12 de noviembre de 2014

EXEQUIAS SRA. ELENA ROIG Y OBRADÓ

Madre de fray Xavier Guanter

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Rom 14,7-10.12; Mc 15,33-39. 16,1-6

Es importante esta palabra que acabamos de escuchar: «Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor».

Podríamos decir que ni siquiera Dios vive para sí mismo. Dios vive para los demás, para cada uno de nosotros. Dios vive y muere para nosotros. Dios vive y muere y resucita, como hemos oído en el evangelio para nosotros. Para darnos una esperanza. La esperanza de una vida nueva, que acaba de estrenar nuestra hermana Elena.

Dios hizo la hermosura de la creación, la belleza del mundo… Pero no se quedó con esto: él mismo bajó de su cielo y apareció en la confusa noche de los hombres para que brillase una luz en la vida de todos ellos, de todos y de cada una de sus criaturas. Ese Dios hecho hombre fue sembrando con amor esta vida, que era la semilla de una primavera eterna, que trae para nosotros los hombres.

Ahora en estos días de otoño la vida en la naturaleza va apagándose hasta desvanecerse del todo en el silencio del invierno, pero con toda seguridad vendrá después la vida nueva de primavera.

Algo así pasa en el corazón de los hombres, en la vida humana cuando acogen la semilla de vida, la Palabra de Dios y la guardan en el corazón. Y dejamos que Dios diga la última palabra, como sucedió con Cristo en la Cruz. Así nace una nueva esperanza.

¡Qué grande es Dios, qué bueno!… que no vive y muere para sí, sino que vive y muere y resucita para nosotros.

Para que nosotros aprendamos a vivir y a morir por él. Quizás no todos lo hacemos así. Pero hay alguien que sí que lo hace bien, que vive y muere para él. Es la madre. La madre vive de un modo especial su servicio a la vida. Y esto hace que viva en una especial y profunda intimidad con el Dios de la vida. Por esto cada madre es un poco, o un mucho la primavera de Dios en la tierra. Porque a través de cada madre la vida reverdece.

Por esto, porque las madres tienen fuerte el corazón, porque son una fuente de vida, y este servicio de la madre está cerca del corazón de Dios.

Y cuando una madre se muere… No se muere. Hace como Jesús en la cruz: entrega su espíritu. Y lo hace como Jesús: mirando al manantial de las aguas vivas. Porque se muere como se vive. Y una madre siempre vive amando la vida. Cuando una madre se muere lo hace como todo cristiano que ha vivido y muerto para el Señor de la vida: en silencio, en un silencio obediente a la Palabra de Dios. Y aunque lo haga en medio del silencio de Dios como Jesús en la cruz, siempre es in silencio envuelto totalmente en la más firme esperanza: que Dios el Padre de la vida dirá para ella la última palabra, que ya sabemos cuál es porque nos la ha adelantado su Hijo Jesús de Nazaret: el aleluya, la alegría gozosa de la resurrección.