12 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Ex 32,11.13-14; Salm 50,3-4.12-13.17.19; 1Tim 1,12-17; Lc 15,1-32

Reflexión: Misericordia

El término hebreo (ra'hamim) expresa el apego instintivo de un ser a otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno materno (Re 3,26), en las entrañas (rahamim) — nosotros diríamos: el corazón— de un padre (Jer 31,20; Sal 103,13), o de un hermano (Gen 43,30): es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión con ocasión de una situación trágica (Sal 106,45), o en perdón (Dan 9,9).

Otro término hebreo (hesed), traducido en griego por una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la piedad, relación que une a dos seres e implica fidelidad. Con esto recibe la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad con uno mismo.

No cesan de resonar los gritos del salmista: «¡Piedad conmigo, Señor!» (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16); o bien las proclamaciones de acción de gracias: «Dad gracias a Yahveh, pues su amor (hesed) es eterno» (Sal 107,1), esa misericordia que no cesa de mostrar con los que claman a él en su aflicción. Se presenta, en efecto, como el defensor del pobre de la viuda y del huérfano: éstos son sus privilegiados.

Si Dios es ternura, ¿cómo no exigirá a sus criaturas la misma ternura mutua? Ahora bien, este sentimiento no es natural al hombre: homo homini lupus! Lo sabía muy bien David, que prefería «caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres» (2Sa 24,14). También en este punto va Dios progresivamente educando a su pueblo.

Jesús, «sumo sacerdote misericordioso» (Heb 2,17). Jesús, antes de realizar el designio divino, quiso «hacerse en todo semejante a sus hermanos», a fin de experimentar la miseria misma de los que venía a salvar. Por consiguiente, sus actos todos traducen la misericordia divina, aun cuando no estén calificados así por los evangelistas. Lucas puso muy especial empeño en poner de relieve este punto. Los preferidos de Jesús son los «pobres» (Lc 4,18; 7,22); los pecadores hallan en él un «amigo» (7,34), que no teme frecuentarlos (5,27.30.15,1s; 19,7). La misericordia que manifestaba Jesús en forma general a las multitudes (Mt 9,36; 14,14; 15,32) adquiere en Lucas una fisonomía más personal: se dirige al «hijo único» de una viuda (Lc 7,13) o a un padre desconsolado (8,42; 9,38.42). Jesús, en fin, muestra especial benevolencia a las mujeres y a los extranjeros. Así queda redondeado y cumplido el universalismo: «toda carne ve la salvación de Dios» (3,6). Si Jesús tuvo así compasión de todos, se comprende que los afligidos se dirijan a él como a Dios mismo, repitiendo: «Kyrie eleison!» (Mt 15,22; 17,15; 20,30s).

Palabra

«Veo que este pueblo es de dura cerviz». El pueblo da la espalda a Dios y se vuelve a los ídolos. Pero las entrañas de Dios se conmoverán una y otra vez delante de las numerosas infidelidades. Aunque el hombre sea infiel, Dios permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo.

«Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente, y me dio la fe y el amor cristiano». Así es el corazón de Dios que se conmueve siempre con el hombre, creyente o ateo. Dios es paciente en su misericordia, y esta paciencia que siempre es espera determina la salvación del pecador. Por otro lado, además del testimonio frecuente, constante de la Escritura, envía a su Hijo para mostrarnos el camino de la vida.

«Este acoge a los pecadores y come con ellos». Este es Jesús. La libertad en el amor y en la misericordia. Que no juzga, que acoge.

«Pierde una oveja, deja las 99 en el campo y se va en busca de la perdida». Da la impresión de que abandona las 99, en su solicitud por la extraviada. ¿Cómo contemplamos nosotros a los extraviados?

Sabiduría sobre la Palabra

«He aquí que llama a todos los que se han manchado, desea abrazarlos, y se queja de que le han abandonado. No perdamos este tiempo de misericordia que se nos ofrece. No menospreciemos los remedios de tanta piedad que el Señor nos brinda. Su benignidad llama a los extraviados, y nos prepara, cuando volvamos a él, el seno de su clemencia. Piense cada cual en la deuda que le abruma, cuando Dios le aguarda y no se exaspera con el desprecio. El que no quiso permanecer con él, que vuelva; el que menospreció estar firme a su lado, que se levante, por lo menos después de su caída… Ved cuán grande es el seno de su piedad, y considerad que tenéis abierto el regazo de su misericordia». (San Gregorio Magno, Hom. 33 sobre los evangelios)

«Se da prisa en buscar la centésima oveja que había perdido… ¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios». (San Bernardo, Serm. 1 de Adviento)

«¿Dónde me esconderé de Dios? ¿Dónde te esconderás, hermano? En su misma misericordia. Nadie puede huir de Dios más que refugiándose en su misericordia». (San Agustín, Sermón 351)