15 de agosto de 2014

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal 44, 11-12.16; 1Cor 15, 20-26; Lc 1, 39-56

«Apareció en el cielo un gran signo: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas.»

Este gran signo se aplica a la Iglesia, pero hoy la Iglesia en la liturgia lo atribuirse también a María. Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar en esta Mujer del Apocalipsis a santa María.

«Santa María, de la cual dice san Bernardo que se ha hecho toda para todos; que en su inagotable caridad se ha hecho deudora de todos, prudentes e insensatos. A todos abre el seno de su misericordia, para que todos reciban de su plenitud: el cautivo la libertad, el enfermo la curación, el afligido el consuelo, el pecador el perdón, el justo la gracia, el ángel la alegría; en fin, la Trinidad entera la gloria y el Hijo su carne humana. No hay nada que escape a su calor. Es la mujer envuelta en el sol. Sin duda ella es la que se vistió de otro Sol, y está accesible a todos; para todos está llena de clemencia y se compadece de las necesidades de todos con un amor sin límites. Ella está por encima de todas las miserias y supera toda fragilidad y corrupción con una grandeza incomparable. Descuella de tal manera por encima de todas las criaturas que con razón se dice que la luna está bajo sus pies». (Sermón, Octava de la Asunción)

María está envuelta en el sol; penetró en el abismo insondable de la sabiduría divina mucho más de lo que podemos imaginar. Estuvo inmersa en esa luz inaccesible, con la única salvedad de no perder la unidad personal de su condición de criatura. Los vestidos de esta Mujer son infinitamente inmaculados y ardientes; todo está en ella tan iluminado que no encontramos la menor tiniebla, oscuridad o tibieza.

«Ella está por encima de todas las miserias y supera toda fragilidad y corrupción con una grandeza incomparable. Descuella de tal manera sobre las demás criaturas, que con razón se dice que la luna está bajo sus pies. La luna, que tiene un resplandor incierto y voluble, que siempre está cambiando».

La Palabra de Dios nos habla de «otro signo en el cielo: un gran Dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y sobre su cabeza siete diademas… que se dispone a devorar al Hijo de la Mujer que va a dar a luz.»

Este es el signo de la tiniebla, de la violencia, de la oposición, de la guerra contra el Hijo que va a nacer de la Mujer… Aquí tenemos la tensión permanente entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte… Una tensión que se resuelve en vida: Resurrección. La muerte es vencida. Todos somos llamados a vivir. En esta sociedad de violencia y muerte nos viene bien tener en el corazón la plegaria de una canción: «en el silencio regálame tu paz, que es mi vivir».

Esta fiesta es una llamada a la vida, a una visión optimista sobre la condición humana, llamada a la vida. Lo reflejará muy bien san Ireneo cuando escribe: «la gloria de Dios es que el hombre viva.»

Esta victoria sobre la muerte del Resucitado, resplandece plenamente en María. Y nos abre a todos nosotros la esperanza de estar asociados a esta victoria, lo cual nos pide una colaboración concreta que es vivir la sabiduría del Magníficat que canta María en su visita a su prima Isabel.

La devoción a María nos pide vivir esta sabiduría del Magníficat, cantar con nuestras obras de amor el amor de Dios, abrirnos cada día al don de Dios para que continúe obrando sus maravillas a través de nuestra pequeñez, hacer la obra de la justicia que Dios pide a través de sus profetas, y sobre todo del Justo, su Hijo revestido de nuestra humanidad. Ser buenos siervos de Dios, viviendo el servicio a los hermanos, como nos enseña Cristo que vino a servir.

Estas expresiones del Magníficat cantadas por la comunidad primitiva revelan la situación vital del que ha conocido la victoria de la resurrección-exaltación de Cristo, a través de su muerte-humillación. Todo un camino para nosotros herederos de esta fe.

María, pues, nos marca el camino en la tensión del desierto de este mundo, donde se la señal del Dragón sigue viva, acosando al Hijo que está naciendo.

La liturgia etíope celebra este misterio todos los meses con la mayor solemnidad:

«Te saludo asunción del cuerpo de María, misterio que no cabe en el corazón humano; tu carne era como una perla y la misma muerte se avergonzó, cuando asombrada te vio subir llena de luz. Saludo a asunción de tu cuerpo que gana en belleza al esplendor del sol y a la gloria de la luna. Saludo la resurrección de tu carne paralela a la resurrección de Cristo que se encerró vivo en ti».