2 de noviembre de 2013

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Job 19,1.23-27; Salm 24; Filp 3,20-21; Jn 14,1-6

«Somos ciudadanos del cielo». Pero vivimos aquí en la tierra.

Somos ciudadanos del cielo… y tenemos, todos, el sentimiento, el deseo de vivir siempre, de permanecer. Pero vivimos la experiencia de aquí a la tierra, que es la experiencia de nuestra fragilidad, de nuestra finitud; y esto nos lleva a atar nuestra vida a las cosas de aquí abajo, a cuidar nuestro cuerpo, a atesorar, lo que sea, con tal de hacernos con una seguridad.

«Somos ciudadanos del cielo». Pero vivimos la tensión de los intereses de la tierra. Y así andamos o vivimos con desequilibrio, con confusión.

Quizás tenemos que recordar la palabra de Jesús que acabamos de escuchar: «No perdáis la calma, que se aserenen vuestros corazones. Creed en Dios y creed también en mí».

No perder la calma, la paz del corazón que nos permita ser conscientes de que tenemos aquí una ciudadanía temporal, una vida, cuya experiencia es de transformación creciente y que por su misma naturaleza nos va abriendo a una dimensión trascendente, a una dimensión más allá de nosotros mismos. Nos va abriendo, en definitiva a otra ciudadanía.

La vida aquí es un camino, vamos pasando por sucesivas etapas de la vida humana. Unas etapas que en el aspecto material nos impone la misma naturaleza; pero en la vida de la persona hay otra vertiente: la espiritual y aquí es necesario la colaboración de nuestra persona. El camino espiritual también se contempla como una serie de diversas etapas, y aquí entra en juego nuestro esfuerzo y nuestra voluntad, para ir preparando nuestra incorporación a la ciudadanía del cielo.

En este esfuerzo debemos estar con una esperanza: la esperanza del salvador, Jesucristo, pues es él el artífice de nuestra transformación, del paso de ciudadanos de la ciudad terrenal a la ciudad celestial. Él mismo se ha hecho camino.

«Si él no se hubiera hecho camino andaríamos extraviados siempre. Se hizo camino por donde ir. No te diré: Busca el camino. El camino es quien viene a ti. Levántate y anda». (S. Agustín, Sermón 141)

El hombre es camino hacia la plenitud, hacia Dios. Esto lo han dicho todas las filosofías y religiones. Pero el cristianismo añade: Dios es camino hacia el hombre. Dios se ha abierto camino por la historia, que el hombre ha forjado para llegar hasta donde él está.

El hombre ve a donde tiene que ir pero no tiene medios por sí mismo para arribar allá. Anhelamos llegar a la perpetua estabilidad, a la Existencia misma, a la plenitud. Pero está por medio el mar de este siglo, que es por donde caminamos. Nos damos cuenta del término de nuestro viaje; muchos no saben ni siquiera a dónde dirigirse. Para que existiese el medio de ir, vino de allá aquel a quien queremos ir.

«La verdadera divinidad de Jesucristo se acredita en su viaje a tierra extraña, en que él, el Señor se convirtió en siervo. En la gloria del Dios verdadero aconteció que el Hijo eterno, obediente a su padre, se entregó y humilló hasta ser hermano del hombre». (K. Barth)

Y mediante esta solidaridad abrirnos el camino de nuestra transformación, y configurar nuestro pobre cuerpo, nuestro cuerpo mortal, de acuerdo a su cuerpo glorioso.

Este es el sendero de la vida. Y no puedo menos que recordar la bella palabra de la Regla: «¿Qué cosa más dulce para nosotros que lo voz del Señor que nos invita? Mirad como el Señor en su bondad nos muestra el camino de la vida». (Prólogo 20)

El poeta nos invita a sumergirnos en este sendero de la vida cuando nos dice: «deja que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer. Créame, la vida siempre tiene razón». (Rilke, Cartas a un joven poeta).

Pero la vida tiende a su plena realización, a la plenitud. Para nosotros el problema está en conectar con esta vida y su tendencia a una vida de plenitud. Por esto es tan importante conectar con esta corriente de vida, con este camino, que nos proyecte hacia la plenitud, que un hombre como nosotros, en nuestro lenguaje humano nos diga: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

Verdaderamente cuando tenemos el peligro muy real de que nuestros corazones se endurezcan como la roca en esta ciudad terrenal deberíamos hacer nuestro el deseo de Job: «Ojala que estas palabras quedasen grabadas en la roca». En la roca de nuestro corazón.