2 de junio de 2013

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 14,18-20; Salm 109,1-4; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11-17

«Haced esto en memoria mía.»

Pero esto no es una fiesta de cumpleaños, donde cantamos, «el Señor nos alimenta con la flor de trigo» … como podríamos cantar cumpleaños feliz.

«Haced esto en memoria mía». No estamos recordando un hecho histórico sucedido hace dos mil años. Estamos, yo diría, como prolongando aquel momento del calvario, a dónde ha llegado Cristo poniendo en juego por nosotros, un amor llevado al extremo. Un amor que entrega gratuitamente su vida. El amor, que es más fuerte que la muerte, que desborda el tiempo, y nos pone en los confines de la eternidad.

«Estamos anunciando la muerte del Señor». La Eucaristía es celebrar el amor extremo, sin medida. Hacemos esto en memoria del Señor, para hacer nuestro su mismo amor. «Por esto mismo cada vez que comemos de este pan y bebemos de la copa anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva».

Este gesto de Jesús sería un mero recuerdo histórico si después de la muerte no se les hubiera aparecido y no lo hubiera repetido en una nueva forma, partiendo el pan, bendiciéndolo y dándoselo. Al partir el pan, al comer con ellos después de su resurrección, Jesús los volvía a reintegrar en su amistad después de su traición al abandonarle; les ofrece de nuevo su amistad tras la dispersión. Jesús admite de nuevo a los apóstoles a la mesa de su resurrección.

Nos encontramos con tres elementos de la vida de Jesús que convergen en la Eucaristía: primero el recuerdo de sus comidas con publicanos y pecadores, a los que Jesús otorgaba su amistad, la dignidad y el perdón de Dios; en segundo lugar la Última Cena, que celebró la víspera de su Pasión y Muerte; en tercer lugar las comidas del Resucitado.

Los evangelios establecen una continuidad entre las comidas de Jesús durante su vida con los pecadores, la cena de Jesús y la mesa del Señor resucitado. Comer el pan y beber del vino del Señor es tener parte en el cuerpo y la sangre del Señor, participar en su propia vida que es la vida de Dios.

«El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él». (Jn 6,51s)

Tenemos aquí un doble movimiento: por una parte Dios se vuelve, se rebaja hacia la humanidad. Dios muestra su cercanía, su solidaridad, comparte nuestro destino humano, que los hombres, entonces y ahora, rechazan con sus odios y violencias. En la Eucaristía, memorial de la vida muerte y resurrección de Jesucristo, contemplamos la condescendencia de Dios con los hombres, al manifestarse Dios en la historia humana sin dejar de ser el Dios eterno.

Pero la Eucaristía es también el movimiento inverso. La respuesta del hombre al movimiento de Dios hacia nosotros; y lo hace con una actitud de responsabilidad ante el mundo y de solidaridad con los hombres, como lo llevó a cabo Jesucristo.

El Verbo de Dios se ha unido a cada hombre por la encarnación, y lleva esta unión a su realización máxima con su amor extremo en la Pasión, donde entrega su Espíritu, que se derrama sobre toda carne para que pueda vivir con los mismos sentimientos de Cristo, y poder así corresponder al amor extremo de Dios.

Esto es una realidad en nuestra naturaleza humana, pero no llegamos a tener conciencia de dicha realidad si no entra en juego nuestra libertad para incorporarnos a vivir este misterio de amor.

Este misterio de amor es algo vivo, tan vivo y actual como en el calvario hace veinte siglos. Pero igual que entonces, no todos permanecieron junto a la cruz, también hoy podemos ser ajenos a este misterio de amor, de entrega, de servicio y de vida.

Como en el calvario hace veinte siglos, Dios hizo una oferta al hombre con su amor manifestado en la vida, muerte y resurrección, hoy, en la Eucaristía Dios nos vuelve a ofrecer su amor. Para vivir con los mismos sentimientos de Cristo.

«La Santa Eucaristía es un misterio, pero es un misterio luminoso. Acerquémonos a él y quedaremos iluminados». (Torras i Bages)

Con la Eucaristía el Señor te hace instrumento suyo, instrumento de su amor para con todos los hombres. Mira de utilizar bien este precioso instrumento. Recibes el pan de la vida. Procura no tener una mala digestión. Déjate iluminar y fortalecer…