6 de mayo de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querido N.:

Es muy interesante un párrafo de tu carta que he vuelto a releer a la luz de la Palabra de Dios: «Se hace difícil saber qué debemos hacer, pero es mucho más sencillo descubrir si aquello que estamos haciendo está bien hecho, y nos hace felices. La mente cuando anda dejando de lado el corazón suele llevarnos allí donde no queríamos ir. Es justo y necesario que nos preguntemos por Dios, la causa de las causas, como hizo Cicerón, pero no intentemos imponerla, porque, de existir, se impondría por su propio peso. No olvidéis tampoco que el amor al otro es la medida de todas las cosas. “Si alguno dice amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso, porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”» (1Jn 4,20).

La Palabra de Dios invita a que mi amor no sea solo de frases y palabras, sino con hechos y de verdad. Y en este caso nuestra consciencia permanecerá en paz. Utilizar el amor como la medida de todas las cosas es el camino, solo que ésta es una medida sin medida, que se articula en función de aquel sobre quien vierto mi medida. Quien me pone el recipiente delante es el otro, y yo soy quien en función de la disposición del corazón lleno ese recipiente más o menos. Pero el corazón mira al corazón, por ello mi corazón no se pacifica hasta que el otro está pacificado. Esto puede llegar hasta el amor extremo. Es la generosidad más grande; el amor más auténtico.

Yo creo que por este camino llegamos a encontrar la fidelidad a nosotros mismos, que es actuar de acuerdo a la exigencia más íntima del corazón, a la exigencia de nuestra más genuina naturaleza.

«Si hoy escuchas su voz no endurezcas el corazón». Yo creo que los tiempos que vivimos son tiempos de vigilancia del corazón. Quizás esta debería ser la nueva evangelización. Que opino no es llevar a Dios a nadie. Porque nadie llevamos a Dios, sino que es él quien nos lleva a todos. Y lo importante es estar atentos a ese espacio interior donde tiene su morada Dios. Y ser fieles a él. Esto supone mantener una lucha activa cuyo campo de batalla es el corazón humano. Esto no es viable sino en función de la libertad interior de cada uno, de la madurez humana y del amor.

Leía estos días los versos siguientes:

«¿Quién a mi lado llama? ¿quién susurra
o gime en la pared?
Si pudiera saberlo, si pudiera
alguien pensar que el otro lleva a solas
todo el dolor del mundo y todo el miedo».
(José E. Pacheco)

Y efectivamente, alguien llevó todo el dolor del mundo y todo el miedo. Pero la historia continua, y sigue habiendo alguien que lleva todo el dolor del mundo y todo el miedo. Deberíamos pensar si alguien lleva todo el amor del mundo. Nos dará la pista para saber si lo que estamos haciendo está bien hecho. Un abrazo,

+ P. Abad