8 de abril de 2013

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Solemnidad trasladada

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Sal 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38

«El Hijo toma la naturaleza humana para RECONCILIAR y vencer la división. Toma la bajeza de nuestra condición, se rebaja permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era: la majestad se reviste de humildad, la fuerza de debilidad, la eternidad de caducidad, todo asociado en la UNIDAD de un solo Señor. Demos gracias a Dios, por la misericordia con que nos ha amado, que nos resucita a la vida de Cristo, para ser una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, que participas de la naturaleza divina. Recuerda que arrancado de las tinieblas se te ofrece la claridad de Dios». (San León Magno, Hom. 1 Navidad)

Tenemos en las palabras de san León una respuesta, o una luz que ilustra acerca del misterio de la Encarnación de Dios que celebramos en este día. La antífona del Canto de entrada dice: «Dios mío, vengo a hacer tu voluntad». Esta voluntad queda clara según este santo Padre, como también lo pone de relieve san Pablo en sus escritos: «Reconciliar y vencer la división». En la oración-colecta pedimos, «puesto que nosotros creemos y confesamos que Dios se ha hecho hombre, que nos conceda participar de la naturaleza divina».

Esto para los Padres de la Iglesia también es una realidad: Dios se ha hecho hombre, para que el hombre se haga Dios. Un intercambio de naturalezas. De aquí las palabras de san León invitándonos a reconocer nuestra dignidad, como participantes de la naturaleza divina. Doctrina que abunda en los restantes Padres sobre todo en los Padres de la Iglesia Oriental.

Pero tenemos una conciencia muy débil de esta dignidad nuestra. Un camino para despertar a esta conciencia es vivir este Misterio, vivirlo con el mismo talante con que lo vive el Dios encarnado. Si somos participantes de su naturaleza, y tenemos el Espíritu de Jesucristo está claro que hemos de asumir desde lo que somos aquello que todavía no somos.

Tenemos una gran dignidad, pero no somos humildes. Nos sentimos con una fuerza pero no asumimos nuestra debilidad y la de los demás. Sentimos, deseamos permanecer siempre, fruto de una condición eterna, pero nos falta vivir con más paciencia, más esperanza, más fe, nuestra vida caduca.

Y por encima de todo no tenemos conciencia clara de nuestra responsabilidad, como seguidores de este Dios encarnado, de ser RECONCILIADORES, que es lo que nos pondría en el camino de una UNIDAD de nuestra vida.

Creo que necesitamos decir hoy, y cada día, al escuchar la Palabra de Dios, las palabras de Santa María: «Soy la sierva del Señor, que se cumplan en mí tus palabras».