1 de noviembre de 2013

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

«Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios…. Pero esta condición de hijos no se ha manifestado».

A nosotros mismos nos falta una conciencia más grande de nuestra condición de hijos. Esto quiere decir que necesitamos crecer en el amor. Los hijos son fruto del amor y deben crecer en el amor.

El amor manifiesta el corazón de Dios, que nos quiere como hijos suyos, pero los hijos se reconocen al vivir este amor del Padre. Este amor que nos lo ha manifestado mediante Jesucristo. Y Jesucristo nos ha dado su Espíritu para crecer en el amor, para crecer en nuestra conciencia de que somos hijos del Padre. Tenemos pues una capacidad grande para amar, porque dentro de nosotros tenemos el Espíritu de Cristo, que es la fuente del amor, de todo amor.

Ha escrito un pensador: «El Amor es la más universal, la más formidable y la más misteriosa de las energías cósmicas. ¿Es posible que la Humanidad continúe viviendo y creciendo sin interrogarse francamente sobre lo que deja perder de verdad y de fuerza a través de su increíble poder de amar?» (Teilhard)

Pues es posible. Estamos perdiendo fuerza de amar. Estamos perdiendo conciencia de esta capacidad de energía de vida, de luz, de amor que tenemos dentro. Cada uno de nosotros podríamos preguntarnos acerca de cómo en nuestra vida concreta nos alejamos de esta fuerza de energía de vida, de luz, de amor, que llevamos bien arraigada en nuestro espacio interior. Esta fuerza del amor pienso que quiere ayudarnos a despertar el Papa Francisco. En esta línea de pensamiento me ha llamado la atención unas palabras en su diálogo con un periodista no creyente.

«Usted en qué cree? Le dice el Papa.
—Yo creo en el Ser, el tejido del que surgen las formas, los seres, le responde el periodista.
—Y yo creo en Dios, le responde el Papa. No en un Dios católico, pues no existe un Dios católico. Existe Dios. Y creo en Jesucristo que es la encarnación de Dios. Pero Dios es el Padre, es la luz y es el Creador. Este es mi Ser ¿Le parece que estamos muy alejados? Y todavía añade el Papa: Dios es luz que ilumina las tinieblas, aunque no las disuelve, y una chispa de luz divina está dentro de cada uno de nosotros.
Constatamos que la sociedad y el mundo en que vivimos el egoísmo aumentó más que el amor por los otros, y los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su fuerza y capacidad para lograr que el amor hacia los otros aumente hasta igualar y probablemente superar el amor por sí mismos.»

«Mirad que amor nos ha tenido el Padre», nos recuerda la Palabra. Y esto no lo olvidan los santos. Los santos que son aquellos en los que el amor crece más que el egoísmo. Los santos son aquellos que son conscientes de esa chispa de luz que Dios ha puesto con su Espíritu en nuestro corazón.

La cuestión está en cómo hacemos crecer esa chispa divina en nuestra vida. Yo creo que la lección que tenemos que aprender, o repasar constantemente, es el Sermón de la Montaña, que nos vuelve a recordar el evangelio de hoy. Escribe san Bernardo: «La lectura del evangelio y el Sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie cómo imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los Santos a quienes hoy festejamos».

La Palabra de Dios, hoy las bienaventuranzas, es para nosotros esa escalera que nos ilumina, si la acoge y guarda el corazón, para crecer en el amor, para que crezca en todos nosotros el deseo del Amor, el deseo de Dios, para que se nos manifieste Cristo que es nuestra vida, y que nos manifestemos nosotros con él, revestidos de gloria.

En esta lección de las bienaventuranzas hay unas palabras claves para que la chispa divina de nuestro corazón crezca y se convierta en un fuego grande: la pobreza, la paciencia, el hambre, la justicia, la misericordia, la limpieza, la paz…

En el fondo es una invitación a estar disponibles el Amor del Padre, para el amor hacia los hermanos.

«Mirad que amor nos ha tenido el Padre… Y todavía no se ha manifestado en plenitud». No podemos descansar hasta hallar a Dios. Este es el verdadero camino de la vida. Solamente en esta búsqueda de Dios se aquietará nuestro corazón.