20 de agosto de 2012

SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7,7-10.15-16; Salm 62,2-9; Filp 3,17-4,1; Mt 5,13-19

Bernardo «habla Biblia» a lo largo de todos sus escritos con unas 31.000 citas y alusiones. Algo difícil de comprender, pero suficiente para hacer amar y conocer su «juego bíblico», y la Biblia misma. Bernardo estaba convencido de que solo Dios habla bien de Dios. Por esto primero grita con Samuel: «Habla, Señor, tu siervo escucha», y habiendo «recibido varias veces las visitas del Verbo», y convencido de que el texto: «en él vivimos, nos movemos y existimos» dice la verdad, no puede dejar de hablar. Y lo hace a la manera de la Escritura, que utiliza nuestras palabras, para decir la sabiduría oculta en el misterio, que se insinúa en nuestros corazones.

Y cuál es el camino del monje sino «pedir esa sabiduría oculta, invocarla, preferirla a cetros y tronos, a la riqueza y piedras preciosas, preferirla a la salud y a la belleza». Bernardo habla Biblia, porque verdaderamente para él lo primero es esta sabiduría de la que nos habla la lectura de esta celebración. Y por esto Bernardo «habló con conocimiento y con unos pensamientos dignos de los dones de sabiduría que recibía de Dios», a través de su Palabra.

Deberíamos atender a la invitación que nos hace Bernardo mediante las palabras de Filipenses: «Sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros». Esta imitación no es fácil. Porque tenemos o bien el Dios de la cruz o el dios del vientre. Y esto supone estar haciendo de modo permanente un discernimiento, en los detalles concretos de nuestra vida diaria para llevar a cabo nuestra opción: el Dios de la Cruz, el Dios del amor hasta el extremo, el Dios que da la vida, que la sirve hasta la última gota, o el dios del vientre, de la apetencia de lo terreno.

Nuestra sociedad tiene planteada esta tensión esta lucha encarnizada, entre la cruz y el vientre, entre lo espiritual y lo material, entre la vida y la muerte. No se ve clara una opción por la cruz. Más bien lo contrario.

Los medios de comunicación reflejan en ocasiones repetidas el crecimiento de la esclavitud en esta sociedad; en una sociedad donde un número reducido va creciendo en su riqueza mientras una masa esclavizada crece en número y en desprecio a la dignidad humana. La misma Europa, que la actividad de Bernardo y sus monasterios tanto ayudaron a formarse y consolidar, quiere olvidar la referencia a Dios. Con toda seguridad para dejarse arrastrar por la tentación del vientre, del bienestar que no se puede suportar y que es necesario recortar, nos dicen. Pero la realidad es un recorte para la masa, pero no para la minoría privilegiada.

No puede haber vida sino cuando se vive para el otro; no puede construirse vida auténtica, sino cuando ponemos en el horizonte al otro, a los demás, sobre todo a los más débiles.

Por esto Bernardo es elocuente en sus Cartas: «Nadie viva para sí, sino para el que murió por él. ¿Para quién he de vivir más honrosamente que para él, pues yo no viviría si no fuera por su muerte? Pero yo le sirvo voluntariamente porque el amor da libertad. A esto os animo con todo mi ser: servidle con ese amor que echa fuera todo temor, no siente los trabajos, ni se fija en los méritos, no exige el premio, y, sin embargo, es lo que más nos apremia. Ningún terror nos inquieta tanto, ningún premio nos estimula así, ninguna justicia nos exige de ese modo. Que ese amor os una conmigo inseparablemente, os haga pensar en mí con frecuencia, muy especialmente en los momentos de oración» (Carta 143)

El amor da libertad. Por eso exclamará con fuerza en el Comentario al Cantar: «El amor se basta por sí sólo. No requiere otro motivo. Amo porque amo. Gran cosa es el amor. Cuando Dios ama lo único que quiere es ser amado: si él ama es para que nosotros le amemos a él… ¿Puede no ser amado el que es el Amor en persona?» (Sermón 83)

Esto es lo que tenemos que vivir como monjes si queremos ser luz en este mundo. Si queremos ser sal….Es lo que tenemos que vivir y es lo que tenemos que enseñar con nuestra vida. Si lo hacemos así seremos grandes en el Reino de los cielos. Si no lo hacemos, no sé lo que seremos en el Reino, pero lo que es seguro que aquí seremos unos mediocres. Y hoy día la mediocridad, en todos los niveles y terrenos, da ganas de vomitar. Lo dice hasta el Apocalipsis.