13 de mayo de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido N.:

Me dices en tu carta «que un hijo tuyo se emancipa y se va a vivir con la chica, y que a tu indicación de casarse, dicen que no, ni por la iglesia, ni por lo civil, lo cual ya te has hecho a la idea, pero que los abuelos están más disgustados». Es natural y lógico este panorama, porque esto se da con frecuencia en nuestra sociedad. Los valores que se viven hoy nos ponen una gran presión en nuestra vida. Y uno de los valores que dominan más es el valor de lo provisional.

Recuerdo que, hace unos años, estaba rellenando los papeles en el despacho parroquial para la celebración del matrimonio con una pareja joven, cuando les hice una de las preguntas del expediente matrimonial: «¿Aceptáis la indisolubilidad del matrimonio?» Y la novia me preguntó: «¿Qué quiere decir eso?» «Que el matrimonio es para siempre». Y la novia me respondió: «Bueno, hoy le digo que sí, pero mañana ya no sé como será».

Ya puedes ver: todo es provisional. Hasta el amor. En esta sociedad de «usar y tirar» uno tiene la impresión de que hasta lo más sagrado, lo más nuclear y fundamental de la vida de la persona, como es el amor, también es para usar y tirar.

Y yo creo que esto está muy unido a la madurez de la persona. Solamente está en condiciones de vivir correctamente el amor quien tiene una madurez de su persona.

La educación, en general, en estos momentos, no está incidiendo en la persona para ayudarle a lograr una plena madurez. No está ayudando a adquirir unos valores fundamentales para su vida personal, para una vida de relación con los demás, para una dimensión trascendente.

El papa Benedicto XVI tiene unas palabras iluminadoras en su encíclica «Deus caritas est»: «El desarrollo del amor hacia las cimas más altas y su pureza más íntima comporta que se aspire a lo que es definitivo, y esto en doble sentido: en cuanto que implica exclusividad (“solo esta persona”), y en cuanto es “para siempre”. El amor engloba toda la existencia y todas sus dimensiones, también la temporal. Puesto que su promesa apunta a lo que es definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente el amor es “éxtasis”, no como un arrebato momentáneo, sino como un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo para ir a su libertad en la entrega al otro». (nº 6)

En este sentido tenemos el filósofo Marcel que apunta: «Amar a una persona es decirle: tú no morirás». Esta infravaloración del amor conlleva también el desconocimiento, el alejamiento de Dios, pues «Dios es amor. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor».

Quizás antes estas manifestaciones concretas de los hijos, que además son consecuencia de los valores que vive nuestra sociedad, y una sociedad que no es de hoy sino que ha tenido unos antepasados, debería llevarnos a una reflexión sobre cómo hemos amado nosotros, como estamos en este tiempo amando, si nos preocupa el purificarnos en la vivencia de nuestro amor. Amar es dar la vida; quien da la vida como un regalo de amor la torna a recobrar, pero enriquecida. Dar la vida implica en muchas ocasiones sufrimiento, pero éste ayuda a madurar a la persona. Pero hoy somos alérgicos al sufrimiento, y éste no se puede descartar de modo absoluto. En este tema del amor sería muy bueno recordar el capítulo 13 de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios. Como también la petición del Padrenuestro: Perdónanos, como nosotros perdonamos. Un abrazo,

+ P. Abad