5 de septiembre de 2010

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 9,13-19; Salm 89,3-6.12-14.17; Film 9-10.12-17; Lc 14,25-33

Reflexión: Seguimiento

Seguir a Dios es andar por los caminos de Dios. En la Escritura vamos conociendo a los largo de la Historia de la Salvación estos caminos, que nos trazará con más claridad su Hijo, que quiere conducir a todos los hombres a su Reino. Pero el hombre siempre tiene que estar en la actitud y disposición de buscar y conocer a este Dios, que viene a ser el verdadero sentido de su vida.

Seguir significa adhesión total y sumisión absoluta, es decir, fe y obediencia. David, que observó los mandamientos, es el modelo de los que siguen a Dios con todo su corazón (1Re 14,8). Cuando el rey Josías y todo el pueblo se comprometen a vivir según la alianza, deciden "seguir a Yahveh".

Después seguir a Dios se va a identificar con seguir a Jesús, que no es sólo adherirse a una enseñanza moral y espiritual, sino compartir su destino. Ahora bien, los discípulos están sin duda prontos a compartir su gloria: "Hemos dejado todo para seguirte; ¿qué nos corresponderá, pues?". (Mt 19,27)

Jesús exige el desasimiento total: renuncia a las riquezas y a la seguridad, abandono de los suyos (Mt 8,19-22 10,37 19,16-22), sin reservas ni miradas atrás (Lc 9,61s). Exigencia a la que todos pueden ser llamados, pero a la que no todos responden, como en el caso del joven rico (Mt 19,22ss).

El discípulo, habiendo así renunciado a los bienes y a los lazos del mundo, aprende que debe seguir a Jesús hasta la cruz: "Si alguien quisiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24) Jesús, exigiendo a sus discípulos tal sacrificio, no sólo de los bienes, sino también de su persona, se revela como Dios y acaba de revelar hasta dónde van las exigencias de Dios. Pero a estas exigencias no podrán responder los discípulos sino cuando Jesús haya hecho el primero el gesto del sacrificio y les envíe su Espíritu.

Para Pablo, seguir a Cristo es conformarse con él en su misterio de muerte y de resurrección. Esta conformidad, a la que estamos predestinados por Dios desde toda la eternidad (Rom 8,29), se inaugura en el bautismo (Rom 6,2ss) y debe profundizarse por la imitación (1Cor 11,1), la comunión voluntaria en el sufrimiento, en medio del cual se despliega el poder de la resurrección (2Cor 4,10s 13,4 Flp 3,10s 1Pe 2,21).

Según Juan, seguir a Cristo es tener en él una, una fe entera, fundada en su sola palabra y no en signos exteriores (Jn 4,42), fe que sabe superar las vacilaciones de la sabiduría humana (Jn 6,2.66-69).

Entonces se realiza la promesa de Jesús: "Si alguien me sirve, sígame, y donde yo estoy, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).

Palabra

«¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?» Es necesario sumergirse en las páginas sagradas para acceder al conocimiento de la voluntad divina. Es necesario también tener en cuenta el dinamismo de la vida; tener también en cuenta la necesidad de purificar nuestro propio corazón, pues nuestros pensamientos son mezquinos, falibles, movidos por sabiduría humana.

«Quizás se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; no como esclavo sino como hermano». Este texto de l carta a Filemón muestra el gran corazón de Pablo, su sensibilidad, movida siempre por su extraordinario amor a Jesucristo.

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre… no puede ser discípulo mío». El amor de Dios es absorbente. Esto hoy no siempre se comprende. Incluso puede escandalizar. Sobre cuando no consideramos que nuestra vida aquí en este tiempo es algo provisional, en que todo lo humano, todo absolutamente todo, es simple apoyo para abrirnos a otra dimensión que nos es desconocida, y que Jesús no invita a olvidar y menospreciar a los seres queridos, sino a darles el valor relativo que tiene todo lo de este mundo, aunque debemos saber valorarlo y apoyarnos en ello.

Sabiduría en la Palabra

«Seamos fieles a nuestra vocación. A través de ella nos llama a la fuente de la vida aquel que es la vida misma, que es fuente de agua viva y fuente de vida eterna, fuente de luz y fuente de resplandor, ya que de él procede todo esto: sabiduría y vida, luz eterna. El autor de la vida es fuente de vida, el creador de la luz es fuente de resplandor. Por eso, dejando a un lado lo visible y prescindiendo de las cosas de este mundo, busquemos en lo más alto del cielo la fuente de la luz, la fuente de la vida, la fuente de agua viva, como si fuéramos peces inteligentes y que saben discurrir; allí podremos beber el agua viva que salta hasta la vida eterna». (San Columbano, Instrucciones 13, 2-3)

«Sigamos las sendas que él nos indica e imitemos en particular su humildad, aquella humildad por la que él se rebajo a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras, y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… Para que no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección, los que , ya desde ahora hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre…. Nos dio y nos indicó, pues, la senda de la humildad. Si la seguimos confesaremos al Señor». (San Agustín, Sermón 23)