ven los optimistas que quieren decirnos que la crisis se acaba, pues las crisis difícilmente se acaban cuando los nuevos brotes no nacen de la raíz del corazón. En las viñas contemplamos brotes de vida nueva, que llevan la esperanza de vino nuevo, brotes que nacen desde una savia interior, tocada por un verdadero espíritu de vida.

Esta es la savia que es preciso que brote desde nuestro espacio interior, es la savia que el salmista nos invita «a gustar y ver», a experimentar. Vivir la experiencia de la Palabra de vida guardada en el corazón. Y cuando vivimos la contemplación de esta palabra de vida en nuestro interior nace dentro de nosotros un movimiento de bendición a la bondad de Dios. Y nuestra vida se hace más luminosa.

San Jorge, nos recuerda, además de esta victoria de su fe en el martirio, la rosa y el libro. Nos recuerda el aroma de la rosa y la sabiduría de un buen libro. También es algo que necesitamos. Tenemos necesidad de no perder el aroma de nuestra fe, el aroma de Cristo, nuestra vid, y tenemos necesidad de la sabiduría de su Palabra. Y por aquí tenemos siempre caminos de salida de toda crisis, caminos de sabiduría para iluminar los pasos de nuestra vida.