4 de julio de 2010

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Is 66,10-14; Salm 65,1-7.16.20; Gal 6,14-18; Lc 10,1-2.17-20

Reflexión: El Reino de Dios

Jesús envía setenta y dos discípulos, de dos en dos a anunciar el Reino. En el evangelio de hoy, de san Lucas se sugieren unas determinadas condiciones para anunciar el Reino, de tipo personal, y en relación a las circunstancias del ambiente. Todo discípulo de Jesús está llamado a ser instrumento de este Reino. Primero es necesario que lo viva en la propia vida, y que desde esta experiencia lo manifieste en su vida.

"El tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de Dios" (Mc 1,15). Otro evangelista dirá que el Reino "está en medio de vosotros". La presencia del Reino en realidad es la presencia de Cristo, pues es en él donde domina Dios por completo. Por ello comienza a manifestarse a través de la persona de Cristo. Como una luz para todos los hombres. Él es la luz del mundo. Mediante la palabra y las obras de Cristo. Toda su enseñanza gira en torno a la manifestación de la persona del mismo Cristo, que no puede hacer nada sino lo que ve hacer al Padre, es decir que Cristo manifiesta siempre una unión íntima con el Padre.

La Palabra de Dios viene a ser una semilla depositada en el campo, que va germinando poco a poco a partir de un vigor interno y creciendo hacia fuera hasta el momento de la siega. Así se va desarrollando el Reino.

Los milagros probarán que el Reino de Dios ya vino sobre la tierra. "Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros".

Pero sobre todo será en la persona del mismo Cristo, que viene a servir y no a ser servido, donde se manifestará la fuerza de este Reino.

Después de su muerte y resurrección Cristo aparece constituido como Señor, Como Sacerdote, y derrama sobre los discípulos el Espíritu que será el artífice del nacimiento de la Iglesia, que recibirá la misión de continuar el anuncio del Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de las gentes, siendo en la tierra el germen y el principio de este Reino.

Palabra

«Festejad a Jerusalén, gozad con ella, alegraos de su alegría… os saciaréis de sus consuelos… Haré derivar hacia ella como un río la paz». Jerusalén, anuncio previo de la Jerusalén celestial. El nuestro horizonte de paz. Necesitamos contemplarla para tener un referente de paz y de alegría.

«Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo». No es precisamente un camino atractivo la cruz, pero en ella Dios ha puesto nuestra salvación, y necesitamos contemplar en nuestra vida la cruz, porque nos viene por uno u otro camino.

«Lo que cuenta es la criatura nueva». La criatura nueva es aquella que nace de la cruz, de una muerte vivida desde el amor y por el amor. Jesucristo es el "Hombre nuevo". Estamos llamados a esta novedad.

«La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma». (la criatura nueva) La norma, la referencia, es el sendero de la criatura nueva en Cristo muerto y resucitado.

«La mies es abundante y los obreros pocos». Pero el Señor es el dueño de la mies. No es una invitación a una actitud pasiva, sino a despertar cada día nuestro interés en colaborar con el dueño de la mies, y a pedir que Él mueva el corazón de otros, de muchos, a trabajar en la misma viña…

«Poneos en camino». Es preciso hacer camino, pero siempre a partir de la fuerza y de la inspiración que nos viene del dueño de la mies.

«Cuando entréis en una casa decid primero: "Paz a esta casa"». Es preciso ser mensajero de paz. Pero previamente debemos estar en camino con el corazón pacificado. Solamente quien tiene paz puede dar paz.

Sabiduría sobre la Palabra

«Dice David: "Yo reconozco mi culpa" Y si yo la reconozco, tú perdónala. No presumamos en absoluto que somos buenos y que vivimos sin pecado. Los hombres sin esperanza, cuanto menos piensan en sus pecados, tanto más curiosos son respecto a los ajenos. No buscan algo que corregir, sino algo para poder hablar mal de los demás. Y, como no son capaces de excusarse, están siempre dispuestos a acusar a otros. David no nos dejó este ejemplo de oración y satisfacción de Dios cuando dijo: "Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. No se dedicaba a husmear en los pecados ajenos. Fijaba su atención en sí mismo, y no se contentaba con palparse por fuera, sino que penetraba dentro de sí y descendía a lo más profundo de sí mismo. No pensaba en disculparse, y así podía pedir perdón sin insolencia». (San Agustín, Sermones)

«Leed con atención: Dentro de vosotros está el Reino de Dios. Que Cristo se instale por la fe en lo íntimo de vosotros mismos, como el rey en su reino. Los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. Fijaos que no se dice "que se revelará a nosotros", (Rom 8,18) como algo exterior; sino en nosotros como ocupando el interior, pero que todavía no aparece. Buscar el Reino de Dios y su justicia, entrando dentro de vosotros mismos más bien que saliendo fuera o por encima de lo que sois». (San Bernardo, El precepto y la dispensa, 61)