6 de enero de 2014

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 71; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

En su alocución de principio del año, el Papa Francesc hizo alusión a una carta que había recibido de una persona que le preguntaba qué estaba sucediendo en el corazón del hombre. Una pregunta que el Papa hizo suya para preguntarse por dos veces en su intervención y repetir: «ya es hora de parar la violencia, la guerra…»

Quizás la respuesta está en la carta de san Pablo a los efesios cuando habla «del secreto de Dios». ¿En qué consiste este secreto?

«Desde ahora todos los pueblos tienen parte en la misma herencia, forman un mismo cuerpo y comparten la misma promesa». Todos los pueblos.

Si nos creemos esta palabra ¿acaso tienen sentido las guerras, las crisis económicas, la violencia?... ¡Cuánta tragedia y cuánta miseria en este camino de la vida! Mucha causa de todo ello está en un afán por el dinero, que está pudriendo la sociedad en una corrupción que se va extendiendo a todos los niveles y latitudes. Cuando todos tenemos consignada nuestra parte de herencia en el libro de la vida. Pero lo olvidamos.

Los Santos Padres comentan el misterio de la Encarnación de Dios como un viaje de Dios a la humanidad, para enseñar al hombre que su vida es también un viaje, pero en sentido contrario: de la humanidad a Dios. El evangelio de hoy, en esta solemnidad de Epifanía, que es la fiesta de Navidad en Oriente, pone de relieve eso mismo: la vida es un viaje. El viaje de los Magos es todo un emblema de lo que es la vida cristiana, cuando se contempla como un alejamiento de Dios, y un seguimiento y búsqueda de dicho Dios. La vida del hombre es un viaje, es una peregrinación mediante la cual llevamos a la Jerusalén celestial las riquezas de las naciones.

Somos peregrinos en el camino de esta vida, a la búsqueda del rey que ha nacido. Somos peregrinos que caminamos envueltos en tinieblas y oscuridades, pero peregrinos que nos acercamos a la luz, que caminamos con la nostalgia del amanecer radiante, con el deseo de la luz que ya empezó a brillar con la estrella.

Y en el «camino los Magos preguntan; ¿dónde está el rey que ha nacido? Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo». Pero no siempre la luz es bien recibida; muchas veces la luz inquieta y preferimos las tinieblas, la oscuridad. En aquella Jerusalén donde preguntan los Magos no tienen la verdadera inquietud de la luz que alumbra para caminar, pero los Magos aprovechan los pequeños indicios que reciben y se despierta más su deseo de búsqueda y de encuentro. Cuando se empiezan a encender las luces del Nacimiento en Jerusalén la frialdad de los sacerdotes y las preocupaciones de poder de Herodes apagaran esas primeras y esperanzadoras luces. Se quedaran sin concierto de Navidad. Están en la ignorancia del secreto de Dios.

Los Magos continúan su ruta y la estrella crece en fulgor, la estrella les pone una luz radiante en el camino hasta detenerse en el lugar donde estaba el Rey recién nacido. La estrella sobre el portal se apagará, porque ya todo lo llena la luz del Señor, la luz del mundo. En Belén sí que hay concierto de Navidad. Aquí empieza el verdadero himno de la alegría. Primero fueron los pastores, ahora los Magos…

¿Y tú, y yo, y nosotros?... ¿Nos incorporamos a este concierto?, ¿conocemos el secreto de Dios? Mira a tu corazón y escucha lo que él te dice. Somos peregrinos, todos los hombres y mujeres de este siglo estamos en el camino. «Muchos vendrán» dice la Escritura. El secreto de Dios revelado nos dice que vendrán todos los pueblos. Esta fiesta de Epifanía que nos habla de la revelación de Dios a todos los pueblos, nos confirma el universalismo de la salvación que Dios ofrece a todos los pueblos.

«¿Dónde está el Rey que ha nacido para todos los pueblos?» También nos lo preguntan hoy. Podemos tener la respuesta fría de los sacerdotes de Jerusalén, o la preocupación de Herodes. O bien podemos recoger los indicios que encontramos, y seguir en el camino al encuentro con todos los pueblos.

Pero eso sí, no lo olvides: pregúntate si conoces el secreto de Dios. La respuesta si es auténtica, siempre viene desde un corazón dilatado.